Andy Reid y Kyle Shanahan pueden compartir unas cuantas notas intergeneracionales antes de que lleven a sus talentos –su talentosa plantilla—a South Beach. Ni Reid de 61 años de edad, ni Shanahan de 40 años, han ganado un anillo de Super Bowl, pero los dos están viviendo, respirando anuncios de cómo perder uno y de cómo manejar las consecuencias con dignidad y gracia.
Las consecuencias son considerables, por supuesto, ya que los entrenadores de los Kansas City Chiefs y San Francisco 49ers serán constantemente recordados entre ahora y el 2 de febrero, en Miami Gardens, Florida –ubicación del Super Bowl LIV. De regreso al gran juego por segunda ocasión en su carrera como entrenador en jefe, y por primera vez en 15 años, Reid no tenía a sus Philadelphia Eagles preparados para jugar cuatro cuartos en su única aparición en el Super Bowl, contra los New England Patriots. La bizarra estrategia de Eagles de dejar pasar el reloj en los minutos finales –cuando perdían por 10 puntos—desconcertó a Bill Belichick, sus jugadores y el equipo de transmisión de Fox.
¿Shanahan? Era el coordinador ofensivo de Atlanta y principal culpable de la madre de todas las crisis del Super Bowl hace tres años, regalando a Belichick otro anillo de formas que incluso Reid no podría entender. Sus decisiones de jugada en el cuarto-cuarto incluso enojó a su leal mariscal de campo, Matt Ryan, mientras la ventaja de 28-3 se desperdició en lo que sería una devastadora derrota en tiempos extras.
“Recuerdo cada jugada”, diría Shanahan luego de tomar el trabajo con los Niners, “y me pesarán por el resto de mi vida… Todos tratan de hacerte sentir mejor, y no funciona”.
No, no ayuda. Shanahan ha sido honesto cuando se aborda su rol en el desastre hollywoodense. Su próximo oponente, Reid, también al responder preguntas sobre su incapacidad para llegar al gran juego, sin importar su incapacidad para ganarlo. Solo seis hombres en la historia del futbol profesional han ganado más juegos que Reid, y esos seis se combinan para 29 campeonatos. Reid nunca se ha amargado por mirar desde afuera.
Pero sus incontables admiradores alrededor de la liga – todos ellos desesperadamente esperando que el buen Andy acabe con la teoría de Leo Durocher de que los hicos buenos terminan últimos, o al menos no primeros—entienden que Reid necesita un anillo para asegurar un lugar entre los más grandes de la NFL. Entienden que Reid no se bañó en gloria en su primer Super Bowl, cuando sus Eagles se reagruparon y mostraron una urgencia de ‘pretemporada’ cuando perdían por 10 contra New England, haciendo que Belichick preguntara a sus asistentes si el marcador electrónico estaba bien.
“¿Cuántos aficionados de Philadelphia no están ante su televisor gritando que se apuren?”, preguntó el narrador Joe Buck durante la transmisión del Super Bowl XXXIX.
Ahora Reid, luego de ganar su segundo campeonato de conferencia en siete intentos, finalmente tiene la oportunidad de compensar con una ofensiva a la que no se le necesita pedir que se apuren. Tiene en Patrick Mahomes a un jugador increíble que puede cambiar el juego en cualquier momento –“Magic Mahomes’, así lo llama Travis Kelce—y en esta ocasión, Reid no tiene que enfrentar a Tom Brady, sino al estudiante de Brady. Jimmy Garoppolo es muchas cosas como quarterback ganador, pero Patrick Mahomes no.
Mahomes tiene 24 años, y parece que no enfrenta tanta presión como su entrenador en este encuentro. De nuevo, Dan Marino tenía 23 años cuando perdió el Super Bowl luego de la temporada 1984, su segundo en la liga, ante Joe Montana y los 49ers, antes de que consolidara y que muchos le asegurarán que regresaría al escenario más grande en el deporte estadounidense, al menos unas cuantas veces más. Marino nunca regresó.
Aaron Rodgers apareció en un Super Bowl, luego de la campaña 2010, y podría nunca regresar. Mahomes es suficientemente listo y maduro para saber los caprichos del deporte. Los Chiefs no habían aparecido en el gran juego por medio siglo, a pesar de que fue a Lamar Hunt, su fundador, el anciano al que se le ocurrió el término Super Bowl. El padre de Mahomes, Pat, el ex lanzador de Grandes Ligas, no había nacido la última vez que Kansas City lo ganó todo. Pat Mahomes era un relevo en los New York Mets cuando el equipo pasó a la postemporada de 1999, para quedar fuera del roster de postemporada en 2000, y que le costó su única oportunidad de lanzar en una Serie Mundial.
Nada está garantizado en el deporte. Esta es una oportunidad que Mahomes debe tomar como si él fuese a tragarse el destino de Marino.
El domingo por la noche, los Chiefs tuitearon un video del hijo de Hunt, Clark, levantando el trofeo de la AFC, llevando el nombre de su padre mientras decía: “Nos dirigimos a Miami, y vamos a traer otro Trofeo Vince Lombardi de vuelta a Kansas City”. Pura publicidad para los Niners, quizá. Pero sería difícil culpar a alguien de Kansas City por ser optimistas luego de una sequía bíblica, y lueto de perder contra Belichick y Brady el año pasado porque Dee Ford –ahora con San Francisco—se alineó mal. “El año pasado quedamos cortos por cuatro pulgadas”, dijo Reid en la conferencia tras el juego de campeonato.
Fue la noche de Reid, definida por cánticos, confeti y gorras de campeones. Reid señaló que tomó la mano de su esposa Tammy durante la ceremonia. Estaba lo suficientemente mareado para llamarla su novia.
“Pero no ha terminado”, aceptó Reid. “No ha terminado”.
Los sabe mejor que nadie –junto a su contraparte en el Super Bowl, Shanahan, quien recibió de su padre, Mike, dos veces campeón, el trofeo de la NFC en San Francisco. Un gran momento que Kyle se ha ganado.
Viene la parte más dura. Kyle Shanahan tendrá que navegar dos semanas de recordatorios sobre aquel juego que echó a perder junto los Falcons. Quizá lo único a su favor, es su juventud.
Reid no la tiene. Tiene que responder por una larga y distinguida carrera marcada por un asterisco del tamaño del Arrowhead Stadium.
“Estamos cansados de escuchar lo que los medios dicen de él”, dijo Kelce, “de cómo no puede ganar el gran juego”.
Solo hay una manera de silenciar todos esos cuestionamientos. Andy Reid y Kyle Shanahan, ambos maldecidos, deben ser ahora los que hagan el embrujo.