Cuando visitó el Candlestick Park en varias ocasiones en los años 80 para ver a los San Francisco 49ers, Tom Brady hizo de Joe Montana su ídolo y así sembró en su mente la convicción de llegar a ser, algún día, un gran quarterback de la NFL.
Lo que Brady probablemente nunca imaginó hace más de tres décadas es que, al momento de decidir colgar el casco y las hombreras, el peso de su nombre y el tamaño de su legado lo convertirían en el mejor jugador en los más de 100 años de historia de la NFL, luego de ganar siete anillos de Super Bowl (seis con los New England Patriots y uno con los Tampa Bay Buccaneers), además de tres premios como Jugador Más Valioso de la NFL y cinco del Super Bowl y 15 viajes al Pro Bowl).
El camino no fue fácil para Thomas Edward Patrick Brady Jr., quien tuvo que labrar su camino a la NFL con trabajo duro y en varias ocasiones, con menosprecio a sus habilidades, como sucedió en sus últimos años como quarterback de la Universidad de Michigan.
Brian Griese, hijo de Bob Griese, leyenda de la NFL y los Miami Dolphins, era el quarterback titular de los Wolverines y los llevó a ganar el campeonato nacional con una temporada perfecta en 1997. La acción que Brady tuvo fue prácticamente nula hasta que en 1998, luego de pelear por él, ganó el puesto como titular, el cual desempeñó en sus dos últimos años como colegial.
A pesar de ganar las ediciones del Citrus Bowl y del Orange Bowl en 1999 y el 2000, respectivamente, con una universidad de prestigio, Brady no fue considerado un prospecto de primer nivel para la NFL y fue reclutado hasta la sexta ronda del draft de la NFL del 2000 con la selección No. 199 por los New England Patriots.
Como sucede normalmente con una selección tan baja, Brady fue relegado al tercer equipo por Bill Belichick, pero su ética de trabajo, como el mismo quarterback y otros compañeros lo relatan en su documental “Man In The Arena” de ESPN+, le hizo escalar hasta en el depth chart de los Patriots hasta llegar a ser el suplente de Drew Bledsoe.
Todos conocemos la historia: un duro golpe a Bledsoe del linebacker de los New York Jets, Mo Lewis, dio un giro radical a la vida de Brady y cambió el curso de la historia de la NFL.
A partir de ese momento, Brady tuvo la oportunidad de poner en marcha la última parte de su plan para emular al ídolo de su niñez y lo hizo, de nueva cuenta, al remar contra la corriente al llevar a New England a ganar el primero de seis anillos de Super Bowl con los que los Patriots se convirtieron en la dinastía más dominante en la historia de la NFL.
A superar escándalos
A diferencia de Joe Montana, Brady tuvo que enfrentar señalamientos y acusaciones que tiñeron su carrera en momentos específicos: el Spygate, del cual no fue protagonista, y el Deflategate, escándalo por el que tuvo que cumplir con una suspensión de seis juegos en la temporada 2016.
En “Man In The Arena”, Brady habla de ambos episodios sin profundizar, pero los describe como oportunidades que tanto él en lo personal y los Patriots aprovecharon para demostrar que podían salir adelante pese a la adversidad.
Cuando sucedió el Spygate, en 2007, los Patriots montaron la única temporada regular perfecta de 16 juegos, la cual no pudieron coronar en el la edición LII del Super Bowl; en 2016, luego de cumplir con su sanción, Brady llevó a los Patriots a ganar el título de la NFL en la edición LI.
La memoria del ser humano es cruel, suele tener presente más lo malo que lo positivo y es, quizá, la penitencia con la que Brady deba lidiar el resto de su vida cuando se recuerden el Spygate y el Deflategate como el lado oscuro de la dinastía de los Patriots y el legado del No. 12.
Sin embargo, que Brady y los Patriots hayan mantenido durante dos décadas la dinastía no es obra de la casualidad.
El talento y nivel de preparación y ejecución con los que New England ganó seis campeonatos de la NFL, caer en tres ocasiones en el Super Bowl y llegar a cuatro finales de conferencia sólo nos pueden hacer preguntarnos, ¿qué necesidad tenían los Patriots de espiar o manipular los balones?
La respuesta no las sabremos, pero la fortaleza mental con la que Brady y los Patriots respondieron ante la adversidad es digna de reconocimiento.
La adversidad es el rival al que Brady enfrentó prácticamente en toda su carrera, desde la Universidad de Michigan, cuando tuvo que lidiar con nulo tiempo de juego, y en la NFL, a la que llegó prácticamente con escasas posibilidades de jugar.
Incluso, a pesar de haberse convertido en una dinastía difícil de emular, Brady y los Patriots no dejaron de enfrentar cuestionamientos. Después perder el Super Bowl LII y no llegar a Playoffs al año siguiente, varios señalaron que los días de gloria en New England habían terminado.
Tras volver al Super Bowl en la temporada 2011 y perderlo de nueva cuenta ante los New York Giants, la predicción era que los Patriots no se levantarían y su dominio había terminado, sin embargo, iniciaron una racha de ocho temporadas en las que, al menos, llegaron a la Final de la AFC y en ese periodo, ganaron tres títulos más de la NFL.
Pese a ello, cada año, previo a cada temporada, la historia se repitió y varios afirmaron que el dominio de los Patriots llegaba a su fin.
Algún día tendría que terminar el dominio de New England en la AFC, pero no con Brady en los Patriots.
Remar contra la corriente, luchar contra la adversidad fue una constante en la mayor parte de la carrera de Brady y su deseo de llegar a ser un gran quarterback se mezcló con los retos que enfrentó durante su carrera de 22 años.
La forma en que Brady respondió al menosprecio desde que era quarterback en Michigan y tras llegar prácticamente por la puerta de atrás a la NFL lo llevó no sólo a ser grande.
Después de 22 temporadas, Brady hizo crecer su figura a un tamaño que seguramente nunca imaginó, incluso, mayor que la del ídolo de su niñez, Joe Montana, con quien convivirá en la eternidad en el Olimpo de la NFL cuando, en cinco años, el nombre de Thomas Edward Patrick Brady Jr. llegue a la inmortalidad que ofrece el Salón de la Fama.