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La Selección Argentina ha construido su propia narrativa y prepara su capítulo final

Argentina tiene a la comunión grupal como uno de sus pilares. Getty Images

DOHA (Enviado especial) -- En la manera de contarla está escondida gran parte del encanto de una historia. En el modo de entrelazar los hechos, en los adornos que se le apliquen a los acontecimientos, en los detalles. Allí están la belleza y el calor de todo cuento. Aquello que le da vida y emoción. No en la fría continuidad de sucesos, sino en su narrativa.

La Selección Argentina que disputa la Copa del Mundo de Qatar 2022 ha construido una épica propia. Durante años ha escrito su fábula con la paciencia y el talento del mejor poeta. La ha elaborado con imágenes de felicidad, de angustia, de alegría, de sufrimiento. La ha vestido con delicadeza y con la finura que solo otorga la naturalidad. Porque creó su epopeya sin intentarlo, como si no hubiera otra forma de transitar sus circunstancias que con gracia literaria.

Una imagen. Falta una hora para el partido contra México. La derrota increíble contra Arabia Saudita aún molesta en la piel y ganar es la única forma de aliviar esa picazón. Entonces, antes de salir al campo de juego del estadio de Lusail para hacer la entrada en calor frente a decenas de miles de hinchas propios y también ajenos, Lionel Messi se pone al frente del grupo en el túnel. Allí reúne a sus compañeros. Los mira con rigidez y con la severidad que amerita el momento. Luego, todos juntos y con el capitán a la cabeza saltan al campo de juego como un escuadrón de élite. O, mejor aún, como un grupo de hombres que se enfrentan a su destino.

Entonces allí, en el césped, ríen. Se pasan la pelota, juegan, se divierten. En algunos segundos transitan de la tensión de la responsabilidad a la relajación del juego. Porque saben que no habrá éxito si no hay disfrute. Y no lo saben como aquello que se estudia o que es impuesto por la fuerza. Lo saben porque lo sienten. Para ellos, vivir entre el compromiso profesional y el goce infantil es la única manera de tratar de alcanzar la gloria. Y en ese camino han cimentado su obra.

Es difícil idenficar el día justo en el que esta historia comenzó. Quizás fue en la derrota contra Francia en octavos de final de Rusia 2018. Tal vez, en la remota Kazán y en medio de la frustración y el caos interno, Messi, Lionel Scaloni, Nicolás Otamendi y Ángel Di María percibieron algo. Mínimo y sólo apreciable para las almas sensibles. Una pequeña luz de esperanza en la oscuridad de la derrota y la incertidumbre.

O acaso fue en las primeras giras tras el Mundial, cuando Rodrigo De Paul hizo su debut internacional, Leandro Paredes se convirtió en titular y Lautaro Martínez se quedó con el puesto de centrodelantero. Ellos con su carácter, más el entusiasmo que siempre generan los nuevos amores, impulsaron la nueva era. Y entonces, cuando algunos meses después se sumó el ídolo, fue como si todo el padecimiento previo hubiera tenido, al fin, su recompensa. La relación fluyó como fluye aquello que está destinado al éxito.

Con el grupo humano consolidado, se creó una identidad colectiva indestructible. Dentro de la cancha y fuera. Primero, la comunidad y después, el equipo de fútbol. O al revés. No tiene importancia qué fue lo que consiguieron antes, porque ambas cuestiones son la misma. Se retroalimentan y se fortalecen de forma mutua. El seleccionado nacional adquirió una fisonomía muy reconocible en el campo. La idea del entrenador encontró representantes que la hicieron propia. "Buen pie", repitió una y otra vez Scaloni en sus primeros meses en el cargo. Y esos buenos pies tocaron y desde el toque edificaron triunfos.

En la Copa América de 2021 se terminó de afirmar la narrativa. Porque la victoria en el Maracaná y contra Brasil le dio el condimento que le faltaba. El primer título oficial en casi treinta años elevó a estos jugadores a un sitio de identificación popular que parecía imposible de alcanzar después de Rusia 2018. El temperamento que mostraron en aquel partido inolvidable y el regalo de un festejo tan postergado los convirtieron en héroes nacionales.

¿Con qué palabras escribieron su historia? Con palabras de amor. Porque en definitiva, la historia de esta Selección Argentina es una historia de amor. “Quiero jugar al lado tuyo el resto de mi vida”, “como te quiero hermano”, “sos mi motorcito”, "nunca me faltes" son algunos de los mensajes que se han enviado en los últimos meses los futbolistas de la Albiceleste. Sin pudores, sin medias tintas. Con la intensidad de los que aman y punto.

También han intentado responder al cariño de los y las hinchas argentinos, aunque muchas veces la distancia coloque barreras físicas y burocráticas. Los partidos en la Bombonera y el Monumental después de la obtención de la Copa América fueron una extraordinaria demostración de comunión entre representantes y representados. El pueblo argentino admira a sus futbolistas porque ellos juegan con una conciencia popular que es difícil de describir pero que se siente. Y en este punto no solo ha tenido que ver el simple triunfo, sino también el respeto por la historia, la camiseta y la identidad del fútbol nacional. Es, con permiso por la exageración, una manera de defender la Patria.

Todo esto no tendría su fuerza arrasadora sin la presencia de Lionel Messi. Él es quien le pone la magia indispensable a la historia. Su descomunal talento y su humildad militante son la mejor síntesis de este seleccionado. Él personifica una mezcla utópica de divinidad y humanidad. Y en ese contradictorio símbolo se construyó la identidad colectiva.

Sus compañeros juegan por él. Lo hace De Paul en cada sacrificio, Di María en cada gambeta, Otamendi en cada despeje, Paredes en cada pase. Lo hacen los viejos y los jóvenes. Lo hacen los que se formaron a su lado y los que lo vieron primero con ojos de niño soñador. Lo hacen todos porque lo aman y porque quieren justicia. Saben bien que buena parte del planeta está mirando hacia Qatar con el deseo de verlo vencedor. Él ya se ganó este premio, solo debe ir a buscarlo. Y sus amigos lo ayudarán en estos tres pasos que faltan.

Muchos jugadores han ganado partidos y muchos equipos han sido campeones. Pero pocos han dejado una huella en el corazón de sus pueblos. Esa es la recompensa más valiosa que existe. Y esta Selección Argentina lo ha hecho. Saberlo con certeza también sirvió para fortalecer las virtudes, liberar las tensiones, jugar más livianos y preparar este Mundial con tranquilidad y sin cargas adicionales. Con el único objetivo de escribir el último capítulo de una historia de héroes inmortales.