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Luis Scola, el último de los dorados

Scola aún no hizo oficial si seguirá jugando o no Reprodução/FIBA

Cuando Luis Scola perdió lugar en la rotación de los Toronto Raptors durante los playoffs ante Indiana Pacers en la temporada 2015-16 de NBA, supuse que se trataba del principio del final de su carrera.

Scola, titular en los primeros cuatro juegos de la serie, ni siquiera pisó el parquet en los tres restantes. La falta de confianza de Dwyane Casey, en aquellos años entrenador de Toronto, extendió esta situación al cierre de la postemporada.

Luego Luifa bailó su último tango en la NBA con los Brooklyn Nets durante 37 noches para luego emigrar al básquetbol chino y jugar en Shanxi Zhongyu en su primera temporada, y en Shanghai Sharks en su segunda.

De todos modos, ya para ese entonces algo había empezado a germinar en su interior. El proceso de cambio estaba en marcha.

Scola en su propia transformación, tuvo la lógica del Tiranosaurius Rex: "No importa que tan grande hayas sido en la historia, si no logras adaptarte al entorno estás destinado, más temprano que tarde, a la extinción". Sin más lugar cómodo para el pick and roll, marca registrada en sus tiempos del Tau Cerámica, ni tampoco para el pick and pop, teorema indescifrable para las defensas en el Mundial de Turquía 2010, Luifa entendió que debía anticiparse para subirse al ritmo del básquetbol vertiginoso de estos tiempos.

Concluido el Mundial de España 2015, Scola se focalizó en el tiro exterior. Una constante de su carrera fue hacer, año a año, deporte de anticipación: ver lo que estaba pasando en el mundo, asimilar las reglas y aplicarlas. Un Groucho Marx del deporte de los cestos: "Esta es mi esencia, y si no les gusta, la puedo cambiar".

Su paso por la liga de China le permitió ir alcanzando la forma que buscaba. Lejos, en el ostracismo de los medios de comunicación locales, Scola construyó su propia versión. Eligió, para acompañarlo, al preparador físico Marcelo López, quien hizo un riguroso trabajo junto a él y luego, ya en los días de preparación al Mundial. sumó a Mariano Sánchez, hijo del célebre Oscar 'Huevo' Sánchez a su staff de coaches personales. Así, además de modificar hábitos deportivos, reconfiguró dietas alimenticias y procesos de entrenamiento. Cuatro meses antes del torneo de selecciones en China, tiempo prudencial para trazar objetivos, Scola se enfocó en alcanzar una meta pautada mucho tiempo atrás: ser el ícono de un equipo listo para romper todos los pronósticos previos.

"Luis tuvo la visión de adaptarse al juego que se vino, de mayor ritmo y verticalidad. Él fue a buscar a todos los profesionales que necesitaba y tuvo un enfoque realmente fantástico para afrontar la situación. Fue escalón a escalón, pero ganó en fibra, movimiento y velocidad. El descanso entre el final de su liga en China y el Mundial le dio una ventaja que aprovechó como nadie", señala Silvio Santander, asistente técnico de Argentina en el Mundial 2019, al ser consultado. "Mejoró su lanzamiento y también su dribbling: los costa a costa que corrió en el Mundial no eran parte de su naturaleza, eso es evolución física y técnica. El equipo, además, lo acompañó con un trabajo formidable. Él lideró dentro de la cancha la idea de Sergio y los demás estuvieron más que a la altura".

Mientras se entrenaba en su campo en Castelli, en una cancha acondicionada por él mismo, Scola se encargó de señalar, en varias oportunidades, que Argentina iba a ir a pelear por todo en el Mundial. Sin ánimo de contradecirlo, parecía más un deseo de superación personal y grupal que una realidad concreta. El Grupo parecía accesible, pero los resultados decían otra cosa: considerando la etapa previa con derrota ante México en los Panamericanos de Lima, y con caídas ante Brasil, Francia y España en la última gira de amistosos, las posibilidades de alcanzar algo más que una segunda ronda parecían escasas.

Si selecciones de otros deportes han empujado a colegas al exitismo desmedido, quizás en esta oportunidad, a la vista de lo que luego ocurrió, muchos de nosotros pecamos de exceso de cautela. El brillo del pasado nos encandiló y no nos permitió ver, con certeza, el cambio que se estaba gestando dentro del laboratorio albiceleste. La realidad, en definitiva, era otra. "Vi cosas en este equipo que ya las había visto en la generación de 1999, y cuando dije eso me miraron con cara rara o pensaron que exageraba. No estaba loco", dijo Scola luego del triunfo ante Francia que catapultó a Argentina a jugar la final del Mundial.

Tenía razón.

Scola, profeta de las buenas costumbres, acompañó con su enfoque la idea de básquetbol de pleno movimiento de Sergio Hernández. Cobijó primero y empujó después a toda la tropa a convencerse y creer que era posible, y así permitió que veamos el paso de oruga a mariposa de muchos de sus compañeros. Y también, por qué no, la consagración definitiva de talentos como Facundo Campazzo, Gabriel Deck y Patricio Garino, entre otros de elite. La edad absurda de Scola para conseguir algo así fue otra demostración cabal del poder de la mente y el convencimiento. En definitiva, nadie puede desbancar semejantes ganas de conseguir algo. Esa fuerza de la naturaleza, ese empuje, siempre contagia y arrastra.

Y así fue que conocimos al equipo más oportunista de los últimos tiempos. Los jugadores llegaron a China en el momento justo, a la hora pactada. Tras la lesión superada del corazón llamado Campazzo, la curva fue evolutiva en cada presentación, y con los planetas alineados la confianza creció a límites insospechados. Scola dejó de profetizar escenarios favorables para protagonizarlos. Palabra y espada de una armada que, pieza por pieza, se hizo indestructible. En rol de líder absoluto, Luifa motorizó la fantasía e hizo que se abrace con la realidad.

Con 40 años recién cumplidos, aún no sabemos si Scola, el último de los dorados, estará en los Juegos Olímpicos de Tokio, postergados para 2021 a causa del COVID-19. Será, sin dudas, una decisión meditada conforme a su veteranía y la pausa inédita que padece el deporte mundial en estos tiempos.

Lo que sí sabemos es que, si decide intentarlo, lo hará a su manera, corriendo límites individuales y grupales. Rediseñando escenarios para hacerlos adecuados. En otras palabras, hará lo que hay que hacer, cuando haya que hacerlo, sin importar lo que digan o piensen los demás. El partido, en definitiva, no termina hasta que termina.

Pensando así, siempre valdrá la pena el intento.

Y nunca será demasiado tarde.