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Michael Jordan y un salto a la eternidad

"No pensé si estaba cansado porque lo que quería era ganar el partido. Estuve antes en situaciones parecidas, anoté mucho y perdí. No quería que vuelva a suceder... Seguí empujándome a mí mismo. Hablaba conmigo y me decía 'No te detengas, no te detengas. Continúa'. Uno se siente mejor con el esfuerzo cuando gana" - Michael Jordan, 28 de marzo de 1990

Si hay una franquicia a la que Michael Jordan le ha ocasionado daños de todo tipo, es a los Cleveland Cavaliers. El número 23 de los Chicago Bulls se ha divertido una, otra, y otra vez con su rival de División. Siempre pareció adrede, un encono dirigido: no se explica, de otra manera, como alguien puede haber generado tantos movimientos, tantos artilugios para sorprender una y otra vez a la estructura prefabricada de Lenny Wilkens. Siempre destructivo, siempre diferente, se rió en la cara de cada uno de sus defensores. De Larry Nance, de Winston Bennett, de John Morton y principalmente de Craig Ehlo, la víctima que ha sido, sin querer, una de las caras de la derrota mas reconocidas a lo largo de la carrera de Su Majestad.

La noche del 28 de marzo de 1990 fue la más prolífica en anotación que alguna vez haya tenido Air Jordan: un alto de carrera de 69 puntos (23-37 en tiros de campo, 21-23 tiros libres), un alto de carrera de 18 rebotes y seis asistencias, en 50 minutos disputados. Cada uno de los puntos convertidos tuvieron relevancia, porque ayudaron a los Bulls a derrotar a los Cavaliers en una noche que tuvo uno de los mejores unipersonales de la historia.

Cuando decimos que Jordan venía destrozando a los Cavaliers en cada oportunidad, no estamos diciendo nada simbólico ni un dato color. Literalmente fue así durante toda la temporada 89-90. Un puñal cargado de veneno: el genio de North Carolina había promediado, en tres de los cinco partidos disputados entre sí, 44.3 puntos (54.7% de campo), 9.3 rebotes y 6.3 asistencias por aparición. Wilkens no sabía que hacer para detenerlo y créanme que intentó todo para evitar este abuso: doblajes, presión asfixiante, pasar las cortinas por detrás, por delante. Por supuesto, todo fue en vano.

Y más allá de la Liga 89-90, Jordan extendió este dominio sobre Cleveland a lo largo de toda su carrera, ya que tuvo seis partidos de 50 puntos contra ellos, su máximo respecto a cualquier otro equipo, y tres tiros de último segundo para ganar, también el máximo de su carrera ante cualquier otra franquicia.

Sin embargo, y pese a estos números increíbles, en la liga en curso MJ solo había superado la marca de 50 unidades ante Orlando Magic a fines de diciembre. Y en marzo, lo venía haciendo en su rango medio, con su mínima de temporada ante Detroit Pistons (20) y con su máximo ante Indiana Pacers (45).

Pero luego, claro, el voltaje se disparó a las nubes cuando llegó el 28 de marzo.

Hubo una historia en el diario local de Cleveland, previa al juego, en la que se elogiaba la calidad defensiva de Ehlo contra Jordan. MJ, al leer esas líneas, no se escandalizó por esto ni mucho menos, porque más allá de que Ehlo fue la víctima grabada a fuego en el triunfo de los Bulls ante los Cavaliers 101-100 en el quinto juego de las semifinales de Conferencia de 1989, con un lanzamiento en suspensión de Jordan en el último segundo a la altura del tiro libre que fue repetido hasta el hartazgo ('The Shot'), lo cierto es que 'Su Majestad' respetaba a Ehlo en sus artes sin el balón. Lo que sucedía con Jordan iba mucho más allá de Ehlo o de cualquier otro oponente: era más rápido, más atlético, más inteligente y más explosivo que ningún otro jugador en la Liga.

No era, en absoluto, algo personal. Simplemente Ehlo era la víctima, como luego serían otras tantas, que se cruzó en su camino en el momento menos indicado.

Aquella noche, Jordan recibió, curiosamente, la defensa de Winston Bennett en en el arranque de juego. La estrategia de Wilkens era, seguramente, utilizar doblajes, cambios de defensa y otros movimientos a lo largo del partido para luego sí, en las instancias definitivas, utilizar a Ehlo como estampilla de MJ.

Jordan, que venía de anotar 54 puntos en el inicio de temporada ante los Cavaliers, había desarrollado en los últimos tiempos una de sus armas principales de anotación: el tiro en suspensión echándose hacia atrás. En aquel primer cuarto, en el que finalizó con 16 puntos, Jordan apabulló a la defensa de Cleveland, empezando por Bennett y siguiendo por Ehlo. En el poste bajo, el movimiento recurrente utilizando sus piernas en suspensión era arte puro para los espectadores y un teorema indescifrable para la defensa. Los murmullos de las 20,273 almas en el Richfield Coliseum se hacían notar: la narrativa del superhéroe encontraba, desde el inicio mismo, su punto máximo en una cancha de básquetbol.

Los Bulls, para este entonces, ya eran uno de los equipos de elite de la NBA, pero no el máximo favorito. El dominio en la Liga recién lo conseguirían a partir de la temporada 90-91 al conseguir su primer título de campeonato tras vencer 4-1 a Los Angeles Lakers en las Finales de NBA. En la Liga en curso tenían un respetable récord de 55 triunfos y albergaban el tercer puesto en la Conferencia Este, contra un séptimo sembrado de los Cavaliers que llegaban, para esta localía, en baja.

Más allá de los pronósticos previos, los Bulls, en este juego, eran un unipersonal. Y era extraño ver lo que ocurría sobre el parquet, porque Cleveland era todo lo contrario. Bajo el mando de un Mark Price determinante. Ehlo, un anotador prolífico, encontraba espacios, secundado por Hot Rod Williams, Brad Daugherty y Nance, entre otros. Era un duelo anotador de cinco contra uno. Y los cinco, increíblemente, no podían romper esta noche el determinismo obsesivo del 23 de Chicago, que era una luz roja que brillaba en los dos costados de la cancha.

Los compañeros de Jordan, a decir verdad, hacían lo que podían. Todavía no eran, en la NBA 89-90, lo que terminaron siendo luego y por eso anticipar los dos three-peat de MJ y compañía parecía, para esos años, algo temerario. El combo de bases de John Paxson y B.J. Armstrong aún no estaba maduro, Scottie Pippen no era el anotador consistente que luego fue y Horace Grant alternaba buenas y malas. El molde de Phil Jackson, para este entonces, tenía la forma exclusiva de Michael Jordan. Luego, para alcanzar méritos de campeonato, todo cambiaría.

Durante ese primer cuarto, Jordan arruinó primero a Bennett y después hizo lo propio con Ehlo en el primer cambio defensivo. Lo que era absurdo era el ritmo: MJ iba a una velocidad muy por encima de la media, tomaba rebotes, corría la cancha, anotaba bandejas, volcadas, tiros de media distancia. Incluso triples. Parecía un amanecer único, con 6-7 en tiros de campo en el triunfo parcial de los Bulls por 27-26. Y en el segundo cuarto, lejos de modificarse, la situación se profundizó: a las 16 unidades del primer chico, le sumó 15 más. Finalizaba la primera mitad con 31 en su planilla.

John Morton fue el encargado de iniciar la defensa sobre Jordan en el segundo cuarto y lo primero que hizo Su Majestad fue anotar un doble con falta incluida. Lo hacía con tanta facilidad que parecía un profesional en un partido de amateurs. Una gacela a campo abierto en la selva. Para el cierre de la primera mitad, Jordan tenía, además de los 31 puntos, 11-15 de campo, siete rebotes y tres asistencias. No me hubiese gustado formar parte del equipo de Cavaliers en el vestuario para escuchar lo que tenía Wilkens que decir.

En el complemento, ningún reto profundo en el descanso pudo modificar las acciones. No había respuesta: Jordan siguió recibiendo cambios defensivos pero en vez de aminorar la marcha aceleró. Su poder anotador contradecía toda lógica y derribaba al combo Price-Ehlo con facilidad. Una volcada a una mano, jumpers continuados y asistencias lo empujaron a cerrar el tercero con 20 puntos. ¿20 puntos? Sí, 20. Y la desesperación en el tercer cuarto era tan grande, la frustración tan sostenida, que Wilkens terminó expulsado por el legendario Dick Bavetta al recibir dos faltas técnicas. ¿La razón? Quejarse de una infracción de Williams a Jordan en transición. Para este entonces, los comentaristas del juego pronosticaban una actuación sobresaliente de 60 puntos.

Lo que no sabían es que ese pronóstico se quedaría corto.

Para el cierre del tercer cuarto, los Bulls dominaban el marcador con claridad. Parecía cosa juzgada en el Richfield Coliseum, pero un triple de Ehlo y una anotación de Morton hicieron que la ventaja, que era casi de 20 puntos, termine siendo de 11 rumbo al último cuarto.

En el inicio del cuarto de desenlace, Phil Jackson le dio descanso a Jordan. Los Cavaliers aprovecharon para recortar la diferencia y el joven Maestro Zen se vio obligado a poner a Mike nuevamente en acción. Ni bien entró, salió de un bloqueo y convirtió un triple para llegar a 54 puntos en su planilla personal. Con solo 40 segundos por jugar, Cleveland había recortado a dos la diferencia y Jordan, encendido, había pasado la frontera de los 60 puntos. Una pérdida ridícula de Pippen seguida de un tiro fallado de Ehlo, permitieron a Jordan tomar un nuevo rebote, ir a la línea de personales tras recibir falta y anotar 1-2. Pero la historia no terminaría aquí: Ehlo, con un triple en 45 grados igualó el marcador y Jordan, en la jugada siguiente, falló un triple que obligó a que se juegue tiempo extra.

Un jumper en el inicio del tiempo extra puso a Jordan en 63 unidades, su máxima desde aquel mágico choque ante Boston Celtics en 1986, cuando Larry Bird dijo sobre él: "Hoy Dios se disfrazó de jugador de baloncesto". Los puntos 64, 65, 66 y 67 de Jordan vinieron desde la línea de personales y le permitieron a los Bulls liderar 113-110 con 1:15 por jugar en el reloj. Sobre el cierre del encuentro, Grant fue a la línea, anotó 1-2 y Jordan tomó el rebote ofensivo. Fue a la línea nuevamente y cerró, entonces, su mágica noche de 69 puntos.

Los Bulls ganaron el encuentro 117-113, en lo que fue la mayor cantidad de puntos anotada por Air Jordan en toda su carrera, incluyendo pretemporada, serie regular y playoffs. Además, se erigió en el segundo jugador en la historia de la NBA en anotar 20 tiros de campo y 20 tiros libres en un partido, sumándose a Wilt Chamberlain con su famoso juego de 100 puntos el 2 de marzo de 1962. Solo Devin Booker, 27 años más tarde (2017), pudo alcanzarlo, al convertir 70 puntos con el uniforme de Phoenix Suns.

Han pasado 30 años desde aquel mágico 28 de marzo de 1990. Desde entonces, su impronta tuvo un punto de despegue del que jamás regresó.

El mundo, rendido a sus pies, aún lo celebra: Michael Jordan es, fue y será, el jugador de mayor impacto de todos los tiempos.