México se mantiene fiel a su historia: tras un fracaso, llega otro mayor, por lo que nadie puede decirse sorprendido tras el nuevo papelón, ahora ante Uruguay.
La Selección Mexicana de Futbol tiene una capacidad infinita para superarse. Cuando parece que tocó fondo y que no hay un escenario más lúgubre, salta al campo para demostrar lo contrario.
Nadie en su sano juicio podía pensar que México es superior a Uruguay; sin embargo, aceptando que el rival tiene mejores futbolistas, un entrenador de primer nivel y un notable juego de conjunto, lo mínimo que se esperaba del Tricolor es que compitiera.
Y competir no significa tirar patadas, que los jugadores se hagan los valientes o ensuciar el partido; competir es aceptar que eres inferior al rival en turno y pese a ello nunca achicarse, llevar al máximo las capacidades y en la medida de lo posible exhibir el estilo que te caracteriza.
Sucede que México no tiene estilo, ni rumbo, ni idea, ni nada. El conjunto nacional es un manojo de ocurrencias, de invento tras invento, de nulo aprendizaje del pasado y de eternas ilusiones que más temprano que tarde se topan con la realidad.
Jaime Lozano pecó de inocente o de incapaz al presentar un cuadro “alterno” ante Uruguay, cuando se trata de una selección poderosa y sobre todo, porque era una oportunidad inmejorable de perfilar al equipo que disputará la Copa América.
La Celeste no tuvo que emplearse a fondo para, en 45 minutos, reflejar las enormes distancias que hay entre una y otra escuadra. 3-0 caminando y a otra cosa. El ensayo para Marcelo Bielsa debió de ser de poca utilidad ante la pobreza del oponente.
Si quedaba alguna duda de que Jaime Lozano no tiene los tamaños para ser el técnico nacional, ayer lo dejó clarísimo. Planteó el encuentro como si fuera a medirse contra alguno de los rivales exóticos de la Concacaf, sin demostrar la mínima conciencia de dónde está parado.
Y lo peor, tras el descanso y ya con la goleada a cuestas, no modificó absolutamente nada, salvo que cambió de banda a César Huerta. Con 20 jugadores en la banca para realizar los ajustes necesarios e intentar por lo menos frenar la humillación, sencillamente no reaccionó.
Y Uruguay metió el cuarto, suficiente para no arriesgar de más y entrar en una etapa de relajación al percatarse de la fragilidad tricolor.
El balompié nacional ha tirado a la basura 18 meses, tiempo que ha transcurrido desde que quedó fuera en la Fase de Grupos del Mundial de Qatar en 2022.
Se prometieron cambios de raíz, ahora sí priorizar lo deportivo sobre lo económico y una lista interminable de escenarios “idóneos” para que la Selección Nacional pudiera tener el anhelado crecimiento que busca desde hace décadas.
¿Y qué pasó? Que le dieron el control a un personaje cuya mayor virtud es ser un exitosos hombre de televisión —Juan Carlos Rodríguez—, y éste a su vez se rodeó de su gente de confianza que tampoco entiende mucho que digamos de futbol… Ivar Sisniega, para no ir muy lejos.
Resulta que el expentatleta que ahora es presidente de la FMF, dice que los resultados no importan, que México no busca ganar la Copa América, sino prepararse rumbo al próximo Mundial.
Dicha idea ya se la trasladaron a Jaime Lozano, quien bajo el amparo de la “renovación” del equipo, justificará los ridículos cada vez más constantes.
México no es un rival atractivo para las potencias futbolísticas que buscan la mayor exigencia o ‘sparrings’ que en verdad los pongan en aprietos y los obliguen a competir sin relajaciones.
Anoche Uruguay sacó el pie del acelerador porque de haberlo decidido le podía meter seis o siete goles a un conjunto azteca sin pies ni cabeza, al que no se le nota trabajo alguno ni mucho menos cuál es su idea futbolística.
Cambiará poco y nada en los próximos meses y quizá años, pues de acuerdo con declaraciones recientes de los directivos que manejan al Tri, Lozano seguirá firme hasta el 2026.
Una lástima porque la Selección Nacional no necesita a “un buen muchacho” al timón. Dicen que Jaime lo es, que es apreciado y valorado por futbolistas y directivos. Lamentablemente su calidad humana no es reflejo de capacidad, y menos para ocupar un cargo en el que se requiere mano dura, trabajo, talento y experiencia.
Nadie debería darse por sorprendido tras un nuevo papelón del Tri. Es la marca de la casa: tras un fracaso, llega otro mayor.