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Giannis Antetokounmpo y el principio de la evolución

El básquetbol, como todo deporte, tiene su propia teoría evolutiva. Hoy resulta absurdo pensar en posiciones definidas y hemos dejado -al menos en la NBA- de hablar de los cinco puestos lógicos (base, escolta, alero, ala-pivote y centro) para darle lugar a dos grandes rubros de jugadores: externos e internos. El cambio ha sido tan repentino, tan abrupto, que ha sorprendido a propios y extraños. Una renovación invisible de talentos que ha cambiado para siempre el ajedrez en movimiento: sin peones, reinas, caballos y alfiles, las piezas dejaron de tener una lógica pre-establecida. Ya no se mueven hacia adelante, en diagonal o con salto de casilleros. La dinámica es girar 360 grados, sin pausas, a la velocidad de la luz.

Cuando Charles Darwin escribió "El origen de las especies" en 1859, dio a conocer su teoría de la evolución; los seres vivos no aparecieron de la nada sobre la tierra, sino que tuvieron un origen común y se modificaron -y se modifican- de manera continua con el correr del tiempo. Si bien en una primera instancia Darwin habló de selección natural, la realidad es que la terminología adecuada es presión selectiva: las especies se adaptan al entorno y mutan en función de la supervivencia. No es lo mismo un bosque húmedo que un desierto, y es así que las condiciones -adversas o no, según las circunstancias- permiten la aparición de nuevos fenómenos.

Giannis Antetokounmpo, el jugador multiposición de Milwaukee Bucks, es la evolución del básquetbol hecha persona. Hemos visto otros talentos de su estilo en el pasado, capaces de jugar adentro y afuera con naturalidad (sin ir más lejos, LeBron James o Kevin Durant), pero nadie ha combinado previamente la flexibilidad y la potencia en cantidades iguales como ocurre con el Greek Freak. Todavía su kryptonita está en el tiro a distancia, pero parecería ser sólo un detalle a corregir: el día que logre anotar con frecuencia desde detrás del arco, ya nada tendrá demasiado sentido.

Si los San Antonio Spurs cambiaron el mapa del juego con su juego de pases en 2014, y si los Golden State Warriors volvieron a modificar todo con la velocidad abrumadora y los lanzamientos absurdos de los Splash Brothers, estos Bucks parecerían estar generando una nueva política del juego: ritmo abrumador, cuatro arqueros adiestrados (incluido el gigante Brook López) y un comodín que cada vez que pisa la llave es imposible de detener sin golpearlo duro. Y aún así, no alcanza.

Antetokounmpo es un jugador absurdo por su elasticidad. Es el hombre de goma de los cuatro fantásticos en versión humana. Verlo ingresar en la llave es una clase de anatomía: muslo, rodilla y fémur conforman, en la ejecución del doble paso, un ángulo de 90 grados perfecto en cada una de sus piernas. Su versatilidad le permite, además, hacer un euro-step y cambiar la marcha en el curso de sus artes. El despegue no necesita gasolina extra: con sólo levantar sus brazos encuentra el aro con facilidad. En los dos costados es eficiente al extremo, se transforma en una aplanadora en ataque o en un árbol gigante con ramas impenetrables en defensa. Además, es un agujero negro para absorber rebotes dentro de la llave y no necesita un pase extra para salir despegado en transición: el costa a costa empieza en sus manos y muere en la red.

Los Bucks, con él, proponen un juego afuera-adentro que tiene el movimiento constante como piedra angular. RItmo, ritmo y más ritmo. ¿Son acaso mejores que los Warriors? ¿Ganarán el campeonato NBA? No se trata de hacer futurología, sino de observar lo que sucede. El juego, en menos de dos años, vuelve a cambiar una vez más. Y aunque parezca ridículo, los Celtics, un equipo de elite del Este, pareció el lunes un equipo retro al lado de los Bucks. Y ahora en instancia de playoffs, cuando las cosas importan. Las caras de frustración de los muchachos de Brad Stevens con Antetokounmpo en el cierre de juego, parecieron las de un grupo de jugadores amateur cuando invitan a sumarse al turno a un profesional. Demasiado esto, demasiado aquello, demasiado todo.

Nos informa ESPN Stats que Antetokounmpo anotó 26 puntos en la pintura (13-16 TC) el lunes, el máximo para un partido de playoffs. Fue la décima oportunidad en esta Liga (incluyendo postemporada) que anotó 25 o más puntos en la pintura, por mucho el máximo de la NBA (Anthony Davis lo sigue con tres veces).

Si bien Boston logró controlar la eficiencia de Milwaukee en la primera mitad del Juego 4, el segundo tiempo en la pintura fue 42-22 para los Bucks. Eso iguala el máximo de puntos en la pintura para cualquier equipo en un tiempo, en playoffs, en las últimas 20 postemporadas.

La presión selectiva la impusieron los Warriors hace menos de un lustro y los equipos fueron adaptándose al entorno para competir. Pese a la llegada de Durant, Golden State ya no tiene una diferencia tan abrumadora respecto al resto de los rivales. En ese recorrido, los Bucks emergen como una de las franquicias en crecimiento que pretende competir. Pero claro, no son los únicos, y eso es lo que hace que estos playoffs sean tan atrapantes.

Como ocurrió en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, la NBA se ha despegado del mundo una vez más. Es cierto, hoy el básquetbol estadounidense está lleno de talentos internacionales (de hecho, Antetokounmpo es griego, por citar sólo un ejemplo) pero queda claro que a nivel Liga ya se juega a otra cosa. Es tan grande el desarrollo físico, tan absurda la velocidad y la precisión con la que se mueven los actores, que ha hecho que el estilo NBA pueda sólo ser contemplado, jamás igualado ni emulado. La nueva Liga está construida a través del talento individual, pero ya no en función superhéroe sino en concordancia con el equipo. Todos juegan adentro, todos juegan afuera. Todos dribblean, todos tiran, todos pasan. Todos, absolutamente todos, corren. Y corren mucho.

Antetokounmpo es el símbolo máximo de un nuevo principio de evolución de la NBA, pero, por supuesto, no será el último. Adaptación, asimilación y reacción.

El futuro ya está entre nosotros. Será, entonces, ajuste o morir en el intento.