Los Denver Nuggets son, en sí mismo, una enseñanza. Un regreso al pasado con intérpretes del presente. El triunfo del pase por encima del tiro, el lanzamiento como consecuencia y no como causa. Convertir es el final del truco, no el principio. La poesía le da brillo a la matemática.
El ensayo de correr y tirar encuentra en este equipo una pausa justa a su doctrina avasallante. No debemos, entonces, confundir ritmo con velocidad. Los adoradores del progreso, los que saludan a gritos a los nuevos tiempos, tienen ahora que detenerse frente a la nostalgia de un juego que parecía destinado a dormir en las enciclopedias.
El básquetbol analógico, el de los VHS, se mete a los empujones en la era de las redes sociales. Los Denver Nuggets son una versión 3.0 de los San Antonio Spurs que revolucionaron todo hace dos décadas. El juego que embellecía la asistencia como método principal vuelve a los primeros planos para volver a ser.
El ingenio compartido, el altruismo como método y no como obligación, contagia, seduce y enamora. Tenemos en Jamal Murray a la cabeza de la serpiente. Lo pensamos como un anotador, pero ha diseñado un guión distinto para sus artes: promedia 10.5 asistencias en estas Finales, algo que no ocurría desde 1991 con Magic Johnson y Michael Jordan.
No se trata de estadísticas, sino de dar a conocer una intención. Denver quiere hacer feliz al compañero, busca ese contagio como principio de un deporte que, en su estado más puro, se juega con el otro. Y ahí está entonces Nikola Jokic, un jugador de época capaz de hacerlo todo.
La principal asistencia de Jokic es a nosotros. A los que lo estamos viendo. Es un pase directo hacia la sonrisa, porque esos ángulos inexplorados, ese aprovechar el corte del compañero desde la cima de la montaña es para él una obligación. Un deber ser.
Es curioso, pero ejecutar el tiro para Jokic es, en sus ideales como jugador, algo así como un fracaso. No veamos el final del partido, sino la jugada. Es no haber podido encontrar una opción mejor, es no haber podido abastecer a un compañero a tiempo. Jokic es generosidad en modo de doctrina. Desde Tim Duncan que no se ve algo así en una liga habituada al egocentrismo despiadado.
La quinta falta de Jokic en el cuarto juego de las Finales fue lo mejor que nos pudo haber pasado como espectadores. Dejó en evidencia cosas que pensábamos como hipótesis pero que no podíamos comprobar por falta de evidencia empírica.
Con Jokic en el banco de suplentes, fluyó el básquetbol de equipo por encima del individuo. Aaron Gordon como jugador comodín perfecto en los dos costados, Bruce Brown en plano anotador, Christian Braun como novato revulsivo. En definitiva, de uno para todos a todos para todos.
El Heat, por su parte, nos enseñó en estos Playoffs que el esfuerzo paga. Que vale la pena luchar aún en condiciones limitadas porque solo logra hazañas quien no se rinde antes de tiempo. Quien se levanta y pelea ante quien se ponga enfrente. Los Nuggets luchan contra ese esfuerzo descomunal de un equipo nacido para provocar el caos. Para reescribir libretos.
Denver sabe contra lo que juega y es esa demanda de energía de Mike Malone, padre en silencio de la criatura, la que puso en cancha el grupo para opacar a su rival fuera de casa. Malone supo qué decir y cuándo, algo extraído del manual de vida de ese maestro llamado Gregg Popovich.
En condiciones normales, los Nuggets son un equipo superior al Heat. No hay dudas al respecto. Pero las cosas, queridos amigos, no alcanza con decirlas: hay que concretarlas. Y eso es lo que empezó a pasar en Miami y puede finalmente ocurrir este lunes en Denver.
Denver es el triunfo del pase por encima del tiro. Del compañero por encima del protagonista. Del compartir por encima de la mezquindad. No sirve guardar la receta bajo llave: hay que compartirla al mundo. Un equipo de código abierto que vuelve a poner al básquetbol en el lugar que tiene que estar.
Pase, pase, pase y tiro. El superhéroe, en este caso, es un engaño mayúsculo. Una ilusión tan grande como su tamaño: parece que es Jokic, pero el serbio es la adecuación perfecta de la idea. El mejor intérprete, pero no el único. El superhéroe, aquí, es el equipo.
La idea, bella en su concepción y ejecución, ahora va por el resultado. Los sabios de este deporte, desparramados a lo largo y ancho del mundo, sonríen en silencio.
¿Quién dijo que todo está perdido?
La revolución, esta vez, llegó en forma de homenaje.