Como es habitual, en ESPNtenis.com repasamos las historias paralelas de la semana tenística. Detalles, curiosidades, frases destacadas y todo el color del circuito.
Un lugar en la historia
Chantal Vandierendonck fue una de las pioneras del tenis adaptado en la rama femenina, donde lideró el ranking por 136 semanas, ganó tres medallas doradas (cinco en total) en los Juegos Paralímpicos y fue coronada por la ITF como "campeona mundial" en tres temporadas (1991, 1996 y 1997). El último fin de semana, durante las instancias finales del ATP de Newport, la holandesa fue promovida oficialmente al Salón de la Fama del Tenis, convirtiéndose no solo en la primera mujer de su disciplina en lograrlo, sino además en la primera persona de su país que recibe semejante reconocimiento.
Hija de un profesor de tenis, Chantal creció jugando junto a su hermana en un club de Pijnacker, ciudad que pronto la vio despegar hacia torneos en toda Holanda y, luego, fronteras afuera. A los 18 años, fue víctima de un accidente automovilístico y quedó parapléjica. Un hecho que cambió drásticamente su vida, pero que lejos estuvo de distanciarla del deporte...
"Cuando me dijeron que no podría volver a caminar sentí que mi vida estallaba en mil pedazos. Ya no iba a poder hacer lo que amaba, que era jugar al tenis. Pero un día vino mi tío de Bélgica a visitarme al hospital y me dijo que había visto tenis adaptado en la televisión francesa y que tal vez podría probar esa variante", recordó Vandierendonck en Newport.
"Me sorprendió y me generó curiosidad -siguió-, pero al mismo tiempo estaba convencida de que no sería realmente el mismo juego. Entonces mi tío se contactó con la Federación Francesa y arregló un encuentro en París. Allí fuimos con toda mi familia y vi un partido por primera vez en mi vida: era verdadero tenis".
La atracción fue inmediata: "Los jugadores se movían tan rápido por la cancha y jugaban tan bien que enseguida me volví tremendamente entusiasta. Desde entonces supe que quería intentarlo. Pero al principio tuve que jugar torneos contra varones, porque no había suficientes mujeres. En Holanda ni siquiera había tenis adaptado aún...".
Y desde la carencia, una propuesta: "En mi ciudad todos los años había un torneo bastante importante que yo solía jugar antes de mi accidente. Entonces ese año, en medio de la competencia, mi padre organizó una clínica para chicos en sillas de ruedas. Tiempo después, ese mismo torneo se convirtió en el Abierto de Holanda, uno de los más importantes que tuvo el circuito de tenis adaptado. Justo en el club donde me formé...".
"Mi padre siguió organizándolo por varios años. Pero además me acompañó a tantísimos torneos y luchó muchísimo para que el tenis adaptado fuera parte de la Federación Holandesa", añadió a modo de agradecimiento público. Y desde ese lugar, graficó: "Esta disciplina me ayudó a afrontar mi nueva vida de una manera activa, independiente y positiva. Me mostró todo lo bueno que había por descubrir. Aprendí mucho de los compañeros que tuve. Y espero que ese aprendizaje sirva de inspiración para otros".
En busca del éxito [y de la promesa incumplida]
Elias Ymer tiene 18 años, un pasado Top 5 en el circuito junior y un promisorio futuro entre los mayores, ya bajo el amparo de la academia Good to Great, que lidera Magnus Norman. A principios de año, su ranking profesional era 769. Siete meses después, muestra un crecimiento de casi 500 posiciones, con cinco títulos Futures. Esta semana, el sueco ganó en Bastad su primer partido ATP. Y en el medio de tan exponencial crecimiento, una historia particular.
Allá por marzo, a Ymer le dieron una invitación para la qualy de Miami. El sueco cayó en primera ronda ante el belga David Goffin, pero en vez de emprender la vuelta a casa, se quedó entrenando en Florida: "Cuando se me terminó la estadía en el hotel, me quedé en lo de un amigo. Pero todos los días volvía al club y le preguntaba a los organizadores si había algún jugador profesional con quien practicar", revivió en charla con el periódico Expressen.
El pedido de Ymer para adquirir roce entre los mejores se repetía con el correr de los días. Pero no había suerte. Hasta que la perseverancia tuvo premio: "Un día me llaman y me dicen: 'Elias, encontramos a alguien que quiere entrenarse contigo. Se llama Novak Djokovic'".
Lo que siguió fue una sesión de hora y media en la pista principal de Key Biscayne. "Estaba muy nervioso. Mientras peloteábamos yo pensaba: 'Soy un simple chico de Skara [ciudad en el sur de Suecia] y aquí estoy, en la cancha central de Miami, junto al mejor tenista del mundo'. Al final de la práctica jugamos dos tiebreaks. El primero lo gané yo; el segundo, él. Entonces jugamos uno decisivo. El que perdía tenía que hacer 20 lagartijas. Volví a ganar yo, pero él no cumplió la apuesta", sonrió Ymer. Y enfatizó: "Ese día me di cuenta de que había elegido el deporte indicado".
El premio después del sueño fallido
Jugar un Grand Slam: la fantasía de cualquiera que haya empuñado una raqueta desde chico. Las banderas y las fronteras no destruyen esta quimera en común. El talento y la dedicación son dos pilares fundamentales para este objetivo. La tercera pata: el dinero. Muchas veces los primeros dos solucionan el tema financiero, pero no siempre sucede así. A veces falta de azar, malas decisiones o diferentes inconvenientes se convierten en una verdadera piedra en el zapato. Y ahí sólo la plata puede ser una solución.
Sin auspicios ni patrocinadores, en caso de no haber tenido una carrera exitosa desde el inicio, el paso del tenista por el circuito se puede tornar muy complicado. Las giras, los entrenadores, una alimentación adecuada y demás cuestiones suelen agotar los recursos económicos. El primer paso son los recortes, que pueden llegar a desembocar en abandonar sueños. Sin embargo, el crowdfunding puede dar un alivio temporario para cumplir ciertos objetivos.
El sistema de búsqueda de recursos vía Internet parece haber hallado un nuevo nicho. El tenis, de esta manera, se suma a las bandas de música, los espectáculos y las investigaciones periodísticas, entre otros. Ya hubo varios casos, incluidos los de la chilena Cecilia Costa y el argentino Facundo Mena; y ahora se sumó el irlandés James Cluskey con una clara consigna: "Road to Wimbledon".
El sueño de Cluskey era jugar un Grand Slam. Cerca de casa, mejor. Pero no contaba con el resto para solventar el viaje. Entró al crowdfunding, contó su historia y pidió colaboraciones para llegar a los 10.000 euros. Las expectativas, superadas. Recaudó más de 13.000. No obstante, otro problema. Algo que no se puede solucionar con dinero: su ranking. El corte del dobles de Wimbledon fue más alto del esperado y él se quedó afuera por poco. "Fue bastante decepcionante", dijo Cluskey a TheScore.ie. "Al final parecía que entraba, pero no se dio. Fue difícil de asimilar".
Sin embargo, no fue en vano. Todo el esfuerzo puesto por él -y por sus colaboradores anónimos- tuvo su premio: jugó en Bastad su primer torneo ATP. Su paso por el certamen sueco fue efímero, dado que, junto a con Mikhail Kukushkin, se fue en primera ronda ante Johan Brunstrom y Nicholas Monroe. Pero el momento no se lo olvidará jamás. "Obviamente Wimbledon es diferente, pero esto es casi un consuelo. Se puede contar con una mano el número de irlandeses que han jugado en el circuito", remarcó quien también tuvo un paso por las universidades de Estados Unidos en otro intento de sobrevivir en el tenis.
Y la mirada positiva del irlandés no para. "Nadie me obliga a estar aquí, lo hago porque me encanta. Y sí, no es fácil, pero hay un montón de personas que están en una situación peor que yo. Estoy en Suecia, en la playa. Es uno de los mejores lugares en los que he estado (...). Creo que es un problema del tenis en general. El dinero de los premios no es lo suficientemente bueno en el extremo inferior. Los de arriba se quedan con todo. Creo que podría distribuirse un poco mejor", aventuró como solución, mientras destaca que no volverá a usar esta herramienta para viajar: "La gente ya me ha apoyado". No se le dio Wimbledon. Y tuvo su premio en Bastad. Él, agradecido de por vida.
En su mejor momento, adiós entrenador
Es difícil de comprender. Pero se entiende. Nick Kyrgios cambió de coach. Sí, la revelación de Wimbledon, en su mejor momento, decidió cortar el vínculo con Simon Rea para tomar otro rumbo. Con 19 años, el australiano crece a pasos agigantados pero en forma paulatina, aunque recién fue reconocido por el público masivo al vencer a Rafael Nadal, entonces número uno del mundo, camino a los cuartos de final de Wimbledon.
El volantazo suena incomprensible desde muchos puntos de vista, tanto por la confianza en la relación como también por los resultados. Kyrgios trabajó con Rea, neocelandés, desde que ganó el Abierto de Australia Junior 2013 hasta meterse en el Top 70. "Simon no solo es un gran entrenador. Además es una gran persona y le deseo todo lo mejor en la siguiente etapa en su carrera", reflejó el australiano.
Sin embargo, el oceánico sufre lo mismo que padecen los sudamericanos: las distancias. Día a día está lejos de su hogar. Aun perdiendo en primera ronda de un torneo regular, no puede volver a su casa fragmentando la gira. Por eso, cuando no está en el tour, no cede en cuanto al lugar de residencia. "Mi deseo de estar más en casa, en Canberra, cuando no estoy en los torneos, me ha llevado a tomar la decisión para el cambio dentro de mi equipo".
Sin la posibilidad de moverse en distancias reducidas durante el año, Nick debió cortar por lo sano. Tennis Australia seguirá teniendo una fuerte influencia en su desarrollo, por lo que trabajará, desde el Masters 1000 de Canadá, con Josh Eagle y Todd Larkham.
Casado con el tenis
Otra incorporación al Salón de la Fama fue la de Nick Bollettieri, exentrenador de figuras como Andre Agassi, Jim Courier, Monica Seles, Boris Becker, las hermanas Williams o Maria Sharapova; célebre por haber creado, 36 años atrás, la primera academia de tenis que integraba preparación deportiva con formación académica. Pero la prosperidad que revela su vida profesional entra en tensión con el desgaste que le aparejó a nivel personal: siete matrimonios frustrados y una vida a distancia de sus hijos. "Nunca seré recordado como alguien que puso su familia ante todo. Y eso no fue fácil de llevar. 36 semanas al año de gira con el circuito, mientras mis chicos crecían. Por suerte han sabido perdonarlo y les agradezco por eso", retrató el estadounidense.
Pero de ese carácter extravagante, Bollettieri hizo escuela: "Sí, soy poco ortodoxo, sí, soy un poco loco. Pero se necesita a alguien así para hacer cosas que otros pensaban imposibles. Y las hicimos. Si alguna vez le levanté la voz a uno de mis jugadores, fue porque creía en él y necesitaba que fuera conciente de sus condiciones. Siempre le grité a quienes más quise".
Para ilustrar la vigencia de Bollettieri, sirva un recorrido por tres historias generacionales. La primera, década del '80: "Sentado en un banco de Roland Garros, un amigo se me acerca y me dice: 'Nick, ¿qué vamos a hacer con los cientos de miles de niños que nunca le pegaron a una pelota?'. Era Arthur Ashe. Poco después empezamos un programa conjunto en New Jersey, en un parque público. Llegamos y había casquillos de bala en el piso, escolta policial... Arthur contempló la escena y me dijo: 'Nick, vamos a volver aquí, ¿verdad? No podemos darle una falsa esperanza a estos chicos'. El proyecto se mantuvo 13 años.
El segundo recuerdo, Washington 1987, uno de los primeros torneos en casa para un joven Agassi. Aquella vez, el muchacho de Las Vegas no pudo pasar del debut, cediendo 6-0 en el tercer set. "Lo encontré abatido. 'No lo tengo, Nick', me decía. Yo le pregunté: '¿Llevo un reloj puesto?'. 'No, Nick', me contestó. Así que le aclaré: 'Nunca vuelvas a usar las palabras «no puedo hacerlo». No hay un reloj junto a ti'. Y ya conocen el resto de la historia...".
La tercera imagen, de una campeona del presente: Maria Sharapova. "Cuando llegó a la academia, estaba junto a otras grandes jugadoras como Jelena Jankovic o Tatiana Golovin. Pero Maria era diferente. No se destacaba por ser una gran deportista, pero con una mirada te mataba de miedo. Ya siendo tan pequeña asustaba a las otras chicas. En su cabeza solo entraba la posibilidad de ganar".
Todo queda en casa
No toda figura en el circuito ha podido darse el gran gusto de festejar un título en su país. En el caso de Simona Halep, esa cuenta pendiente ya fue saldada. A poco de cumplir, recién, 23 años, la rumana se coronó en Bucarest y logró su octavo título de WTA, todos en poco más de 13 meses.
Pero aquí la puerta no solo se le abrió por mérito propio, sino por la apuesta de la Federación: es que el torneo de Bucarest es el primero que se organiza en Rumania en el calendario WTA. Y la versión debut tuvo campeona ideal.
"Tenía muchas ganas de jugar este torneo y ganarlo. Por suerte pude sacarme el gusto de hacerlo en mi país. El aliento del público fue increíble y quiero agradecer a todos los que jugaron un papel en este torneo", expresó Halep. Y la ecuación 100% rumana no termina allí, puesto que su manager no es otra que Virginia Ruzici, ex Top 10 y campeona de Roland Garros en 1978 en singles y dobles.
A nivel ITF, en Rumania Halep ya había conquistado, entre 2007 y 2008, cuatro torneos de 10 mil dólares, los de menor escala en el calendario. Hoy, asentada entre las mejores del mundo, festejó en el gran circuito. Y va por más: con los puntos de Bucarest, quedó a solo 11 unidades de Maria Sharapova, líder en la carrera al Masters de Singapur. En el ranking, sigue a 175 de Na Li: "Ni soñaba ocupar este lugar a esta altura de la temporada. Pero ahora que estoy aquí, ya no hay espacio para la sorpresa. Trabajé mucho para lograrlo y quiero seguir subiendo todo lo que pueda".