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La Chica del Banquillo: Recuerdos de la Champions; La 'vecchia' catedral de Torino

Estoy en una catedral. Una que tiene por techo el cielo abierto de Torino. Dentro, las paredes se almidonan por las voces de los miles de fieles que han venido a presenciar el martes de liturgia. La fe es tal que no ha dejado ningún asiento vacío. Esa música tiene algo de majestuosa y todo de mística. Ya la he escuchado en vivo otras veces. Va mutando hasta sonar retórica en Italia. Cosmopolita en Madrid. Casi prosopopéyica en Barcelona. Cada cual, según su procesión. Tiene diferentes trasfondos, pero siempre suena majestuoso el himno de la Champions.

La Juventus ha importado un aspirante a santo. Uno al que el rival prendió pocas velas en su momento… normal que nadie te canonice teniendo al Santo Grial en mano, un tal Cristiano. Álvaro Morata abre el marcador de la semifinal de 2015 ante su ex, el Real Madrid. Una manera de mostrarle que igual le rezaron poco. Es posible que lo hiciera motivado por el rechazo de los milagros incumplidos cuando vistió de blanco. Luego volvería al Bernabéu. Luego se arrepentiría. Ya saben bien lo que dicen que cuando hay santos nuevos los viejos no hacen milagros. No todos logran descifrar la oración correcta para convertir la sequía en goles.

Así se abrió el marcador. Entre el parloteo y aplauso constante de una afición apasionada. Mis vecinos de grada gritan, se levantan. Se hablan con muchos decibeles entre sí. Responden unas filas atrás, se auto invitan a la conversación. El volumen me hace sentir como en casa. Sí, el mito urbano de la dolce vita es cierto. Tiene que ser la comida. Factor que pude comprobar la noche anterior. En medio de la noche italiana Dani Martínez, corresponsal de ESPN en la región piamontesa, obró el prodigio de mandar a abrir un restaurante solo para nosotros, rozando casi la madrugada. No pretendo restarle mérito, pero solo necesitó mostrarle al dueño una estampita: nos acompañaba Mauro Camoranesi, invitado de Paco Gabriel de Anda. Mauro solo tuvo que pulir una vez su chapita de campeón del mundo de 2006 para que las puertas del cielo se abrieran. No me atreví a preguntarle por sus lágrimas de aquel América vs. Cruz Azul del 99, en aquella épica en la que fue expulsado dejando a La Máquina con 10. Solo lo escuché hablar del juego.

Y le pedí una foto para recordar mañana que este día no ha sido una alucinación mía provocada por el fútbol.

Cristiano marca. Un gol de cabeza. Uno que no es precisamente por el cual será recordado en ese templo, por esos feligreses. Él no lo sabe, pero en unos años, esta afición estará de pie para aplaudirle una chilena. Un golazo precioso en toda la extensión de la regla. Él unirá sus manos para agradecerles el gesto. También desconoce al momento que en plena peregrinación por la decimotercera dirá que se va. Y de allí a que sus festejos fueran religión en Torino sería un paso. A su anotación responde Carlitos Tévez. Esta primera pegada, y el global, se la queda la Juve. En la zona mixta intercepto a Arturo Vidal. Me da una entrevista. Están exhaustos. Escalaron el Everest y las ampollas les han dejado la fe renovada. Sí, es posible. Se puede tumbar al campeón de su altar. Van por ellos en el Bernabéu. Les ganan. Pero esa es otra historia que veo por televisión, desde mi casa en la Ciudad de México.

En la previa de ese partido cierro los ojos para recordar ese cántico. Un coro de voces afiladas. De gargantas destrozadas por la palabra gol. Por el llanto de los imposibles, filosofía de vida de quienes amamos este deporte. Recuerdo mi primera vez en el Bernabéu. Ante el Rosenborg, en fase de grupos. En el lejano octubre de 2005. Por una serie de casualidades alguien me regaló un boleto. No quería parpadear para no perderme nada. Ronaldo, el fenómeno estaba fuera por lesión. En cancha, Zizou. Beckham. Raúl. Roberto Carlos. Los Galácticos. Yo, que en ese momento tenía sospechas, luego estaría segura de que le di la vuelta al mundo solo para vivir ese momento. Que me cambiaría el rumbo, para siempre.

Sueño con el regreso de la Champions. Mientras, miro mi colección de camisetas para recordar que el buen Dani Martínez, hacedor de milagros, me ha conseguido una firmada por Andrea Pirlo. Otra por Gigi Buffon. Esa será para un regalo. Suficiente tengo yo con haber escuchado en vivo aquel himno sagrado. Un himno con tonos italianos. Con la altura de la Mole Antonelliana. Espiritual como Superga. Una imagen panorámica tan inmensa como mis ganas de que finalice esta cuenta regresiva. Hasta que en agosto, el fútbol, nos abra los oídos y los ojos, a uno de las mejores sensaciones del mundo. La del pitazo inicial que anunciará que vuelven las noches europeas. Las icónicas noches de la Champions League. Con esa banda sonora preciosa, de fondo…