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A un año del huracán María, recuerdos de la tragedia

Hay días que cambian por completo el curso de tu vida.

Si les preguntas a mi mamá y a mi papá, podrían aludir al nacimiento de sus hijos, a la muerte de sus padres o al día del asesinato del presidente John F. Kennedy.

¿Para mí? El 20 de septiembre de 2017.

Mi primera prueba fue el 18 de septiembre de 1989, cuando el huracán Hugo azotó a mi isla natal de Puerto Rico.

Al ser adolescente, era emocionante y atemorizante, pero de buena manera, trazar el camino del huracán y preguntarse cómo sería un golpe directo de una tormenta de categoría 5. A los 13 años, me convertí en una experta fidedigna de la escala Saffir-Simpson y sus variantes.

Y Hugo fue devastador, con vientos en el rango de las 100 millas por hora golpeando la costa noreste donde vivía mi familia. Pero al ser clasificado por Saffir-Simpson como una tormenta de Categoría 2-3, en mi mente de niña inmadura, fue una decepción.

Las pocas semanas que pasamos sin electricidad fueron divertidas. No teníamos que ir a la escuela y junto a mis hermanos nos entreteníamos con juegos de mesa y quedándonos despiertos hasta tarde (¡con mi propia linterna!) escuchando la radio. No teníamos teléfonos celulares en aquel entonces, por lo cual nuestro gran momento de diversión era ver una hora de programación en un televisor portátil de baterías de 6 pulgadas en blanco y negro.

Volví a aprender la misma lección 12 años después: como residente de la ciudad de Nueva York durante los ataques terroristas del 11 de septiembre.

Y sólo porque la vida siempre busca la forma de asegurarse de que las lecciones se hayan aprendido, llegó el mes de septiembre de 2017. Sí, otra vez, ese maldito mes de septiembre.

Y la primera prueba sería Irma.

Estaba en Seattle cubriendo Astros-Marineros, así que ese fue el tema principal entre la gran concentración de entrenadores y jugadores puertorriqueños en Safeco Field ese 6 de septiembre, incluidos Alex Cora, Carlos Beltrán, Carlos Correa, Alex Cintron, Edgar Martínez, Edwin Díaz, Emilio Pagán e incluso George Springer, cuya familia materna es del pueblo de Utuado.

El huracán Irma terminó bordeando a la isla. Esta vez no hubo ninguna decepción.

Pude hablar con la mayoría de mi familia y amigos. La casa de mi hermano Rey sufrió daños leves y no tenían luz, pero Irma nunca llegó al nivel de devastación que todos esperábamos.

Dos semanas marcarían la diferencia.

El 16 de septiembre, María se formó a partir de una onda tropical, pero las condiciones climatológicas crearon una situación perfecta para su fortalecimiento. Dos días después, María se convirtió en la tormenta más letal de la hiperactiva temporada de huracanes del Atlántico en 2017.

María azotó a Puerto Rico el 20 de septiembre. El huracán se estrelló en contra de la costa sureste, por el pueblo de Yabucoa, a las 6:15 a.m. hora local.

Los Indios de Cleveland estaban programados para jugar el segundo de tres partidos contra los Angelinos de Los Ángeles el miércoles por la noche en ESPN, así que eran las 3:15 a.m. en Anaheim, donde no me despegaba de los reportes climatológicos del "Weather Channel".

María se convirtió en la primera tormenta de Categoría 4 en tocar tierra en Puerto Rico desde 1932. Y esa niña de 13 años que llevo dentro sabía muy bien lo que eso significaba. En ese momento me arrepentí de mi conocimiento de todos los detalles de la escala Saffir-Simpson.

Al caerse todas las comunicaciones tras el apagón general que hubo en la isla, ese era el tema de discusión entre todos puertorriqueños, incluido nuestro diverso grupo de Francisco Lindor, Roberto Pérez, Sandy Alomar Jr., Martín Maldonado y el preparador físico asistente de los Indios, Nelson Pérez.

Ninguno de nosotros sabía ni siquiera si nuestros familiares estaban vivos.

Una semana después finalmente recibí un mensaje de mi mamá. La ciudad de San Juan estaba devastada, pero mi familia estaba bien. Y mi madre, siendo mi madre, siguió enviándome mensajes y consolándome, mientras yo lloraba.

Pero no había tenido noticias de mi padre ni de mi madrastra.

Envié mensajes de texto y llamé a todo el mundo que se me ocurrió, y nada. Todo lo que podía hacer era enfocarme en mi trabajo y esperar. Pero la postemporada estaba a punto de comenzar y no tenía mente para concentrarme en el béisbol.

La mañana del 4 de octubre sonó el timbre mi teléfono. El identificador de llamadas leía "Papi".

Mi mamá y papá siempre han tenido una extraña habilidad de llamarme en los peores momentos, cuando estoy abordando un avión, en el medio de una entrevista o en la parte baja de la novena entrada con las bases llenas y 2 outs. Por lo tanto, durante la temporada de Grandes Ligas, sus llamadas con frecuencia se encuentran con el botón de "ignorar" en mi teléfono celular.

Nunca más.

Salté de la cama y me paré junto a la ventana de mi hotel aledaño al aeropuerto de Phoenix, donde acababa de registrarme. No entendía casi nada entre las palabras entrecortadas de mi papá. Todo lo que quería era escuchar su voz, pero entre la estática y la pésima conexión, apenas pude distinguir la palabra "Yanquis"... Estaba muy confundida.

Finalmente comprendí lo que mi papá estaba tratando de decir: "¿Qué pasó con los Yankees?"

Como no tenía ni electricidad ni comunicación, mi padre, quien junto a José "Cheo" Cruz de los Astros de Houston es la fuente de mi amor por el béisbol, no sabía que los Yankees habían vencido a los Mellizos para pasar a la Serie Divisional de la Liga Americana, donde se medirían a los Indios.

Silencié el teléfono y me reí, por primera vez en semanas, y lloré al mismo tiempo. Luego le dije a mi papá, siempre obsesionado con el béisbol, que los Yankees habían ganado y que yo estaba en Arizona para el partido por el comodín de la Liga Nacional.

Ahí se cayó la llamada.

No hablaría regularmente con mi familia por semanas. Muchos de ellos no tuvieron luz eléctrica por alrededor de cinco o seis meses. Incontables casas y negocios fueron destruidos, muchos de ellos pertenecientes a mis parientes y amigos.

Las siguientes semanas durante los playoffs, cada vez que nos reuníamos personas conectadas con Puerto Rico, María era el único tema discutido.

Y aunque tengo una memoria muy borrosa de esos días, recuerdo claramente al coach Alex Cintrón abrazándome llorando mientras los Astros celebraban haber derrotado a los Medias Rojas, y él no había escuchado ni una palabra de su mamá.

Recuerdo que el receptor novato de los Cachorros, Víctor Caratini, me preguntó si podía pedirle a mi papá que contactara al suyo. Mi papá y Víctor Caratini, padre, se han conocido la mayor parte de sus vidas, habiendo crecido en el pequeño pueblo de Coamo, en el centro de la isla.

Y más que nada, recuerdo a Beltrán a lágrima viva porque no encontraba la forma de hacer llegar suministros y ayuda a la isla.

Volé a Puerto Rico por primera vez junto a Carlos y Jessica Beltrán a mediados de noviembre, uno de los muchos viajes para proporcionar ayuda organizado por atletas puertorriqueños activos y retirados.

Ver a la isla en esas condiciones, sin luz y sin un solo semáforo en funcionamiento, fue doloroso. Me preguntaba cómo se las iban a arreglar en seis meses para organizar los primeros juegos de Grandes Ligas celebrados en Puerto Rico desde 2010, en un viejo estadio de 56 años que sufrió daños considerables.

Pero los huracanes son nada en comparación con la capacidad de recuperación del pueblo puertorriqueño. El 18 de abril de 2018, ESPN transmitió el partido entre los Mellizos de Minnesota y los Indios en el Estadio Hiram Bithorn en San Juan.

En medio de una tristeza y una devastación insoportables, y las muchas vidas que nunca sabremos que se perdieron, Puerto Rico convirtió a la tragedia en un triunfo.

Un año después, el proceso de reconstrucción sigue lento, pero en curso. Y aunque nuestras vidas han cambiado para siempre, la fortaleza del pueblo puertorriqueño, incluidos a los 19 peloteros en las mayores este año, nunca ha sido más evidente.