“Este es David Beckham”, me dice una voz al entrar al elevador. En medio de guardaespaldas y del personal de la BBC de Inglaterra está una de las figuras más conocidas del fútbol mundial. El rostro de los anuncios. El hombre que suda Armani. David y yo intercambiamos miradas de reconocimiento. La mía viene acompañada de un chiste “ya decía yo que tu cara me parecía conocida”, él me responde con su sonrisa de un millón de dólares. Nos dirigimos al estacionamiento. Llevo horas esperando en una cancha de fútbol 7, propiedad del mexicano Pável Pardo, por el Spice Boy. Es noviembre de 2015 y una revista me ha contratado para realizar un reportaje sobre el ex del Real Madrid. Está recorriendo el mundo: siete países en diez días, para grabar un documental llamado Por Amor al Juego. Llevará un balón de fútbol a lugares improbables, como a la Antártida, por ejemplo. Estamos en Miami, y hoy le toca jugar con dos equipos universitarios de fútbol femenino.
Mi trabajo es ir desarmando al mito que representa David Beckham. El hombre marketing que desafió a Sir Alex Ferguson. Reducirlo a un simple mortal que solía jugar al fútbol. El cuento es el siguiente: Sir Alex le pidió que se quitara el gorro de la cabeza durante un almuerzo del Manchester United y David se negó. El técnico entonces le quitó la gorra a la fuerza para encontrarse con una cabeza rapada... es que David anunciaría esa misma tarde su participación en una campaña de una conocida marca de afeitar. Y ya saben, sus peinados eran noticia y Ferguson quería más jugadores y menos superestrellas.
Salimos del elevador y en el sótano nos esperaba una camioneta negra de vidrios oscuros. Se me han dado instrucciones. No puedo publicar de nuestro encuentro hasta que David salga de Miami. Su presencia causa revuelo a donde va. Lo entendí cuando Becks llegó a la cancha, causando una ola de silencio a la que siguió un sonoro “Oh my God!” en una voz femenina. Se había quitado la camiseta naranja de la Universidad de Miami y su torso tatuado quedó expuesto. Luego hubo risas, incluida la suya. Sabe lo que le funciona.
Nos acercamos al vehículo y me abre la puerta. Él da la vuelta a la camioneta y se sube por la otra. Es un Gentleman en toda la regla. En la tercera fila están dos hombres, uno de la BBC y el otro un asistente. Me dicen que tenemos algunos minutos para la entrevista. El tiempo exacto que dura la travesía entre la cancha y el hotel. En la madrugada abordará un avión privado para regresar al Reino Unido. Para romper el hielo le digo que le manda saludos Luis Figo, a quien he escrito antes investigando sobre algún cuento en común que me permita romper el hielo con mi entrevistado. Busco esa comodidad para que se sienta en confianza. Ambos se encontrarán en un partido benéfico la siguiente semana en El Teatro de los Sueños. Un encuentro con Unicef que ha organizado Beckham, y en donde grabará el último capítulo del documental. Durante la entrevista David me confiesa que lleva semanas preocupado por la venta de las entradas para ese partido. “¡Por favor, eres David Beckham, y es Old Trafford!” y responde sonriente con un “ya, lo sé”. El tono inseguro de su respuesta hace que se le caiga la capa de superhéroe: Beckham, en sus momentos bajos, también es mortal.
Ha escogido Old Trafford para terminar su documental, por ser el lugar en donde todo comenzó. Se conmueve al confesarme que probablemente sea la última vez que pise ese césped como jugador, aunque dice que su cabeza es tan competitiva que piensa que, aunque tenga 50 ó 60 años, siempre podrá jugar al fútbol “para Inglaterra, para el Real Madrid o el United. Sé que físicamente no podré --y ríe-- pero en mi corazón sé que siempre tendré ese sentimiento de poder seguir”.
Me habla de su vida en el retiro, después de los 38. De jugar al balompié con los otros padres de la escuela de sus hijos, que siempre se pelean por tenerlo en su equipo. Lógico. De esta campaña benéfica en la que busca recaudar fondos para los niños y de la grabación, enfocada en mostrar que el fútbol puede cambiarte la vida. Sí, cambió la suya. Pero dice que hubiese jugado igual por una libra o por lo que fuera, aunque en su caso resultaron ser millones. Que lo hizo siempre por amor al juego.
Antes de irse le pregunto: si pudieras cambiar la vida de una persona contándole una sola anécdota, cuál sería. Se pone serio. Respira profundo. “No es que me ponga emocional, pero significa mucho para mí. Cuando las personas me preguntan cómo me recuperé de la tarjeta roja el Mundial del 98. Después de todo lo que estaban diciendo de mi, ¿cómo regresaste de eso?”. Llegó a recibir incluso amenazas de muerte. “No siempre es sobre los trofeos que ganas, de los goles que anotas, a veces es volver de las decepciones y los tiempos difíciles”. Recuerdo la cara de David sentado en el asiento de al lado, contándome del peor momento de su vida.
Siempre que pienso en David Beckham se me viene a la mente alguien que no pierde vigencia. Al igual que ese consejo de superación, sobre todo en estos tiempos actuales. Termina la entrevista. Apago el grabador. Y me pregunta: “¿puedo hacer algo por ti, quieres una foto?” Y le agradezco el gesto. Toma mi teléfono, prende la luz del techo de la camioneta y nos mueve para buscar un mejor ángulo. En su cerebro se encendió la maquinaria multimillonaria de marketing que lo hace ser quien es. Que lo ha llevado a ser el dueño del Inter de Miami. Becks se expande... solo le falta un título, el de Sir. Por ahora se conforma con ser un Caballero del Imperio Británico. Así es como se pasa de villano a héroe nuevamente... y encima lo ha hecho transpirando Armani.