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El legado de Diego Maradona: Lo que nos deja a quienes nacimos después de su época

El 25 de octubre de 1997 andaba yo seguramente en brazos de mi madre Claudia, llorando por algún capricho y sorprendiéndome con absolutamente todo. No lo recuerdo porque llevaba apenas 4 meses de vida. Lo que sí sé con certeza de ese día es que Diego Armando Maradona jugó su último partido como profesional.

El 10 dejó de jugar el año en que yo nací. Será por eso que pensaron en mí para escribir esta nota e incluirla junto con las de Diego y Bruno, mis otros compañeros de trabajo que me ganan por largo en edad (ja, va con cariño) y sí tuvieron la suerte de disfrutar más tiempo a Maradona dentro de una cancha.

Me pidieron a mí pero me resulta muy difícil de explicar y que me crean, que nos crean a nosotros, los que nunca vimos a Maradona, que Diego también es nuestro.

Ahora que lo releo, siempre me fastidió un poco eso, estar dentro de “Los que nunca vieron a Maradona”. Nacimos con una deuda enorme que nos excluye de aquellos privilegiados que vivieron en carne propia toda la gloria de Diego, que se acuerdan dónde estaban cuando se consumó el mejor gol de todos los tiempos, o tienen grabada en la retina la Mano de Dios, o se emocionaron con sus familiares cuando levantamos nuestra segunda Copa del Mundo.

Sin embargo, y aunque suene a despecho, no me siento ajeno a todos esos sentimientos que se originaron tanto tiempo antes de que yo, como tantos otros, siquiera existiríamos.

Para mi Diego no son recuerdos de Maradona. Diego es Daniel, mi viejo, contándome cómo se abrazó con mis tíos y mis abuelos en su casa luego de la final del 86’. Son tardes juntos, escuchándolo una vez más narrar de principio a fin el día que el 10 lo invitó a jugar un partido en su quinta de Moreno.

Diego también es Roberto, mi abuelo, del que guardo recuerdos sentado sobre su rodilla, explicándome por qué el partido con Inglaterra fue más que un partido de fútbol. Por qué esos goles serán rememorados como la mayor patriada dentro de una cancha, y haciéndome comprender también el incalculable valor que tiene un jugador de fútbol capaz de devolverle la alegría a un país después de un golpe tan grande como la Guerra de Malvinas.

Para los millenials, centennials o generación z (nunca me quedó claro cual somos), Diego es lo que nos contaron de Diego. Son noches de culpa, tal vez un martes a la madrugada, dejando que corran todos los videos de él en Youtube. Vienen los goles con la Selección, aparecen en 5 segundos las locuras en la calle de Nápoles y aunque en pocas horas haya que levantarnos para ir al colegio, le damos play a 20 minutos de las mejores frases y avivadas maradoneanas, esas con las que es imposible no identificarse siendo argentino.

Maradona también es nuestro por ellos, los que nos transmitieron sus experiencias junto al 10 con el orgullo inmensurable de haberlo vivido. A través de sus relatos, parte nuestra estuvo presente cuando Diego escribía las páginas más gloriosas del fútbol argentino.

¿Será por eso que “Un' Estate Italiana” es la canción mundialista que más me emociona? Debe ser, porque cuando Cani metió el gol para ganar ese partido que parecía imposible ante Brasil todavía faltaban 7 años para que yo llegara. Y sin embargo siento que también lo viví, siento que puedo criticar el injusto penal que le cobró Codesal a Sensini con la misma obcecación de los millones que estaban prendidos a la televisión, o en el Estadio Olimpico de Roma, aquel 8 de julio de 1990.

Entonces, como lo hizo la generación anterior y como seguramente lo haremos todos y todas los del club de “Los que nunca vimos a Maradona” con Messi: mantendremos viva la leyenda de Diego. Hoy más leyenda que nunca, gracias a lo que ustedes hicieron que signifique para nosotros.

De paso, gracias hoy y por siempre por hacer que Maradona también sea nuestro.

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