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Popovich: fin de la era de un sabio que logró imposibles en Spurs

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Shams: Temporada de NBA es demasiado exigente para que Popovich siga como entrenador (1:40)

Shams Charania explica por qué Gregg Popovich dejará su cargo como entrenador en jefe de los San Antonio Spurs después de 29 temporadas. (1:40)

La leyenda de San Antonio no dirigirá más al equipo: quedará como presidente de los Spurs, pero su legado será infinito.


Gregg Popovich no volverá al banco de los Spurs. Será difícil para el mundo del básquetbol, para los seguidores extremos de la NBA, aceptar que esto es un hecho. Con 76 años, será ahora presidente de la franquicia de San Antonio. El hombre que condujo a cinco campeonatos a un mercado pequeño, que luchó como nadie para recomponerse de un derrame cerebral que lo alejó del campo de batalla, tendrá un cambio de posición.

El reposo merecido de quien fue uno de los mejores estrategas de todos los tiempos.

Muchos se olvidan, pero hablamos aquí de la figura del entrenador más ganador de la historia de la NBA. Un estadista. Alguien que supo ganar, pero estuvo dispuesto a perder para formar. Utilizó sus últimos años en el banco de suplentes para gestar el bien común. Para Popovich, la franquicia texana fue como para Antonio Gaudí la Sagrada Familia: no hará falta estar presente el día que se coloquen los ladrillos faltantes.

Recibió, así, elogios en forma de caricias en su etapa dorada y golpes en forma de críticas despiadadas en su humilde, lógica, inevitable y programada caída. El desconocimiento, la ansiedad y la insolencia son los pecados capitales de esta época. En un mundo de cien metros llanos, Popovich pensó siempre en modo maratón. Otra enseñanza: conocer como nadie el mundo que lo rodeó en cada etapa de su vida.

Hablamos aquí de un hombre gigante. Sobre todo distinto. Disruptivo por naturaleza, sus conferencias de prensa fueron siempre genuinas. Supo tomar el micrófono en el medio de un partido para defender a un exjugador suyo de los abucheos de su gente. Enseñarle a Victor Wembanyama a jugar al básquetbol.

Puede comprometerse con su entorno, denunciar la violencia en su país, combatir el racismo. Eligió - y elige - no quedarse callado pese a la confortabilidad lógica a la que invita gozar de la impunidad de los poderosos. Enseñó con sus actos.

Popovich es, en definitiva, cultura. Y la cultura no se corresponde necesariamente con los triunfos.

Es un trabajo de años. De lustros. De décadas.

'Poppo', como le decían en sus comienzos, comenzó su carrera como entrenador en 1979 dirigiendo al Pomona-Pitzer. Para ese entonces, Tim Duncan tenía sólo tres años, Manu Ginobili se preparaba para su segundo cumpleaños y Tony Parker aún era un proyecto a futuro de sus padres.

Hijo de madre croata y padre serbio, se graduó en la Air Force Academy, se especializó en estudios soviéticos en la Academia de la Fuerza Aérea y sirvió cinco años en el Ejército.

Transitó mucho camino para ser quien es hoy. No son solo sus más de 20 años al frente de los Spurs, o sus cinco campeonatos obtenidos con el equipo. Popovich atravesó todo: buenos y malos momentos. Ya lo enseñaron los Spurs, siempre será hoja de ruta la parábola del cantero, gentileza de Jacob Riis: "La roca se rompe y no es por el último golpe sino por los cien que lo precedieron".

Popovich fue el único entrenador en la NBA capaz de generar una renovación invisible de sus planteles para siempre ser competitivo año tras año. Cuando se cruza el Rubicón, cuando la eternidad se hace piel, el mensaje llega en forma de profetas.

Dichoso, entonces, aquel que pueda lograr que alguien le hable como Duncan, Manu y Parker le hablaron a Popovich en su exaltación a la eternidad. Al borde de quebrarse, con sincero agradecimiento. En tiempos líquidos, la fidelidad es un valor cada vez más preciado.

Popovich, es, además, un feminista de verdad. Con hechos, porque a las palabras se las lleva el viento. Y Becky Hammon lo sabe. Él le dio la oportunidad para que se mezcle entre los hombres, la trató con las mismas obligaciones y derechos. Tarda en llegar, pero, al final, hay recompensa.

Quizás sea por eso que su mérito no esté en el brillante resultado deportivo que consiguió como entrenador. Popovich nunca pensó en él: Wembanyama es el futuro. ¿Qué hizo ese viejo loco sentado tanto tiempo en el banco de suplentes? ¿Qué es una pasión si no es eso?

Ginóbili le señala movimientos a Wemby. Los secretos del juego. La disciplina de la franquicia. A la distancia, Pop sonríe, porque aún recuerda a ese potrillo salvaje que llegó a Estados Unidos sin domesticar. Dispuesto a devorarse el mundo. "Esto es lo que hago", le dijo Manu.

La semilla de Wembanyama germinará cuando Pop ya no esté sentado allí. Cuesta asimilarlo, pero es la verdad. No existe mayor definición de grandeza que la que este hombre llevó a cabo: trascender para el resto. Poner lo que queda del cuerpo. Darlo todo para que lo disfruten los demás.

El básquetbol democrático, solidario y global, podrá ser ejecutado por muchos, pero siempre le pertenecerá. El bien común por encima del individuo. La mano solidaria por el otro. La humildad por sobre el ego. Algunos hombres, como Popovich, nacieron para escribir la historia.

Todos los demás, guardianes de su legado, estaremos siempre listos para contarla.