Los Bucks trajeron a Damian Lillard a sus filas para que pase lo que ocurrió, finalmente, contra los Sacramento Kings. Para que lo extraordinario, la génesis del basquetbol, se magnifique ante los ojos del mundo.
El grito desaforado de Damian Lillard no es otra cosa que un alarido de desahogo. Un viaje hacia tiempos pasados, una odisea de introspección rumbo a sí mismo. La búsqueda diaria que persiguen, desparramados por el planeta tierra, los arqueólogos de emociones.
El tiempo es el factor decisivo del basquetbol. No existe deporte en el que el reloj tenga tanta injerencia a la hora de determinar un resultado. Es, lo que se dice, un juego cruel. Tic, tac, tic, tac. Ahora es tuyo, ahora es mío. La bomba está ahí, lista para explotar y provocar el caos. Uno puede terminar, entonces, como Mike Brown, justificando en vano la razón de una expulsión.
O terminar como Lillard, abrazado al éxtasis de un golpe de timón para esquivar un iceberg. Sangre fría cursa por sus venas.
Bienvenidos, entonces, a lo que conocemos como 'Dame Time'.
Los Bucks compraron esta película con su fichaje. Dejaron en el camino a uno de los mejores defensores perimetrales de la NBA (Jrue Holiday) para poder beber, al menos por una noche, del santo grial del basquetbol, que no es otra cosa que los tiros de último segundo. Esta situación, que provoca enamoramiento por encima de la numerología de computadora, se había presentado esquiva hasta el domingo.
Lillard, de 33 años, no venía jugando en Milwaukee como en sus años dorados en Blazers. No alcanzaron nunca a ser malas sus producciones, porque un jugador así nunca es malo, pero solo por citar el mes de enero, tuvo un 26.3 por ciento en triples. Muy bajo para un talento de su jerarquía. Podemos concluir que, a priori, sus producciones fueron irregulares.
En defensa, Lillard no fue ni será garantía nunca. Pero todo esto no importa, porque los Bucks no lo trajeron para un rol de esta naturaleza. Lo recibieron en sus filas para que pase lo que ocurrió, finalmente, contra los Sacramento Kings. Para que lo extraordinario, la génesis del basquetbol, se magnifique ante los ojos del mundo.
El 'Dame Time' como pincelada que embellece el alma. El modo playoffs sumergido en serie regular. La píldora Lillard como método de relajación, como técnica de yoga para que descanse el esfuerzo mayúsculo de Giannis Antetokounmpo, el Atlas que acostumbra a sostener el mundo en cada noche que se presenta.
Juntos, la mochila deja de ser tan pesada.
Lillard consiguió, con esa daga a máxima velocidad, el cuarto 'game-winner' de su carrera. Nos cuenta ESPN Stats que solo LeBron James, con siete en su cuenta personal, lo supera en la lista de jugadores activos.
Los Bucks no necesitan un jugador bueno. No trajeron a la leyenda de los Blazers para eso. No necesitan, tampoco, una determinada cantidad de puntos y asistencias por partido. No, en absoluto. Lo que necesitan es la creencia de que pueden aspirar a cosas fantásticas. Necesitan, palabras más, palabras menos, que lo maravilloso suceda.
En el grito ensordecedor que fue multitud en el Fiserv Forum, se materializó eso. Fue convencerse, en lo más profundo de sus entrañas, que pueden ganar. Que están destinados no solo a pelear cosas importantes, sino a conseguirlas. Lillard, lo que trae con su basquetbol de trueno, con su habilidad para imponerse de un upper cut en el último instante del round definitivo, es la ilusión compartida de noches inolvidables. La esperanza de campeonato intacta, algo que lucía muy lejano hasta hace pocos días.
Parece loco, pero no lo es: con ese tiro agónico, con esa brisa de aire fresca con empuje de triple, empieza desde este momento una nueva historia en Milwaukee. Lo que estaba encorvado, se endereza. Lo que era rictus en el rostro, ahora es movimiento. Para conseguirlo, para que ocurra, primero hay que creer.
Lillard siempre fue el fósforo que encendió la hoguera. A diferencia de sus años de Portland, ya no está solo frente a luz. Ahora tiene compañía. Y lo sabe.
Tic, tac, tic, tac.
La calma que antecede a la tormenta. 3, 2, 1.
Boom.
El 'Dame Time' está de nuevo entre nosotros.