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El partido más celestial de un Messi humano

AL RAYYAN (Enviado especial) -- Hay seres cuya presencia se mueve entre lo humano y lo divino. Entre lo terrestre y lo extraterrestre. Entre lo posible y lo solo para ellos posible. Son los que están destinados a cambiar la historia. Los capaces de torcer el destino, o incluso los encargados de cumplirlo de forma inexorable. Lionel Messi es uno de estos seres.

Messi no nació dios. Como Heracles, sus virtudes, su fortaleza y su valentía lo ascendieron a ese sitial, quizás indeseado por humildad y por falta de vanidad. Hoy, a los 35 años, es mucho más que un ídolo o un héroe. Es el símbolo de una nación que sueña. El líder capaz de todo. Y nunca antes había asumido de forma tan rotunda su destino divino como en el partido de octavos de final de la Copa del Mundo de Qatar 2022.

Contra Australia, el número 10 tuvo la mejor actuación mundialista de su vida y una de las mejores que se le recuerde a un futbolista argentino. En su partido mil como profesional y en su 23er encuentro en el máximo torneo, conmovió. Y esa es la mejor forma de describir su tarea. Fue conmovedora. Se puede analizar desde lo táctico, estratégico y estadístico, pero todo será insuficiente. Lo hecho por Messi en el estadio Ahmad Bin Ali debe sentirse en la carne y en el alma. Su sacrificio fue humano y su talento, divino.

La Selección Argentina volvió a superar a su rival con claridad, a pesar del cansancio que nubla los sentidos y de la falta de fluidez en algunas circunstancias del juego. Impuso condiciones desde el comienzo, buscó atacar siempre e hizo los méritos para ganar sin sufrimiento. Pero en este campeonato nada es tan simple como parece y el final fue tan angustiante como celebrado.

Los últimos 30 minutos del capitán albiceleste ya forman parte de los libros de historia grande del fútbol nacional, aunque ni el mejor literato podrá hacerle justicia con palabras a sus actos. Tras el fortuito gol australiano, el partido se convirtió en un manojo de nervios y en ese contexto, el seleccionado más talentoso es el que pierde. Entonces, la sangre fría se hace tan necesaria como la fortaleza física o la virtud futbolística.

Messi fue el líder de un grupo de jugadores que se entregó hasta las lágrimas. Futbolistas que enfrentaron a una Australia sin ideas ni complejos y que al mismo tiempo jugaron contra la irracionalidad del fútbol. Una vez más, el capitán se puso al frente del equipo y gambeteó. Y luchó. Y se asoció. Y gritó. Y metió. Y festejó.

Quizás, en realidad no fue sangre fría lo que tuvo el seleccionado nacional en esa última media hora. Tal vez fue corazón caliente, que es mucho mejor. Porque sangre fría tienen los asesinos y corazón caliente tienen los enamorados. Y este equipo juega con amor. Amor mutuo entre ellos primero. Y también amor a un objetivo y amor a un pueblo que vive con una ilusión pocas veces vista. Aquí en Doha y en cada rincón de la patria.

El amor de Messi es a todo lo dicho antes pero primero a la pelota. Hubo una jugada en la que tomó el balón en mitad de la cancha, hizo un rulo hacia atrás y encaró hacia adelante. Gambeteó en velocidad como lo hacía a los 20. O a los 8. Llegó hasta al área pero no pudo rematar. Fue una sola de sus múltiples muestras de coraje, categoría, espíritu ganador y hambre de gloria.

Sus compañeros no tuvieron más que seguir su ejemplo. Y así Lisandro Martínez sostuvo la victoria en una acción que reunió la mezcla justa de capacidad atlética con lectura futbolera. Y así Emiliano Martínez tuvo su primera atajada salvadora en el tiempo cumplido. Y así Enzo Fernández corrió para jugar y jugó para correr. Y así Rodrigo De Paul fue otra vez su principal escudero, tanto para juntarse alrededor del balón como para sacrificarse. Y así Nicolás Otamendi fue otra vez un baluarte.

Están los datos de su actuación, pero no le hacen justicia. Es mucho mejor explicarla desde el más puro sentimiento. Con el corazón en la mano y las lágrimas en los ojos. ¿Si no es demasiado elogio por un partido de octavos contra Australia? En un Mundial en el que Japón eliminó a Alemania, Corea del Sur a Uruguay, Marruecos a Bélgica y la propia Australia a Dinamarca, minimizar la tarea del diez argentino es una torpeza ya sin sentido.

A Lionel Messi le quedan tres partidos para ir a buscar lo que ya se ganó. Y a pesar de que la ingratitud del fútbol es proverbial, también es todopoderosa la fuerza de voluntad de los dioses. El diez argentino, veterano de mil batallas y al mismo tiempo dueño de la lucidez y la frescura del más joven de los cracks, ya demostró que tiene la gracia de cambiar o de cumplir un destino ya escrito.