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Mi viaje oculto: Un futbolista profesional revela que es gay

Thomas Beattie: "Soy hermano, hijo, amigo, exfutbolista profesional, empresario y un muchacho competitivo hasta un extremo fastidioso. Soy muchas cosas, y una de ellas es hombre gay". ESPN Illustration

Nota del editor: Thomas Beattie jugó fútbol profesional entre 2008 y 2015. Oriundo de Inglaterra, comenzó su formación en la cantera del Hull City, pero su carrera le llevó a recorrer tres continentes, mientras buscaba su verdadera identidad. Esta es su historia, relatada a Emily Kaplan.

Cuando mi club, el Warriors FC de Singapur, clasificó a la Liga de Campeones de Asia en 2005, nuestro primer encuentro se disputó en Myanmar. Había 40.000 aficionados presentes en el estadio, saltando en las tribunas. Solo el ambiente previo (con la insignia en mi camiseta, escuchar el himno de la Liga de Campeones) erizaba mi piel. Siendo un chico del norte de Inglaterra, soñaba estar presente en un escenario como este.

El partido terminó definiéndose en tanda de penales y yo cobré el segundo. El trote desde la mitad de la cancha se sintió súper intimidante. Todo se desaceleró, con todas las miradas puestas sobre mí. Bloqueé todo a mi alrededor hasta que todo se concentró en un ruidoso zumbido. Me dirigí hacia la izquierda del portero y anoté el gol. Ganamos ese partido, en un momento sumamente importante para mi persona y mi club.

Cuando aterrizamos de regreso en Singapur, me sentía vacío.

Vivía junto a algunos compañeros y porque teníamos libre el día siguiente, ellos querían salir. Les dije que me dedicaría a mis cosas, quizás iría al gimnasio. No podía seguir mintiendo de esta forma para siempre. Usualmente, soy una persona sumamente sociable, pero me estaba convirtiendo en antisocial, intentando evitar escenarios que podrían ponerme en evidencia. Este era un patrón que se había apoderado de mí, en mi paso por todo el mundo.

Me acosté en mi cama, con la mirada fija al techo, sintiéndome como el chico más solitario del mundo. Las lágrimas corrieron sobre mi rostro; una cascada paralizante de emociones me inundó, apoderándose de mí. Todo mi cuerpo se sentía encendido; un hormigueo corría por mis brazos y mi corazón comenzó a acelerarse, quizás a mil pulsaciones por minuto. Oré pidiéndole a Dios que pudiera despertar, que todo esto desapareciera de mi ser; aunque muy dentro de mí, sabía que estaba orando por algo que no podía ser. Necesitaba pedir a la Providencia la fortaleza suficiente para aceptarme a mí mismo, tal como soy.

Se sentía extraño porque, en ese momento, lo dije en voz alta por primera vez. Escuché el sonido de mi voz, pero sonaba como si lo dijera otra persona.

Han pasado cinco años desde entonces y nunca me he sentido más cómodo con quién realmente soy: no con unas partes de mi persona, sino con todo mi ser. De todas las cosas que he logrado u obtenido, la búsqueda de comprenderme a mí mismo ha sido la más liberadora. Por ello, puedo decirlo en voz alta, para que todos me puedan escuchar: me llamo Thomas Beattie. Soy hermano, hijo, amigo, exfutbolista profesional, empresario y un muchacho competitivo hasta un extremo fastidioso.

Soy muchas cosas, y una de ellas es hombre gay.


Justin Fashanu se convirtió en el primer futbolista profesional masculino británico en salir del clóset en 1990. Ocho años después, se arrebató su propia vida en un incidente trágico. Desde entonces, se han producido muy pocas historias visibles de hombres gay dentro de nuestro deporte, especialmente en Inglaterra. Robbie Rogers salió del armario en 2013: si bien Robbie es estadounidense, jugó con el Leeds United. El centrocampista alemán Thomas Hitzlsperger, el único hombre abiertamente gay que ha militado en la Premier League, salió del clóset en 2014, el año posterior a su retiro.

Ser gay y tener una carrera en el mundo del fútbol nunca pareció ser una opción. La sociedad me dijo que mi masculinidad estaba vinculada a mi sexualidad (algo que, obviamente, ahora sabemos que es un supuesto falso); sin embargo, sentía que no podía ser futbolista y aceptar quien era. Todas las cosas que tenía a mi alrededor me sugirieron que estos dos mundos eran enemigos acérrimos y que tenía que sacrificar uno de esos dos elementos de mi persona si quería sobrevivir. Esa no es la sensación que se desprende de otras industrias. En el ámbito musical, todos adoramos a Freddie Mercury y a Elton John. Es aceptable en el mundo del cine. Tim Cook, el Jefe Ejecutivo de Apple, es gay y no hay problemas con ello.

Pero en el mundo del fútbol, sigue existiendo temor a que un compañero gay pueda perturbar el ambiente dentro del equipo. A veces, es un problema que ocultamos debajo de la mesa, como si la homofobia ya no fuera un tema latente dentro del balompié. Obviamente, eso no es cierto si existen tan pocos ejemplos que pueden servir como modelos a seguir a los jovencitos.

He escuchado términos despectivos para referirse a los gais en vestuarios y sobre la cancha. Quiero decir que una de las peores cosas que se le pueden decir a una persona en un ambiente deportivo es: "Eres tan gay". Esas palabras y frases están profundamente enraizadas en ciertos sectores de la sociedad. Pero no pienso que muchas personas que repiten esas cosas lo hacen con intención. Simplemente, repiten cosas.

Estadísticamente hablando, es imposible decir que quizás no existan muchos otros futbolistas iguales a mí: que viven en silencio, al igual que yo lo hice. Si se encuentran leyendo la presente nota, por favor sepan que estoy aquí y que puedo ser fuente de apoyo. Siendo justos, también comprendo el por qué no han salido del clóset. Durante los 10 años que jugué como profesional, así era yo. El deporte profesional puede ser un ambiente sumamente volátil, bastante implacable. Varios factores influyen en la conformidad. Siendo joven, uno admira a las personas que se encuentran en un nivel superior al de uno: jugadores veteranos, entrenadores y técnicos. Si uno no ve personas similares a uno en puestos de mayor jerarquía, no cuentas con la suficiente confianza para entender que esos dos mundos pueden coexistir.

Probablemente, no fue una coincidencia que el fútbol me llevó tan lejos como fue posible: jugué en Estados Unidos, y luego volví a Europa. Jugué en Canadá, luego en Singapur. El fútbol fue mi salvador y me permitió esconder lo que realmente soy. Podía reconcentrar la mínima dosis de energía, la mínima dosis de mi ser y dirigirla hacia el fútbol. Y debido al hecho que me consumió totalmente, podía ignorar esa cosa tan molesta que seguía escondida en un confín de mi mente.


Me crié en un pequeño pueblo llamado Goole, en el condado inglés de Yorkshire del Norte. Las personas que viven allí son laboriosas y se enorgullecen de su trabajo manual. Realmente, nunca tuve contacto con personas de la comunidad LGBTQ+. Siempre me iba a dormir con el sueño de que al día siguiente podía ser más grande de lo que era hoy, y fui incansable en la búsqueda de las cosas capaces de encender mi alma.

A los 9 años, comencé a practicar fútbol y el fútbol se convirtió en algo que me motivaba a buscar cosas grandes. En cuestión de seis meses, fiché por el Hull City. Me gustaba mucho la escuela y era gran aficionado a la música; pero a los ojos de mis contemporáneos, el fútbol me dio un sello de aprobación. Cuatro veces a la semana, partía temprano de la escuela para entrenar en la academia del club. Todos tenían esas grandes esperanzas de que yo llegaría lejos y jugaría como profesional.

Firmé un contrato profesional juvenil con el Hull y como rito de iniciación, los profesionales del primer equipo nos llevaron a un club de estriptís. Siendo atleta, terriblemente concentrado en alcanzar mis metas, siempre me encontraba en el centro de todo. Nunca olvidaré esa noche en el club de estriptís porque fue la primera vez en mi vida que me sentía por fuera de una experiencia. Todos a mi alrededor decían que sería un momento divertido y genial. No obstante, allí me encontraba, sentado y distante, pensando: esto se siente extraño. En ese momento pensé: quizás algunos de mis amigos sentían lo mismo. No lo sé.

Dos años después de firmar mi contrato, comencé a perder mi amor por el fútbol. Tenía 18 años y me sentía confundido con respecto a quién era. La gente a mi alrededor comenzó a explorar y experimentar, y nunca me sentí realmente cómodo visitando los bares. El fútbol siempre era mi excusa. Les respondía: No tengo tiempo para esto, estoy entrenando. Estoy haciendo lo mío.

En lo emocional, yo sabía que era diferente, pero no podía identificar por qué. Se sentía como una inmensa contradicción. El fútbol era mi pasión, la única identidad que conocía. Me encontraba a punto de alcanzar mi meta, convertirme en jugador del primer equipo del Hull City. Y a pesar de ello, todas las cosas por las cuales trabajaba y sentía amor me conducían a un lugar donde no era capaz de funcionar. Comencé a sentirme incómodo en el ambiente donde me encontraba; incluso me sentía debilitado.


Solicité una reunión con el cuerpo técnico del Hull City y nos encontramos en el complejo de entrenamientos. Tenía problemas, pero no podía expresar por qué. Siendo honesto, me sentía petrificado ante la idea de finalmente comprender que sucedía. Simplemente, dije que no me sentía contento.

La gerencia fue buena conmigo. Me preguntaron si quería ir a otro equipo en condición de préstamo, o esperar y desarrollarme hasta formar parte del primer equipo. Sentía ciertos deseos de irme lo más lejos posible. Como yo tenía buenas calificaciones, un personero del club sugirió que me fuera becado a Estados Unidos. Nunca me imaginaba que esa podía ser una opción. Tomé un examen ACT, que se utiliza para determinar el grado de aptitud para cursar estudios en una universidad estadounidense. Literalmente una semana después, estaba montado en el avión.

Al principio, asistiría a la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill; sin embargo, al haber firmado un contrato como jugador juvenil profesional, no podía jugar con el equipo de esa casa de estudios durante un año. Por ende, terminé yendo al Limestone College, una universidad de la División II en Carolina del Sur, porque podía jugar de inmediato. Me encantó. Podían colocarme en cualquier rincón del mundo fuera de dónde me encontraba y habría pensado que era algo asombroso. Literalmente, el fútbol en Inglaterra se sentía literalmente como si me encontrara debajo del cristal de aumento de un globo de nieve y finalmente había ganado la libertad.

En la universidad, no era extraño que yo me metiera en el departamento de música y tocara los instrumentos o arrastrara a mis compañeros para ir al gimnasio a altas horas de la noche. No había forma de que siguiera acostado en mi cama hasta que físicamente llegara a un punto donde no podía seguir despierto. Tenía miedo de estar solo por las noches. Cuando estaba tranquilo y adormecido, eso significaba que estaba solo con mis pensamientos. Mientras mayor tiempo pudiera permanecer despierto, podía seguir dejando de lidiar con quién era en realidad.


En mi segundo año de estudios, fui designado como el primer jugador del primer equipo laureado como All-American en la historia del programa atlético de mi universidad. Aunque me encontraba bien encaminado para terminar rápidamente mis estudios, obtener mi título de grado era sumamente importante para mí. Además, todos a mi alrededor en ese momento tenían la meta de jugar en Europa. Fui semi-influenciado hasta creer que eso era lo que yo deseaba también. Contraté a un agente, dejé la universidad y volé a Noruega donde se suponía ficharía por un equipo.

Tres días después, sabía que había cometido un error. Me sentía tan contento en Estados Unidos. Había vuelto a encontrar el amor por jugar al fútbol. Volver a Europa era encontrarme dentro de un ambiente donde sentía que era imposible entender quién era en realidad.

Llamé a mi agente y le dije: "No puedo quedarme aquí". Obviamente, él se sentía decepcionado, especialmente tras haber rechazado muchas ofertas en Estados Unidos. Me envió a Escocia. Antes de llegar allí, ya estaba consciente de que no iba a funcionar. Permanecí en Escocia durante aproximadamente tres semanas y me pidieron firmar un contrato por un año. Yo no quería eso. Tenía 23 años y todo lo que quería hacer era esconderme.

En 2008, fiché por la liga canadiense de fútbol. Se suponía que sería algo temporal, pero terminé jugando allí por un año, y luego un segundo. Fui Novato del Año, líder goleador de la liga. Fui capitán del Ottawa Fury en su primera temporada de existencia. Hice todo lo que necesitaba hacer, pero me sentía agotado. Incluso, a pesar de cosechar éxitos, seguía escondiendo esta cosa que se pudría dentro de mí. Constantemente me veía obligado a suprimirlo, lo que acaparó demasiado espacio en mi capacidad mental. Me sentía agotado. La mayoría de mis amigos estaba sentando raíces, tenían hijos, adquirían viviendas. Sentía que, si permanecía allí por demasiado tiempo, la gente comenzaría a preguntarse por qué yo no hacía lo mismo.

Yo no creía que tenía que volver a pasar por todo esto. Cada vez que me mudaba, pensaba que podía empezar de nuevo, hacer borrón y cuenta nueva. En un nuevo país, uno puede ser quien desea ser, o al menos así creía yo. Me sentía tan solo.


Nueve meses después del partido de la Liga de Campeones AFC en Myanmar, sufrí una horrible colisión en un encuentro, en busca de un cabezazo. Todo estaba destrozado: me fracturé el cráneo, sufrí una hemorragia cerebral y mi lóbulo frontal estaba completamente destruido. Cuando abandoné el hospital tras la cirugía, me dije a mi mismo: si puedo superar esto, me permitiré el tiempo y espacio para poder asumir quien realmente soy. La vida es tan frágil y las cosas que solían importar ya no eran tan relevantes. No había suficiente dinero, ni casas, autos ni logros futbolísticos capaces de darme satisfacción si no hacía una introspección y entendía mis sentimientos a plenitud.

Yo llamo a esa lesión "mi hermosa pesadilla". La belleza que emergió de esa situación fue una epifanía, en la cual entendí que ya no tenía que seguir escapando de mí mismo.

La lesión me obligó a retirarme del fútbol a los 29 años, y empecé una carrera en el mundo empresarial. Actualmente, soy un "empresario en serie", vinculado con distintos negocios. Apenas durante los tres últimos meses, empecé a salir del clóset con amigos cercanos y familiares. Soy el primer futbolista masculino profesional en Asia en salir del armario.

Vivir estos últimos años en esta zona gris ha sido algo extraño. En 2019, fui designado como uno de los solteros más deseables de Singapur, lo que me generó un montón de atención que no fue necesaria. Tuve ciertas obligaciones que se suponía debía cumplir: hablar en conferencias de prensa, pedir a mis seguidores en redes sociales que votaran por mí, aceptar invitaciones de algunas damas para acompañarlas a varios eventos... pero me negaba a cumplir con ellas. Durante todo ese calvario, me preguntaba a mí mismo: ¿por qué sigo haciendo esto?

Hoy en día, siento la obligación de contar mi historia. Mientras crecía, jamás pude leer una historia similar y me pregunto cuán diferente habría sido mi vida de haber tenido esa oportunidad. También sé que me encuentro escribiendo la presente nota en un momento en el cual muchas de nuestras vidas se han visto alteradas. El entorno actual nos ha obligado a permanecer encerrados, más aislados que nunca. Esto no es nada nuevo para un atleta gay en el clóset. Intentar lidiar con esta sensación durante toda tu vida puede ser debilitador.

Para cualquier persona que lea esta nota y se encuentre luchando con su identidad: quiero que se den cuenta que en el momento específico cuando aprenden a asumir y comprender a plenitud quiénes son, es en ese momento cuando se convierten en poderosos. Les pido que sean amables consigo mismos porque los pensamientos que se dicen a sí mismos se convierten en palabras y las palabras se convierten en acciones. Una vez aprendí eso, me convertí en la mejor versión posible de Thomas Beattie. Espero que mi historia pueda reflejarse en ustedes, para que sepan que no se encuentran solos y que un día vivirán en un mundo donde ambos ambientes puedan coexistir. Espero que eventualmente podamos llegar a un espacio donde no tengan que sacrificar lo que son, para convertirse en atletas.

Y le digo al mundo del fútbol (jugadores, técnicos, gerentes, propietarios e hinchas) que les reto a ser compasivos. Buscar dentro de ustedes mismos y preguntarse: ¿Qué es lo que realmente creen con respecto a la diversidad, desigualdad e injusticia social? Que sean conscientes del ambiente que están creando e intenten descifrar si este entorno ayuda a que todos los grupos de personas se sientan incluidos. No teman al día cuando un atleta gay porte el escudo de su camiseta. Tengan miedo del periodo de tiempo prolongado en el cual no se produzca algo similar. Después de todo, podríamos perdernos al próximo Lionel Messi, quien, casualmente, podría ser gay.

Espero que con el tiempo no tengamos que seguir hablando sobre estos temas. Entiendo que, para llegar a ese punto, aún existe mucho trabajo por hacer. Pero me encantaría formar parte de esa conversación y tener un asiento en esa mesa.