Europa quedó atrás para James Rodríguez. La exclusividad de brillar en las ligas top del mundo chocó contra una realidad expuesta por un mercado de pases que lo ignoró junto con la indiferencia del nuevo entrenador de Everton.
El tiempo apura. Su cuerpo reclama fútbol. Su mente pide minutos con la pelota. Su corazón extraña la Selección. Con su futuro económico blindado hace años, ese deseo que tiene por sumarse al ciclo de Reinaldo Rueda toma ventaja para justificar esta decisión.
La liga de Qatar siempre despertará sospechas. Un salario multimillonario, la traición de zona de confort por la poca exigencia, el riesgo de perder prestigio por el nivel de rivales y compañeros. Una ecuación más cercana al retiro.
Su compromiso con la tricolor es más fuerte que todos los reproches. Cuatro meses sin jugar un partido oficial lo relegaron en la consideración del DT vallecaucano. Necesita jugar y eso lo ofrece Al Rayyan. Aún con sus limitaciones deportivas.
Lo advirtió Rueda hace unas semanas: “Lo que todo queremos es que James juegue ojalá en una liga competitiva, pero antes que todo, que juegue, que sea feliz y que lo podamos recuperar para la Selección".
La balanza se inclinó hacia el sentimiento que le inspira la camiseta amarilla. Con nostalgia apoyó a sus amigos y al plantel en los últimos partidos. Sus mensajes también revelaron el dolor de no pertenecer.
James eligió bajar escalones competitivos, ceder protagonismo mediático lejos del prestigio europeo para recuperar un espacio con la Selección. La Eliminatoria va por la mitad y el equipo mantiene sus posibilidades de clasificación. Además, no le sobra nada para despreciar el talento del 10. Los jugadores distintos siempre serán bienvenidos.
Por ahí pasa esta reinvención. No hay más tiempo para perder.