El Palco de Honor del Santiago Bernabéu tiene un aura solemne propia de los grandes fichajes. La tirantez de la élite. Huele a rigor, un aroma que el éxito mezcla a veces con la controversia. Hoy, estamos aquí para la presentación de la nueva contratación merengue. A esta casa se incorpora Fabio Cannavaro, quien llega con la Copa del Mundo bajo un brazo y con la cinta de capitán de Italia en el otro. Es uno de los fuertes candidatos a ganar el Balón de Oro 2006. En unos meses no solo levantará ese trofeo individual, que luego de coronarse en los lauros de Alemania parece ser lo de menos, sino que también mucha polémica.
Desde Francia comienzan a llegar los reclamos. El seleccionador Raymond Domenech asegura que es un despropósito pensar que el Balón de Oro no haya sido para Thierry Henry. En el interior del vestuario del Barcelona sucede lo mismo. Samuel Eto’o ha catalogado la decisión como inadmisible. Es que su compañero de equipo, Ronaldinho, se ha quedado a 100 puntos del premio. El codiciado Balón ha ido a parar a las manos del defensor capitán de la azzurra, uno de los artífices del campeonato del Mundo que Italia acaba de ganar en el Olímpico de Berlín. Algunos dicen que entonces le pertenece a Gigi Buffon. La prensa catalana se le echa encima a France Football, argumentando que es una vergüenza premiar el juego rácano, el catenaccio de toda la vida, antes que al jogo bonito de Dinho.
Los criterios siempre son los mismos. Dispares y poco entendidos. El Balón de Oro, a veces, es tomado como un concurso de popularidad. Para comprobarlo, hay que voltear a mirar a Xavi e Iniesta viendo como Messi se coronó en 2010, el año en el que lo bordaron en Sudáfrica. Justo lo que acabo de escribir es el ejemplo perfecto de los criterios: un premio basado en la subjetividad nunca va a dejar a todos contentos.
El 2020 nos ha despreciado tanto, nos ha metido a la fuerza en nuestras casas… nos ha mostrado pandemias y enfermedades mentales como el racismo, que ahora sorprende que nos ahorre la conversación de una nueva polémica. Aún no decido si es algo malo o bueno. No, no habrá Balón de Oro 2020. Una decisión más que respetable en una campaña tan particular como corta, que de por sí va a acompañada por un asterisco: la Champions a un solo partido, en territorios neutros, las Ligas europeas en el “como vaya viniendo vamos viendo” y algunas con finales anticipados, como la francesa, pero con los mismos resultados, da igual lo que dure, siempre gana el PSG.
Me hubiese gustado ver la cara de Robert Lewandowski con esta noticia. En la campaña en la que aniquiló sus propios números y estuvo cerca del récord de Gerd Müller. O la de Karim Benzema que hizo un cierre de temporada como para sonar en la discusión de si debía o no ser considerado entre los candidatos. Como el hubiera no existe, el polaco se conforma con lo que tiene en casa, que no es poco: el trofeo de MVP de la Bundesliga, de goleador del campeonato, con la Pokal y la Bundesliga. Y en agosto ya hablaremos de la Champions… porque como algunos premios, la opinión siempre es subjetiva… como el gusto por el fútbol.