LOS ÁNGELES -- Lionel Messi es un accidente de la naturaleza; Cristiano Ronaldo es un incidente de su propia naturaleza.
Hoy, ambos en el ocaso, dejan una historia, enciclopedias enteras, y estadísticas felizmente insufribles, pero no endosan una herencia, no hay un legado. Su testamento futbolístico tiene albacea, pero no tiene beneficiarios.
Victimizados ambos por la impiedad del tiempo, saben que ha llegado el momento de capitular. Punto final. Ya no hay espacio para puntos suspensivos.
Lionel Messi ha renunciado a las tentaciones del Mundial 2026. Entiende, como Pelé lo hizo en 1970 y de cara a Alemania ’74, que es el momento de hacinar las armas, y ordenar las memorias y los trofeos. Tal vez unos años más, facturando petrodólares, pero la albiceleste, por fin, podrá ornamentarla a un lado de la del Diego.
Cristiano Ronaldo hoy sufre en el futbol saudí. Mantiene la apolínea compostura del rigor atlético y nutricional, pero la máquina de hacer goles ha entrado en un impasse gestacional. El Bugatti derrapa en las arenas rústicas del futbol árabe y en las dunas del tiempo.
Lo de uno, lo de Messi, es irrepetible. Lo del otro, lo de Cristiano, es inaccesible. Por eso, entre 8 mil millones de seres humanos, según la ONU, abundan quienes quieren imitarlos, sin poder hacerlo.
Lo de Messi, accidente de la naturaleza, es una patente indescifrable, imposible de fabricar, reproducir o duplicar. Ni la tecnología del facsímil de China, Japón y Corea del Sur podría escriturar un holograma al menos de lo que ha sido Leo en la cancha. Ha rebasado los arquetipos del Manga y de los videojuegos.
En partido amistoso el PSG de Messi, Neymar y Mbappé venció por 5-4 a la combinación estelar de Al-Hilal y Al-Nassr, que contó con la presencia de Cristiano Ronaldo.
Porque, entiéndase, Messi no es un genio de la inteligencia aplicada al futbol. Lo suyo son las genialidades del instinto y de la inspiración. Lo suyo es la confirmación de la teoría del cerebro reptiliano y el sistema límbico en un ser humano, aplicado a la artesanía fascinante del futbol. Él no piensa, él acciona y reacciona. La descripción de Guardiola es impecable: “¿Cómo detener a un jugador que ni él sabe lo que va a hacer enseguida?”.
Messi no sufre para ser futbolista. La palabra sacrificio, tan de moda, como un estigma del jugador actual, para él es un misterio. Su estado casi selvático es la manifestación absoluta del embelesamiento y del embellecimiento del futbol. Mitad tahúr y mitad truhan, juega a las cartas conociendo las ajenas. Así de sencillo y así de imposible de imitar o de repetir.
Cristiano Ronaldo, un incidente de su propia naturaleza, es todo lo contrario. Eligió el camino rudo, agreste, masoquista. Es el arquitecto de su propio destino, lo describiría Einstein. A la innegable calidad técnica, a su dosis de instinto ganador, debió agregarle la perfección atlética. Decidió no sólo ser jugador de futbol sino además regodearse entre la evolución de Adonis, sin renunciar –claro–, a ser Efebo.
Así como estampar a Messi en gráficas y electros es imposible, los científicos ociosos decidieron hacer mediciones sobre las condiciones del portugués. Su físico, cincelado con dosis extras de entrenamiento y una puntillosa dieta, resultaba estar tan apto como para competir en saltos en la NBA, o poder alcanzar registros olímpicos en 400 metros planos y 400 metros con vallas.
El jugador uruguayo valoró al crack argentino y habló en Equipo F de las diferencias para defender al último Campeón del Mundo o a CR7.
Y mientras que para Leo arremeter con ímpetu con la pelota enamorada de su pie izquierdo ha sido un acto natural, para CR7 implicó una doctrina disciplinaria extrema para que, a su vértigo, pudiera mantener ese prodigio equidistante entre la velocidad, el equilibrio y el secuestro del balón. Lo suyo es un acto de estoicismo, flagelo, y es un sibarita de su propio sadomasoquismo.
Porque lo de Cristiano no ha sido sólo construirse, sino además reconstruirse para no ceder en esa formidable competencia con el mismo Lionel.
Ambos son los ejemplos más claro de la diferencia entre un futbolista y un jugador de futbol. El primero nace con todas las condiciones para jugar al futbol, sin necesidad de un ápice de sacrificio extremo, sólo de un disciplinado mantenimiento. El jugador de futbol debe inventarse, recrearse, mantenerse, actualizarse y superarse a sí mismo, y CR7 lo llevó al extremo de acariciar la perfección. Uno nace, como prodigioso accidente de la naturaleza; el otro se hace, como prodigioso incidente de su naturaleza.
Visto así, es inapelable que Messi es uno de los tres mejores futbolistas de la historia, al lado de Pelé y Maradona. Cristiano Ronaldo debe ser el mejor de su especie, el mejor jugador de futbol del mundo.
Por eso, los 8 mil millones de seres humanos en el planeta, terminan como desheredados. Hoy no hay quienes reciban su legado.
¿Otro Messi? Algún día, tal vez, en un berrinche generoso de la naturaleza, en alguna zona marginal de Argentina o en una favela de Río de Janeiro. ¿Otro Cristiano Ronaldo? En el hedonismo sensual del jugador moderno, no aparecen los tipos dispuestos a una auto-condena, a la extorsión íntima para convertirse, por rigor propio, en esa mezcla de Apolo y Narciso.
Neymar pudo ser una mezcla de segundo nivel de ambos, de Leo y de CR7, pero la samba, la batucada, la noche y sus tentaciones, lo llevaron a una vida en la que la concupiscencia y el futbol, no comparten el mismo podio.
¿Kylian Mbappé? Tal vez el jugador que maraville en la década. Acciona una milésima de segundo más tarde que Messi, porque él sí piensa, elige, razona, mientras que el argentino, dicho está, recibe los impulsos desde ese sorprendente instinto animal. Nadie enseña a las abejas a perfeccionar la colmena; ni a los castores a construir represas perfectas, ni a las arañas el oficio de hilanderas de Chanel o Versace.
Y, definitivamente, más allá de su sobriedad y seriedad en los entrenamientos y vida diaria, Mbappé no parece dispuesto a desafiar el exterminio físico y mental, para depurar sus ya pasmosas condiciones, e intentar acercarse a la definición de perfección que Cristiano Ronaldo ha pretendido rozar toda su vida.
Ciertamente, es más factible que un jugador de futbol, con base en devoción y compromiso, pueda acercarse a ser capaz de esculpir su propia versión de CR7, que la de Lionel. Cierto, Cristiano es imitable, pero no necesariamente igualable, porque la mentalidad poderosa, espartana, es también cuestión de genotipos y de fenotipos.
Así, queda claro, que Usted es bienvenido a los 8 mil millones de seres humanos, según la ONU, desheredados por dos personajes que saludan juntos su propio ocaso.