DOHA — Hubo tantos héroes. Y hubo tantos villanos. Noche épica en el Lusail. Noche cargada de drama, de histeria, de terrorismo arbitral, pero, también de exquisitez futbolística. De un desafío que se volvió personal, entre el mejor “10” de los últimos 15 años, y el mejor “10” de los próximos 15 años.
Argentina levanta la Copa del Mundo. Qatar 2022. Necesitó de la serie de penales, y de ese personaje avieso, malandrín, pero determinante: Dibu Martínez, quien debilita espíritus ajenos y fortalece los propios.
3-3, y entre el escándalo, la angustia y la exaltación, desfalleció el marcador luego de dos tiempos extras. Lionel Messi en un penalti y en un remate había sido clave. Y apareció MBappé, con un remate portentoso y un penalti, para que, en el abismo del cronómetro, desangrándose, el marcador y el reloj se colapsaran con el 3-3.
Una noche fastuosa. Una jornada que durante horas volvió al Estadio Lusail y su perímetro, en el epicentro universal del futbol, y desde ahí al infinito, las taquicardias, los microsismos, las convulsiones. Una Final que parecía no tener final, porque golpeaba uno y respondía el otro.
Noche de héroes y de villanos. Noche de ensueños y pesadillas. Noche en la que la distancia entre la gloria y la tragedia se definió desde los once pasos, desde ese manchón donde se marcan diferencias entre quienes hacen historia y quienes terminan siendo historia.
Estaba dicho. Sería una noche inolvidable, histórica, porque, por primera vez, en varios colapsos, durante el festejo eternizado en la cancha, Lionel Messi, por primera vez, ante los ojos del mundo, mostró que sí, que sabe llenarse el alma y los ojos y los pucheros, por ese sentimiento infinito de felicidad.
Las estampas de otros llantos de Leo estaban ahí. Con el rostro contorsionado cuando se despide del Barcelona y cuando carga el lastre en una Final de Copa América y en otra Final de Copa del Mundo. Ni ganar la Copa América a Brasil, le ungió tanto de ese desliz de los mortales, como limpiarse el alma con el llanto catártico del júbilo.
Y del otro lado, Kylian Mbappé, dispuesto a tomar la estafeta. Para que el número sagrado del futbol se conserve en buenas manos. El “10” no es un onomástico ni un gentilicio, ni se hereda, ni se concede, ni se compra ni se apadrina, es un derecho y una obligación a perpetrarlo con la grandeza de la victoria… y otros valores.
Y hubo otros héroes. Hugo Lloris atajó obuses descomunales para impedir que la tragedia precipitara su oscuro manto sobre una Francia que aún resollaba, anhelaba, perpetuaba, al menos dentro de sí, la posibilidad de ser Bicampeón.
Imposible desdeñar a Ángel Di María, generando el penalti, con todas las dudas que ni el VAR puede borrar. Y después él mismo firmaría el 2-0, ese 2-0 que carcomía ya como epitafio, la estela dubitativa de futbol de los franceses.
¿Más héroes? El mencionado MacAllister resistiendo sobre sus pulmones, músculos y sus exabruptos ofensivos, el peso de Argentina, hasta incluso, obsequiarle el gol a Di María, que bien podría llevar su nombre.
Y lo del Dibu Martínez, el bravucón, el proxeneta de sus propias truhanerías, pero que se convierte en el Luzbel Guardián en los tiempos de asfixia y dudas de sus compañeros. Además de su innegable mérito en los penaltis, atajó otros dos disparos con la artillería violenta de una Francia en plena sublevación.
Lionel Messi, al final, puede ya pedir albergue al recinto místico, donde cohabitan como leyendas, Pelé y Diego Armando Maradona. Esta noche de domingo, saldó todas las deudas. Poca culpa tendrá del desaseado trabajo arbitral.
Es el turno de Kylian MBappé, Ya ha pisado podios llenos de gloria, pero aún tiene deberes menores pendientes, como la Champions. Será su deber colosal el armar un legado y apadrinar una nueva generación. En esta Final, por momentos, a Francia le dolió su juventud. Nada que no se cure para el 2026.
Los contrastes siguieron en la noche de Lusail, en los suburbios de Doha. Francia desfiló con el semblante silencioso del perdedor. Argentina, llenó de carnaval albiceleste el recinto, que tuvo reverberó a la enésima potencia en los rincones de ese universo inescrutable e incalculable que es el futbol. En la ceremonia, ungen a Lionel Messi como Jeque honorario con la túnica correspondiente y estalla la pirotecnia, como la consumación de la supremacía absoluta.
Argentina obtiene al final, un título sin más cuestionamientos que un par de pifias arbitrales. Atrás quedaron los argumentos del maletín atiborrado de dólares en el vestidor de Perú en 1978, y el hecho de que en 1986, no se presentaron al examen antidopaje en el Estadio Azteca,
Esta noche, la noche de Lusail, no habrá asteriscos, ni para la albiceleste ni para Messi. El beso de la inmortalidad es casi totalmente puro.