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Lo raro empezó después (Parte 1)

(Nota del editor: Este artículo fue publicado originalmente el 17 de febrero de 2012)

- Michael, piensalo así , te duele la cabeza y tienes un frasco de Tylenol. Digamos que una de las 10 pastillas contiene veneno. Seguro, tienes un 90 por ciento de chances de acertar, pero ¿Qué sucede si fallas?
- Es un buen ejemplo, Jerry, pero dejame decirte algo: a mí no me duele la cabeza.

EL PASO PREVIO AL DESPEGUE

Cuando Michael Jordan llegó a la NBA en 1984, compró una casa en Deerfield, cerca de la que poseía su amigo Rod Higgins. Era un joven tímido, siempre atento a su cuidado personal: aún recordaba las bromas pesadas de sus amigos y la obsesión que lo atormentaba por licenciarse en North Carolina.

- Coach Loughery, ¿Cree que Jordan puede ser la solución de los Bulls de acá a futuro?
- Es un joven callado, extremadamente quieto, que sólo se mueve dentro de la cancha. Es curioso, pero debe mejorar en muchos aspectos.

Para Kevin Loughery, Michael era un oasis en un equipo con pocas aspiraciones. Lo seguía de cerca, lo cuidaba, trataba de que se sientiera cómodo en un desafío grande como la NBA. Hacía bromas con Mike, le permitía jugar a su estilo. Loughery era una especie de padre para el joven procedente de North Carolina.

Jordan no quería saber nada de favoritismos. Quería ganarse el crédito desde abajo, respetaba a Loughery pero no soportaba los murmullos que había entre sus compañeros veteranos cada vez que el entrenador le dedicaba un comentario o una mirada en el vestuario antes de los juegos.

Los retos eran parte de su personalidad.

En aquella casa de Deerfield, tuvo sus primeros coqueteos con ese tipo de situaciones. Le gustaban los desafíos, poner un plus en cada uno de ellos. No era hombre de muchos amigos. Higgins, Charles Oakley, Fred Whitfield, Adolph Shiver, Fred Kearns lo acompañaban del estadio a su casa. Siempre era jugar, al básquetbol en el estadio, a los naipes en su casa. Su compañía era pequeña pero selecta. Todos ellos eran jóvenes criados en North Carolina.

- A veces pienso que no somos el número exacto para las cartas...
- Mejor lo dejas ahí, Charles. No quiero a nadie más metiendo las narices donde no le corresponde.
*

Pero, a pesar de su elección, Jordan tenía algo más que ese grupo de cuatro amigos. Sam Smith, periodista de Chicago-Tribune, y Lacy Banks, colega del Sun-Times, también tenían las puertas abiertas del recinto del joven escolta. Smith no acostumbraba a jugar a los naipes, y quizás era el único que podía estar merodeando en la casa sin que Jordan parase las antenas. Banks, en cambio, nunca se negaba a una mano. Siempre jugaba junto a Jordan, Freds y Adolph, pero cuando ellos no podían estar en Deerfield -debían pagarse los pasajes de avión desde North Carolina-, Lacy y Michael mataban el tiempo con el ping-pong.

-Vamos Mike, ya hemos jugado demasiadas veces...
-Sólo uno más, Lacy, sólo uno.
-Mira tu reloj, ¡Son las tres de la mañana!
-He dicho uno. Sólo uno más. ¿Acaso puedes negarte? Claro que no, ésta es mi casa. Aquí son mis reglas.
*

En un principio, Lacy era mejor que Michael. Todos se burlaban de Jordan por cómo tomaba la paleta. Le gastaban bromas, pero ese hombre no tenía límites, era perseverante. Todo lo tomaba como un reto, como un desafío. La historia empezó a cambiar en poco tiempo. Ya nadie se burlaba del aprendiz, por la simple razón de que el maestro había desaparecido: los partidos se habían transformado en parejos. Y tras algunos enfrentamientos más, el alumno escaló a la cima. Tan así que Lacy no pudo ganarle más a MJ. Nunca más.

Y no sólo pasó con Lacy. La misma situación se repitió con Higgins: Mike y él acostumbraban a jugar pool en casa de Rod. Allí, Higgins tenía una mesa profesional, y pasaban horas, noches enteras jugando.

Un día, los partidos pasaron de atrapantes a aburridos.

-Vamos hombre, ¿Qué es lo que sucede? ¿Has estado tomando clases?
-Sólo contigo Rod. He aprendido al ver tantas veces la misma película. Sería tonto de mi parte no mejorar, ¿No crees?
*

RUMBO A LOS 63 GRITOS

El 19 de abril de 1986, el día en Brookline era soleado, primaveral. Los retos de Jordan se habían ampliado: el ping-pong y el pool, como deportes paralelos, habían mutado en el golf. El escolta de Chicago había quedado la noche anterior con Danny Ainge, jugador de los Celtics y futuro rival, para jugar unos hoyos en el Framingham Country Club, una costumbre que ambos tenían cada vez que Bulls y Celtics se enfrentaban entre sí.

- Mañana te llevarás una sorpresa.
- No lo creo, mas bien supongo que tu te la llevarás ¿Acaso no sabes que te defenderá DJ? (Dennis Johnson) Tu y yo sabemos lo que eso significa.
- Precisamente por eso lo digo. Sé muy bien lo que significa y lo repetiré: te llevarás una sorpresa.

Aquella tarde, Ainge ganó el partido de golf. Pero las palabras de Jordan habían tomado un cariz especial para Danny. Lo habían conmovido. El aire que se respiraba en ese campo era extraño. Cuando ambos jugadores se dieron la mano para saludarse, los ojos de Mike estaban inyectados, transmitían algo.

Sin saberlo, Ainge había mordido el anzuelo: un reto de ese tipo era todo lo que necesitaba MJ para cargarse de motivación.

A Jordan le sobraba confianza. Pero no todos compartían esos pensamientos positivos. La mayoría, entre los que se encontraba Jerry Reinsdorf, propietario de los Bulls, sospechaba que su fìsico no estaba en plenitud: con sólo 23 años había padecido una temible fractura en su tobillo con la consecuencia de 64 partidos fuera de acción.

Stan Albeck, coach de los Bulls en esa temporada, tampoco ocultaba las dudas al respecto de la condición de Jordan.

El temor no era infundado. Se trataba de la misma lesión que había arruinado la carrera de Bill Walton y era claro que la directiva de Chicago no podía arriesgar una inversión de ese calibre por un capricho. Carecía de sentido de negocio.

- Michael, piensalo así, te duele la cabeza y tienes un frasco de Tylenol. Digamos que una de las 10 pastillas contiene veneno. Seguro, tienes un 90 por ciento de chances de acertar, pero ¿Qué sucede si fallas?
- Es un buen ejemplo, Jerry, pero dejame decirte algo: a mí no me duele la cabeza.

Jordan dejó Chicago para curarse a pleno en North Carolina. Tenía un yeso el día posterior a Navidad y en menos de un mes sólo tenía una pequeña protección en la zona afectada. La solución -que los Bulls conocieron tiempo después- fue jugar partidos con amigos en Chapel Hill, día y noche.

Su recuperación fue atípica. Sin doctores, sin planes de progreso, sin recomendaciones profesionales. Pagó un gimnasio por su cuenta e hizo pesas sin indicaciones precisas de nadie. Él decía que nadie conocía su físico mejor que él. Liberó la zona y jugó básquetbol al estilo callejero. Cuando le contó lo que había hecho a Jerry Krause, manager general del equipo, no le creyó.

-No puede ser real lo que me dices, Mike. Sencillamente, no puede ser.
-Lo siento Jerry, es así. Era el tipo de atmósfera que necesitaba, no quería alguien mirándome. Vamos, el experimento salió bien, despreocúpate de una buena vez.

En una entrevista con los administradores de los Bulls en marzo, MJ pidió jugar. Sabía que tenía que imponerse ante un equipo que pretendía reservarlo para obtener un puesto elevado de Draft. Pero él sólo quería entrar en acción.

Llegó a la reunión usando lentes sin prescripción médica -para aparentar más edad- y con una sudadera, con la idea de exhibir sus músculos y demostrar que estaba listo. Estaba preocupado por su cara de niño y por la sumisión que vendía antes de comenzar las conversaciones. No se podía dejar avasallar, tenía que imponer sus pensamientos ante el cuerpo médico, luchar por lo suyo.

-Oye Mike, dejame decirte algo: si sigues adelante con este capricho, tendrás un 10 o 20% de posibilidades de volver a lesionarte la zona afectada.
-Usted sabe que me gustan los números Doc...
-¿Y eso que quiere decir?
-Donde usted ve un 10 o 20% negativo, yo veo un 90 u 80% positivo. Una cuestión de probabilidades.

Un testeo probó que sus músculos estaban en condiciones y que su pierna izquierda se había hecho más fuerte que antes. A la directiva de los Bulls no le quedó otro camino que acceder al pedido de MJ.

Larry Bird, Kevin McHale y Robert Parish, entre otros talentos de elite, habían llevado a su equipo a un 40-1 en el mítico Boston Garden. El equipo de Boston, incluso, dominaba la Liga en eficiencia defensiva con 102.3 puntos recibidos por juego.

No eran en vano las palabras de Danny Ainge.

-Creo que acá ganará el conjunto, no creo que nadie pueda vencer solo a los Celtics.
-Es curioso, pero hace sólo seis semanas te encontrabas en el banco de suplentes, sin poder jugar.
-Lo se, es raro, pero aquí estoy y espero dar lo mejor.
-Ten cuidado con lo que haces Mike.
-Haré todo lo posible.

Continúa: Ver segunda parte: Lo raro empezó después