Ya es momento. En realidad, ya era momento desde hace muchos, muchos años.
Por primera vez en la historia de la franquicia de Washington, el propietario mayoritario, Daniel Snyder, ha reconocido la necesidad de la revisión del nombre de su equipo. Observadores alrededor de la liga aseguran que el cambio parece inminente.
Nunca, uno de los grandes cambios en la historia de la humanidad, se consiguió pidiendo las cosas por favor, y en este caso, las protestas a lo largo de los años de organizaciones de nativos americanos y grupos activistas habían caído en oídos sordos dentro de la organización.
"Nunca vamos a cambiar el nombre", dijo Snyder en una entrevista a USA Today en el 2013. "Es así de simple. NUNCA; puedes ponerlo en mayúsculas".
Snyder no consideró en ese momento que hay una verdad todavía más simple: el dinero manda. Nike retiró de su portal todos los productos relacionados al club, y la empresa de logística y paquetería FedEx, que paga por los derechos del nombre del estadio de la organización, se sumaron como las voces de mayor peso en la exigencia del cambio. Por si fuera poco, Fred Smith, CEO y fundador de FedEx, es socio minoritario del club desde el 20003 (además de ser padre de Arthur Smith, coordinador ofensivo de los Tennessee Titans, aunque eso es irrelevante aquí).
No se trata de venir aquí a colocarle el traje de villano a Snyder. Honestamente, me parece que Synder y su organización han hecho un trabajo absolutamente notable en las últimas semanas, comenzando por la remoción del nombre del fundador de la franquicia y primer propietario, George Preston Marshall, del Anillo del Honor en el estadio, así como el retiro de su estatua del exterior del viejo estadio RFK. El equipo también anunció que retirará el número de jersey de Bobby Mitchell, un corredor/receptor abierto miembro del Salón de la Fama, que fue el primer jugador afroamericano en la franquicia en su historia. La sección baja de las tribunas en FedEx Field llevará su nombre, reemplazando al de Marshall.
Marshall fue un personaje importante en el desarrollo de la NFL durante los años del boom televisivo, pero también fue un personaje con una visión notoriamente racista que se negó insistentemente a integrar la plantilla de su equipo. Washington fue el último equipo de la NFL en contar con un jugador afroamericano, y eso sucedió solamente cuando el Departamento de Estado presionó a Marshall, amenazándole con rescindir su contrato de arrendamiento con RFK Stadium para dejarlos, básicamente, sin casa. Asumo que no faltará mucho tiempo para que Marshall también sea removido del Salón de la Fama, en Canton.
La historia parece repetirse. La alcaldesa de Washington D.C., Muriel Bowser, ya había hecho comentarios públicos en el sentido de que el nombre del equipo era un obstáculo para encontrarle al club un sitio adecuado para la construcción de un estadio nuevo en los años próximos. Sin embargo, presión impuesta por patrocinadores del peso de Nike y FedEx finalmente parecen haber colmado el vaso. Y es que, en realidad, ya era tiempo.
El cambio de nombre, cuando sea que llegue, no tendrá ningún efecto en lo deportivo. No será la primera vez que un equipo cambie de nombre, sin que se debe a una mudanza de ciudad. La misma franquicia de Washington lo hizo en sus inicios, naciendo como los Boston Braves.
Un ejemplo a seguir es el de la Universidad de Stanford. La escuela adoptó en 1930 el mote de Indians, pero el senado estudiantil votó en 1972 para remover ese nombre, en respuesta a quejas de estudiantes nativos americanos. A partir de 1981, a los equipos deportivos de la universidad se les conoce como Stanford Cardinal --en singular--, y funciona. De algún modo, Stanford sigue siendo, a través de todos estos años, Stanford, y no se ha perdido nada.
Si Stanford, que lleva jugando al fútbol americano desde 1891, lo pudo hacer, no hay ningún impedimento para Washington. Ejemplos, hay en todos los deportes, como el logo nuevo de la Juventus de Turín, cuya introducción para la campaña del 2017-2018 en nada altera el rico historial de la Vecchia Signora.
Lo que es importante aquí señalar, es que no se trata de si a Pepito Pérez, sentado en el sillón de su casa al otro lado del mundo, le parece o no que deben ofenderse los nativos americanos por el empleo de una palabra peyorativa que lleva décadas en uso. La expresión viene cargada desde hace siglos con una connotación despectiva y de inferioridad. La inexperiencia personal de Pepito Pérez con respecto a los usos tradicionales de la expresión no constituye un argumento para seguir empleándola.
Francamente, el tema es complejo, y querer minimizarlo a una cuestión de "identidad deportiva" o "marca" es, de lejos, insuficiente. Sostener el empleo de una palabra con tintes raciales derogatorios en aras de decir "mi equipo", es indefendible.
Cualquier aficionado real debe ser capaz de comprender que un equipo es más que un logo, más que un nombre. En Pittsburgh, los Pirates se convirtieron en Steelers, y en New York, los Titans se convirtieron en Jets, y la vida siguió su marcha. Lo mismo pasará en Washington, donde los Wizards fueron alguna vez Bullets, y el equipo de NFL adoptará otro nombre, aparentemente, en poco tiempo.