Nueva Orleans fue una ciudad devastada por el paso del huracán Katrina en el 2005. El fenómeno natural cruzó el sur de la Florida y arrasó a su paso, dejando más de 1,800 muertes, destrucción, pobreza y desolación. Le llevó años a esta mágica ciudad volver a ver la luz.
A veces uno no alcanza a dimensionar el poder del deporte y sus figuras en eventos tan impactantes para la sociedad. Drew Brees fue un hombre que llegó a darle sonrisas a ese pueblo tan necesitado de ellas, quien tras un paseo con su esposa por la ciudad del Jazz se percató del contraste de realidades y se comprometió con la reconstrucción no solo del equipo de los Saints, sino con la reconstrucción de la región.
El trabajo y la perseverancia los llevó a ganar un Super Bowl unos años más tarde (2010), además de haberse convertido en estos años en el hombre récord --actualmente posee la marca de mayor número de pases de touchdown en la NFL (341). Pero su legado iba de la mano de una gran imagen en la liga; lejos de los escándalos, un hombre de familia, que había apoyado a sus compañeros en múltiples ocasiones, recientemente con donaciones millonarias a los afectados por el COVID-19, quizá por ello fue tan impactante para todos los que conocemos su obra y carrera, cuando esta semana, en medio de la tensa situación que se vive en la unión americana tras el asesinato de George Floyd, en una entrevista el QB de los Saints dijo: “nunca estaré de acuerdo con alguien que le falta al respeto a la bandera”, haciendo referencia a Colin Kaepernick, quien en 2016 se hincó durante el himno de los Estados Unidos a manera de protesta por el abuso de la policía sobre la comunidad afroamericana.
Las reacciones no se hicieron esperar. Jugadores de diferentes deportes y equipos se manifestaron, heridos no solo por la falta de apoyo a su causa, sino por la falta de entendimiento de la situación que demostraba Brees ante la brecha racial tan presente aún en nuestros días con incontables injusticias y la profunda desconfianza que persiste de la ciudadanía hacia su propia policía.
De repente se convirtió para muchos en el peor mariscal de campo, en el peor compañero, en el peor deportista. Porque así de intolerante es hoy la vida en la era de las redes sociales, porque no importa una vida de grandes gestos, en un segundo de desatino se termina lo labrado en años. Porque estamos tan llenos de enojo y resentimiento que queremos rostros reconocidos para descargar nuestra furia. Porque Brees no fue consciente de la responsabilidad que tienen sus palabras en momento tan delicado.
Ahogado en la ola de descalificaciones, reaccionó al día siguiente con un mensaje poderoso, ofreciendo una larga disculpa.
Se equivocó como humano que es, como todos nos hemos equivocado, alguna o muchas veces, pero como pocos reconoció sus errores. Con gran humildad dio la cara, pero hay tanta intolerancia hoy día, que hasta en sus palabras de perdón le cuestionan si son sinceras o resultado de la presión mediática.
Brees se ha convertido de un día para otro en el recipiente de la rabia colectiva, esa que emerge de los seres ‘perfectos’ que habitan en la web.
A esos quizá poco importe incluso la respuesta que el propio Drew Brees dio al Presidente Donald Trump, defendiendo su nueva postura y la de sus compañeros, aclarándole al mandatario que no son problemas de bandera sino de injusticia.
Yo le creo. Creo en el hombre que tiene la humildad para reconocer una equivocación y rectificar; creo también que no podemos avanzar como sociedad que busca de libertades, si buscamos a quien linchar. Porque no hay nada que enseñe más que el propio hecho de equivocarse.