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Rafa Nadal, el caballero del juego que vivirá para siempre

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A sus 38 años, Rafael Nadal anunció su retiro del tenis (4:44)

El 22 veces campeón de torneos de Grand Slam comunicó, a través de sus redes sociales, que la Copa Davis será su último torneo. (4:44)

Hoy hablaremos del tiempo. Allí va de nuevo Cronos, devorándose a sus hijos ante la mirada estéril de quienes no pueden evitarlo. Los años se escapan y no vuelven. El tiempo erosiona lugares comunes, preconceptos, deportistas ilustres que parecían ser para siempre.

Rafa Nadal anunció su retiro del tenis. Es el adiós a una era dorada, a la rivalidad infinita con Roger Federer, a la comprobación cabal de que lo que creíamos que era una película que jamás terminaría, tiene inevitablemente un final.

Quisimos, una vez más, que sea para siempre. La búsqueda de la trascendencia es inherente a los seres humanos, y con Rafa sentimos que podíamos conseguirlo. Él dentro de la cancha, nosotros persiguiendo a la distancia, con los ojos, el rebote de una esfera verde sobre polvo de ladrillo.

Llega, llega, ¡Llega! ¿Cuántas veces gritamos eso desde el sillón de nuestras casas? Nadal puede decir que se va, pero su belle epoque quedará siempre con nosotros. Un sello que define aquel mundo de relicario, el zoológico de cristal de Teenesee Williams en versión de raquetas y redes.

Allí va, entonces, el prólogo, el nudo y el desenlace de una historia sin fin. Piezas unidas que conforman una línea de tiempo movilizante. Allí está Rafa siendo solo un niño queriendo ser jugador de fútbol como su tío. Allí está de nuevo Toni, su otro tío, esculpiendo en modo Miguel Ángel a quien será su propio David deportivo.

El título de junior a sus once años, su primer triunfo en ATP a los 15. Las charlas infinitas para entender procesos, para saber que los éxitos tienen una contracara que es el sacrificio. Que no alcanza con llegar, porque lo más importante es permanecer.

El poder de la mente. La resiliencia, la redención, el coraje y la valentía. Para derribar muros. Para romper récords. Para juntar fuerza y levantarse las veces que hizo falta. Para no poner nunca excusas, para no pensar en los demás sino en él mismo.

Como aquella final ante Federer en Wimbledon en 2008. Rafa había ganado los primeros dos sets. Roger los segundos dos. En el quinto, todo estaba para el suizo. Nadal se acercó a Toni y le dijo: "No pasa nada, solo es un set más. Si gané antes dos, ¿Por qué no puedo ganar uno más?".

Por supuesto, Nadal ganó el quinto y se llevó ese torneo. Pero en lo obvio, en la simpleza, estuvo lo surrealista: ¿Quién puede borrar así la frustración y empezar de nuevo en el medio de un partido? ¿En una final? Rafa puede. Por supuesto que puede.

Federer fue para el tenis la ejecución de la geometría. El arte en curso, la belleza de los ángulos, la Bauhaus hecha ser humano. Nadal fue la perseverancia, la fuerza, la energía. Sus brazos como rayos, sus piernas como extensiones del sol. De Mallorca al mundo.

La combinación más acabada de la velocidad con la resistencia. Aguantar, correr, golpear la pelota como si le debiese dinero. Un colibrí que pica y baila alrededor de la pista. Sugar Ray Leonard en defensa, Mike Tyson en ataque. Exhibió, en su plenitud, la sensación de ubicuidad.

En todos lados al mismo tiempo. Indestructible. Mente y cuerpo de acero. Así vimos a Rafa. Así nos enamoró con su juego. Sin saberlo, nos engañó con su truco de ilusionismo constante. Con su contradicción de perfección efímera: juraré amor eterno, al menos por unos años.

Sin embargo, nada es para siempre. Aquellos que persiguen el progreso constante, que desmerecen todo lo anterior como una forma de protección a la crueldad de lo vigente, nunca ponen en juicio esa máxima. Pero hay cosas que sí son para siempre.

Las enseñanzas, los valores, el camino de las metas. No todo es lo mismo. Nadal deja el tenis como un caballero del juego. Nunca se puso por encima de un deporte hecho de reglas y rosas. Fuera de la cancha, su conducta fue intachable. Dentro, nunca cedió un centímetro.

1080 triunfos. 227 derrotas. 92 títulos. 22 Grand Slams. Los números marcarán por siempre su grandeza, pero para definirlo, alcanzará una sola palabra: competitividad. Contra los rivales, y sobre todo contra sí mismo. Bajar al infierno como Dante y regresar para pelear.

Disimular lesiones y saludar con una sonrisa. Invitarnos, entre dolores, a una gala de tenis más. Aquí estoy de nuevo... ¿Quién dijo que todo está perdido? Segundos afuera.

Silencio.

Hoy juega Rafa Nadal.

Y junto a él, jugamos todos nosotros.