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Dan Le Batard | ESPN 5y

Dwyane Wade cambia el panorama deportivo en Florida y más allá

¿Ustedes saben de qué me acuerdo?

Antes de que él hiciera que el baloncesto importase en Miami, catapultando al Heat de ser un equipo regional a uno internacional. Antes de que él se convirtiese en Michael Jordan en las Finales de 2006, llevando a Shaquille O’Neal a ganar un campeonato. Antes de que él ensamblara el equipo deportivo más interesante que jamás haya conocido el sur de la Florida y que el dichoso LeBron James produjera un programa de televisión para anunciar que se juntaría con él.

Recuerdo el verdadero inicio de su trayecto en Miami. Me acuerdo de cómo Dwyane Wade trataba al personal de mantenimiento.

Los acomodadores, asistentes de estacionamiento, agentes de seguridad del vestuario, pasantes de relaciones públicas… allí fue donde Miami sintió por primera vez el toque de Dwyane Wade. En aquél entonces, mientras comenzaba a aparecer cada vez más en partidos de playoffs y ruedas de prensa y comerciales y sesiones fotográficas, enrumbado hacia la fama mundial, Wade caminaba por las entrañas de la arena y hacía contacto con la gente que preparaba el escenario antes de sus actuaciones.

El baloncesto es ballet para los gigantes, bañados en luz y ruido; sin embargo, la elegancia de Wade se extendía mucho más allá de la cancha, a todos esos lugares más tranquilos en los cuales la verdad y los tesoros se esconden. Una y otra vez, mientras se hacía cada vez más grande, la gente pequeña dentro y alrededor de su creciente aura sobre Miami dirían la misma cosa maravillosa en voz alta y se trataba de algo entre una invocación y oración:

Por favor, no cambies.

Especial desde el comienzo. Especial hasta el final. Wade ha vivido una vida muy pública y accesible durante la última década y media; sin embargo, intenten conseguir un periodista que tenga algo malo que decir sobre él.

Por supuesto que ha cambiado, aunque solo lo ha hecho en las formas que requieren el crecimiento, la paternidad, los corazones rotos y aprender.

Pasó de pedir un préstamo para poder costear pañales mientras cursaba estudios en la Universidad Marquette a escribir un libro sobre la paternidad. Pasó de la ruptura de su primer matrimonio de forma desastrosa y muy pública a casarse con una estrella de Hollywood y tomar un permiso de paternidad esta temporada para así ayudarle a convertirse en madre gracias a una sustituta. Pasó de ser “el otro” en el draft en el cual se tomó a LeBron y a Carmelo a convertirse en uno de los cuatro mejores escoltas que este deporte jamás haya conocido… y en el símbolo más grande de excelencia atlética en la historia de los deportes en el sur de la Florida.

Chicago le dio a luz, pero fue Miami la que le vio crecer, convirtiéndose en hombre hecho y derecho dentro del cartel cultural de su padrino Pat Riley. “Esta será mi última salida en primera ronda por un tiempo, eso se los puedo decir”, soltó luego de promediar 33 puntos por partido de playoffs en 2009 contra los Celtics de Kevin Garnett, Paul Pierce y Ray Allen. Y luego, todo lo que hizo durante ese verano fue armar el súper equipo que acabaría con ese club de Boston.

Para el momento en el cual estaba de pie frente a la mesa técnica, gritando: “¡Esta es mi casa!”, luego de una cesta en el pitazo final contra Chicago, ya se había convertido en una redundancia ruidosa por estos lados. La arena de baloncesto en el Condado de Dade, rodeada por los puertos de cruceros y los bailaderos abiertos toda la noche, ya había sido rebautizada desde hace tiempo como “Condado de Wade” por los habitantes de la zona, porque Wade era el anfitrión de las fiestas más ruidosas en nuestra ciudad. La grandeza y elegancia de Wade se combinaron para convertir a Miami de una ciudad de fútbol americano a una ciudad de baloncesto durante su época con el Heat. Mientras se disipaba una generación deportiva y nacía otra, Wade suplantó a Dan Marino como la leyenda deportiva local con la mayor conexión emocional con la ciudad. No es una pequeña proeza, la verdad. Marino, hay que mencionar, utilizó su tribuna para construir un hospital infantil en la localidad.

Miami es una ciudad de cosas brillantes, un lugar con pocos apegos, lleno de turistas y transeúntes; por ello, la conexión entre Wade y este lugar no tiene muchos precedentes. Pero así creció: Desde el primer partido de Wade en Miami, los Dolphins han tenido nueve entrenadores, tragándose hasta al propio Nick Saban y no tienen una sola victoria en playoffs que ostentar. En el caso de los Miami Marlins: 10 managers, cero apariciones en playoffs. Los Panthers en el hockey sobre hielo de la NHL tampoco han ganado una serie de playoffs desde la llegada de Wade. Hasta el equipo de fútbol americano de la Universidad de Miami, considerado anteriormente como dinastía, no ha logrado ganar torneos en su conferencia ACC como antes, desde la llegada de Wade a esta zona.

Durante los años de formación de su afición deportiva, los jovencitos del sur de la Florida se hicieron adolescentes y después adultos con Wade como único guía y maestro que les enseñó cómo se alcanzaba la victoria… y cómo comportarse una vez se llegara a ese nivel. Sin importar el Heat y el baloncesto. Wade es la razón por la cual muchos chicos del sur de la Florida llegaron a amar al deporte. Nuestra ciudad está llena de gente veinteañera que saben lo bien que se siente al ganar sólo porque Dwyane Wade les enseñó.

Por ello, mientras su carrera llega al punto final, ¿cómo explicar lo que Wade representa en formas que se puedan sentir? Los habitantes de Miami pueden argumentar que Wade fue más eficiente que Kobe Bryant durante toda su carrera y aún mejor durante un periodo de cinco años. Wade tuvo más bloqueos que cualquier otro escolta en la historia. Fue invitado a 13 Juegos de Estrellas. Ganó tres campeonatos. A pesar de ello, las hojas de vida son algo frío. Si lo que desean hacer es recordar, es mejor repasar los álbumes fotográficos.

Allí está en sus días de juventud, haciendo volcadas frente a Shaquille O’Neal y Anderson Varejao en formas que aún resuenan en los niños que ahora son adultos. Allí está, al final de su jubilosa temporada 2006 en Dallas, enviando el balón a los cielos después de dominar las Finales prácticamente como nadie más lo ha hecho. Allí está, al inicio de su era de “los Tres Grandes” llena de arrojo, haciendo el pase sobre sus hombros sin ver, dirigido a LeBron en Milwaukee, Wade extendiendo sus brazos como si fueran alas de aeroplano e inclinándose a un lado porque él sabía antes que nadie lo que iba a caer detrás de él, de una forma que se puede constatar en su rostro, incluso viendo la imagen congelada.

Y allí está, rodeado por sus compañeros, en medio de las tensiones raciales a flor de piel en Estados Unidos, su cabeza cubierta por una capota, utilizando su tribuna para recordar al joven Trayvon Martin, a medida que su adultez y paternidad le persuadían a asumir posiciones de activismo político.

Wade contó con tres líderes en Miami y él quedó grabado en sus memorias tanto como ellos quedaron en la de él. Erik Spoelstra comenzó como coordinador de video a su lado, siguiendo la pista de sus cestas en salto durante las prácticas y aún así, pasó esta temporada, 15 años después, diciéndole a cualquiera dispuesto a escucharle que “me iré a mi tumba” permitiendo que Wade cierre partidos con él a sus 37 años. Stan Van Gundy dice que no hay otro jugador (ni Kobe, ni LeBron ni Michael) en el cual confíe más a la hora de tener el balón en momentos decisivos. Y fue el poeta y filósofo Pat Riley quien puso a la voz de Wade en pleno centro de la cultura del Heat, con una cita pintada en un mural en los pasillos que conducen a la cancha de prácticas. Es la única frase que se verá en una pared llena de fotos del campeonato.

“No me iré de esta forma”, se lee.

La frase proviene del año 2006, tiempo suficiente para verlo ahora como un elemento de nostalgia. El Heat sufría desventaja 2-0 en las Finales y caía por 13 puntos, jugando como local en el cuarto periodo del Juego 3. Riley escribió la palabra “Temporada” en su pizarra y éste recuerda como Wade emergió de esa charla soltando las palabras “No me iré de esta forma”, reprimida entre dientes. Miami ganó los cuatro partidos siguientes y su primer campeonato, obviamente, con Wade promediando la absurda cifra de 35 puntos (47 por ciento de enceste) y ocho rebotes en las Finales. “Donde hay voluntad, hay un Wade”, es algo que se escucha mucho en los alrededores del Heat. Igualmente, se ha sentido los ecos del “no me iré de esta forma” en esta, una temporada de despedida llena de emociones, aunque con un equipo metido en el purgatorio de la mitad de la tabla de posiciones. Pregúntenles a los campeones Golden State Warriors. A sus 37 años, Wade los sentenció en pleno pitazo final.

Raramente, permitimos que nuestros héroes maduren con elegancia dentro del cruel ecosistema de la competencia profesional. Emergen jóvenes piernas e instintos más afilados que persiguen a los mayores cuando la lucha tiene como objetivo el dinero y la gloria. Incluso, en esta era de poder del jugador profesional, muy pocos logran elegir la forma en la cual terminarán sus carreras. Es difícil dejar ir y resignarse: la confianza es el último elemento en desaparecer y el espejo, el último en enterarse. Por ello, hay un sentimiento de desesperación en la forma en la cual hasta las leyendas se resisten. Vince Carter juega en Atlanta, Tony Parker está esforzándose en Charlotte y Carmelo está vestido de civil. Con mayor edad y más lento, Wade pasó esta última temporada ascendiendo sobre toda esa crueldad en su ciudad adoptiva y de arena en arena por todo Estados Unidos, aceptando la gratitud y los homenajes en cada última parada, siendo embajador de la ciudad de Miami desde el inicio hasta el final.

Por ello, gracias, Dwyane Wade.

Por todo lo que representaste mientras vestías el nombre de nuestra ciudad sobre tu corazón.

Te has creado un espacio eterno en nuestro panorama deportivo.

Nos dejas, siendo mejores de lo que nos encontraste.

Y las relaciones formadas en el mundo del deporte no pueden ser mejores que ésta.

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