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Luis Suárez, el delantero que engañó a todo el pueblo uruguayo

El Pistolero es el máximo goleador histórico de la Selección Uruguaya. EFE

Luis Suárez es el máximo goleador histórico de la Selección Uruguaya, una leyenda del fútbol mundial, un goleador insaciable, pero sobre todo es el delantero que engañó a todo el pueblo oriental.

Nadie le puede ganar. Ni siquiera Suárez puede batirlo por más que se empeñe y dispare una y otra vez.

El siete de febrero de 2007 en el Estadio General Santander de Cúcuta, el Pistolero tuvo su estreno con la Celeste en un amistoso en Colombia con el Maestro Óscar Tabárez como entrenador.

“Uno no se imaginaba todo lo que iba a lograr Suárez, pero sí veías que era un fuera de serie, que era un nueve de calidad; ya mostraba una mentalidad ganadora, competitiva”, destacó en ESPN Nicolás Vigneri, compañero de habitación en aquella primera convocatoria del salteño que jugó de titular y con la número 10 compartiendo ataque con Sebastián Abreu y Gonzalo Vargas. Suárez realizó un muy buen partido, aunque recibió la tarjeta roja por protestas al árbitro Jorge Hoyos.

Fabián Carini, Ignacio Ithurralde, Andrés Scotti y Diego Godín, Álvaro González, Egidio Arévalo Ríos, Omar Pouso y Jorge Fucile, Suárez, Abreu y Vargas fue el once inicial de la Celeste que ganó 3 a 1 con doblete del Loco y un tanto de Vargas.

“El verdadero enemigo es el tiempo. El tiempo lo mata todo”, advierte Doctor Strange. ¿Pero también los goles de Suárez? Sesenta y ocho hizo con la camiseta color cielo y se convirtió en su máximo goleador.

¿Acaso no puede ser posible que el tiempo una vez ceda el terreno, pierda la marca o se ofusque ante la presión rival? Si en Uruguay vemos goles de Suárez desde siempre; si su rutina de caerse, que lo den por vencido y levantarse para gritar su gol es como el Día de la marmota con el mismo protagonista, pero cambiando estadios y personajes secundarios.

Eliminatorias, Mundiales, Copas Américas, también Juegos Olímpicos, llegando a cada citación con un logro más, con un crecimiento comprobado, como remarcaba el Maestro Tabárez, y de repente pasaron más de quince años, sus dieciséis temporadas y sus goles en Europa, su vuelta a Nacional, su vigencia en Brasil.

El 21 de noviembre de 2023, Suárez era suplente de la Selección Uruguaya como nunca lo había sido. Esta vez no era para preservar su físico o para dosificar cargas, ni pensando en el próximo partido, ni por cuestiones tácticas del entrenador. Era suplente. El tiempo había hecho crecer a Darwin Núñez que ni siquiera había cumplido sus ocho años cuando Suárez jugó aquel encuentro ante Colombia.

El tiempo también había cambiado a Luis, quien agregaba besos en sus festejos porque ya no era sólo su pareja Sofía, sino que después eran con su hija Delfina, y después Benjamín, y después Lautaro.

El tiempo, su paso, permitió que Suárez no se quedara en aquel joven de Nacional cuyo juego y entusiasmo hacían imaginar que con él en cancha algo iba a pasar, que todo era posible como alguna vez subrayó Alejandro Garay, entrenador de Suárez en las formativas del Tricolor.

Tampoco Suárez fue por siempre la sensación del Groningen ni el capitán y goleador del Ajax, porque sin tiempo no hubiera aprendido tanto en Países Bajos ni se hubiera marchado a Liverpool para que todos los uruguayos se alegraran con sus goles en Premier League los sábados de mañana o domingos al mediodía.

Que tal vez uno podría sentir la tentación de paralizar el tiempo ahí en esas tres temporadas de Premier, pero no hubiéramos visto cómo, a contrarreloj, pudo recuperarse con una velocidad insólita, empatarle al tiempo y ganarle a Inglaterra en el Mundial de Brasil, y después maravillar a todo el mundo conformando ese tridente de Barcelona con Lionel Messi y Neymar.

Y entonces la resiliencia en Atlético de Madrid para cumplir con las reglas de los personajes de Pixar, y la vuelta a su casa para demostrar que ha sido El Gran Pez del fútbol uruguayo. Y Gremio de Porto Alegre y su regreso a la Selección en aquel noviembre de 2023.

En ese encuentro ante Bolivia, su partido número 138 con Uruguay, Suárez siempre pensó, como dijo alguna vez Jorge Valdano, en la jugada siguiente de cada partido. Algún vetereano en la Tribuna Olímpica lo vio en el banco de suplentes y recordó su mano ante Ghana en Sudáfrica. Suárez miró el 1 a 0 de Darwin Núñez a los quince minutos y pensó en la jugada siguiente. En la América había un debate entre quien elegía al Suárez 2011 con la Copa América y los cuatro goles a Chile, y quien optaba por el de 2013 en el final de las Eliminatorias rumbo al Mundial de Brasil; en tanto, Luis celebró el segundo gol uruguayo y enseguida imaginó la jugada siguiente.

Aquella noche durante el complemento en el Estadio Centenario, en la tribuna Colombes un niño escuchó a su madre volver a contarle de los dos goles ante Inglaterra y de su sensacional regreso ante Brasil por Eliminatorias en Recife tras la suspensión, mientras Suárez proyectaba la jugada siguiente. El Loco Marcelo Bielsa ordenó su ingreso por Darwin al minuto 73, y Luis pensó en su jugada siguiente.

El tiempo sabe. ¿Cómo podríamos jugar distintos partidos si siempre fuera el mismo día? Tal vez Messi hubiera sido una mejor ilusión si se hubiera quedado en Barcelona y si no hubiera ganado el Mundial con Argentina; durante veinte años podríamos haber creído que estábamos viendo la misma película con el tiempo en pausa.

Necesitamos metáforas. Creer en ellas, en delanteros que busquen vencer al tiempo y pierdan y ganen a la vez. Friedrich Nietzsche sostuvo que ‘los hombres más dotados son únicamente fabricantes de metáforas, sólo poetas, y los poetas mienten demasiado’. Quienes nos han hecho creer que en cada domingo, que en cada partido, habrá un gol de ellos, también.