El lunes, me sucedió una cosa curiosa que me causó gran alegría, mientras veía el debut de Nación ESPN por ESPN2: descubrí que cuando se trata de los medios deportivos que consumo como angloparlante de habla hispana nativo, soy un fanático al que no se puede encajonar en la rigidez simplista del español o el inglés, y por primera vez en mi vida, estaba viendo a tres personalidades de ESPN, todos latinos, hablando únicamente de deportes, sin importar el idioma, sin importar el contexto.
Para aquellos de ustedes que no están enterados de que la inmensa mayoría de los latinos estadounidenses prefiere la programación en inglés, les comparto este dato que siempre he sabido. Además, para todos ustedes que aún no han comprendido lo que significa ser un aficionado a los deportes latino, bicultural y verdaderamente bilingüe en el 2016 y por qué un programa como Nación ESPN importa ahora más que nunca, les compartiré algunos de los hechos más destacados de mi vida como fanático de los deportes y periodista deportivo:
Mi primer héroe de la infancia fue Roberto Clemente. Mi segundo héroe de la infancia fue Muhammad Ali.
Lloré cuando Butch Lee, de Marquette, y la selección nacional de básquetbol puertorriqueña perdieron por un solo punto ante el equipo de básquetbol de los Estados Unidos, claros favoritos, en los Juegos Olímpicos de verano de 1976.
Cuatro años después, en Lake Placid, festejé como loco cuando el equipo de hockey masculino de los Estados Unidos derrotó a los rusos.
Cuando era fan de los Yankees en la década de 1970, cada vez que Ed Figueroa se subía al montículo, me sentía orgulloso de ver a un boricua en la colina. Pero, en 1978, cuando Ron Guidry completó una de las mejores temporadas de pitcheo en la historia de la MLB, para mí, era el mejor lanzador del mundo. Siempre pronuncié "Reginald Martínez Jackson" (¡con el énfasis en la TÍ!), a pesar de que Don Mattingly era un regalo del cielo beisbolístico.
Asistí a partidos agotados de los Cosmos en el antiguo estadio de los Giants para venerar a Pelé. También crecí con los Knicks y apoyaba seriamente a Bernard King y Patrick Ewing.
Me gusta recordar a todo el que no esté al tanto de ello, que la selección nacional de básquetbol de Puerto Rico fue uno de los últimos equipos en vencer a un equipo estadounidense pre Dream Team (ver 1991) y el primer quinteto en derrotar a un Dream Team (ver 2004).
Como joven periodista deportivo, cubrí a un equipo campeón nacional de hockey colegial de Nueva Inglaterra para el periódico escolar y realicé entrevistas en español con jugadores de futbol para el periódico The Boston Globe. Cuando intenté trabajar en el Globe después de la universidad, resalté el hecho de que el departamento necesitaría más latinos bilingües porque con el tiempo Boston tendría más estrellas latinas de béisbol, lo que significaba que el periódico necesitaría más gente que comprendiera el mundo del que vienen estos jugadores.
Eso fue en 1990.
Me dijeron que no.
Unos años después, Nomar Garciaparra y Pedro Martínez se adueñaron de la ciudad y, siempre que Pedro lanzaba, el Globe publicaba artículos mal traducidos en español. Sacudía la cabeza cuando los leía. Esta no es la manera de llegarles a las personas como yo. Ni por asomo.
Mi amor por Nomar, Pedro y finalmente David Ortiz me convirtió en fanático de los Medias Rojas, lo que me valió el apodo del The Bronx Judas. Pero no me importaba. Fui testigo de la locura por NOMAH. Vi al mejor lanzador de la historia (lo siento, Guidry) transformar Fenway Park en una fiesta de merengue y me asombré por lo que Big Papi ha hecho por los Medias Rojas, a tal punto que podría postularse para alcalde de la ciudad tras su retiro. He visto cómo, gracias a estas tres estrellas latinas de los Medias Rojas, ser latino en esta ciudad es genial. Significa algo, especialmente en una zona metropolitana en la que el 30% de los menores de dieciocho años son latinos que también piensan que Bill Belichick es un genio del futbol americano.
Lo que quiero decir es simple: Soy un fanático de los deportes que ha vivido en un mundo variable que no me puede definir. Si quiero ver futbol americano de Foxboro, lo haré. Si quiero ver futbol de México o Europa, lo haré. Si quiero escuchar a Ernesto Jerez narrar un juego del Clásico Mundial de Béisbol en español, I will do it. No necesito que me impongan mi cultura. Simplemente quiero escuchar más voces hablando sobre el mundo deportivo que he experimentado y había sido ignorado durante tanto tiempo.
Hasta ahora.