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Ganen o pierdan, los nuevos Seattle Mariners son divertidos de ver

SEIS JUEGOS, SEIS DERROTAS. No se trata de algo que defina la temporada, nada que rompa corazones. Ni siquiera es memorable. Sólo se trata de una mala racha a mediados de abril que terminó con unos Seattle Mariners dirigiéndose al clubhouse cabizbajos en seis ocasiones mientras que los Houston Astros o Cleveland Indians estrechaban manos. Sin embargo, cerca del fin de ese periodo, antes de la quinta derrota, el manager de los Mariners, Scott Servais, se encontró en una posición extraña: se vio obligado a explicar por qué un equipo que nunca se suponía era ganador comenzó, de repente, a dejar de ganar.

Servais no podía decir lo que quizás tenía a flor de piel (¿y qué esperaban ustedes?). Por ello, esa frase no se dijo, pero era entendida por todos. Los Mariners comenzaron la temporada venciendo en 13 de 15 encuentros y disparaban cuadrangulares como si tuvieran la potestad de hacerlo, haciendo que todos se preguntaran cómo un equipo podía desprenderse de prácticamente cada nombre reconocible dentro de su roster y ser capaz de alcanzar algo que se acerca a la grandeza a nivel histórico.

Fue la clase de racha que hace que la gente con mucho tiempo disponible pueda investigar y encontrar que todos los equipos que han ganado 13 de sus primeros 15 partidos también se alzaron con la Serie Mundial. Fue la clase de seguidilla que causó que seis derrotas al hilo sufridas a mediados de abril se convirtieran en una noticia más relevante de lo que cualquiera pudo haberse imaginado.


Durante esos primeros 15 compromisos, Servais había respondido cada variante conocida de una pregunta igualmente improbable: ¿Qué ocurre cuando un equipo que no se supone debía ganar comienza a hacerlo de repente? Ahora, con cinco reveses en su haber y tras haber respondido a un número casi infinito de corolarios, el estratega decidió que los muros de su oficina hablaran por él.

Giró su mirada a la derecha y con la mandíbula, señaló en dirección a un afiche ubicado frente a una cita de Vince Lombardi (“El hombre sobre la cima de la montaña no cayó allí”). Ligeramente hacia la derecha, se encontraba un letrero con el logo de los Mariners y una placa de madera con el letrero “Impulsado por el Proceso” que bien podría conseguirse en los pasillos de un Walmart.

“Miren eso”, afirmó y todos los presentes en su oficina así lo hicieron, siguiendo mentalmente la indicación hecha con la mandíbula para ver a la pared y encontrarse con el objeto al cual apuntaba Servais: un calendario de los Mariners, impreso en tamaño grande.

Allí se encontraba, partido tras partido, semana tras semana, mes a mes. Partidos como local en color blanco, los juegos como visitante en color azul, con la mayor cantidad de millas recorridas durante una temporada de todos los equipos del béisbol mayor. Una gira desafiante con paradas en Cleveland, Nueva York y Boston para arrancar el mes de mayo. Un viaje a Detroit, Toronto y Tampa a mediados de agosto. A mediados de agosto, o sea, dentro de una eternidad. “Miren todos esos partidos”, indicó Servais, como si se hubiera dado cuenta de ello por primera vez. “Esa es una temporada bastante larga”.

JERRY DIPOTO se muestra positivo y certero de una forma que hace preguntarse si alguna vez ha sentido dudas. “El vaso siempre está medio lleno”, dice para luego reír. Pero esa frase no expresa por completo su actitud. Hablamos de un hombre que nunca abandona su hogar preguntándose si cerró las puertas bajo llave o apagó todas las hornillas de su cocina. Se trata de una persona que siempre tiene las monedas exactas para pagar peaje. El vaso siempre se rebosa, en la mente de Dipoto.

Esa es la clase de certeza que le permitió pasar la temporada baja prácticamente arrojando peloteros al agua (Robinson Canó, Edwin Díaz, James Paxton, Jean Segura, Alex Colome, Nelson Cruz) de un roster de un equipo con 89 victorias que no ha clasificado a la postemporada en 17 años, récord activo en las Grandes Ligas. Intentó arreglarlo todo, desde un roster que se hacía viejo hasta una terrible química en el vestuario, sin esperar la mayor parte de una década a ver si algo funcionaba bien. “Si una reconstrucción usualmente dura entre cinco a ocho años, pues quisimos hacerla en la mitad de tiempo”, expresó Dipoto. “Decidimos concentrarnos en las partidas de nacimiento. Si el procedimiento normal (denominado posteriormente por Dipoto como ‘el método de los Astros’) es adquirir chicos de 21 y 22 años con la esperanza de que maduren hasta convertirse en colaboradores importantes a los 26 y 27, entonces, ¿por qué no ir al mercado y adquirir peloteros de 25, 26 y 27?”.

Suena sencillo. Remodelar por completo un roster apostando por lo grande por jugadores que aún no han demostrado por completo su calidad y que quizás solo necesitan de un abrazo y una oportunidad. ¿Por qué nadie más pensó así? Además (y este no es un punto poco importante), la estrategia se compagina perfectamente con la tendencia vista actualmente en el béisbol en la cual se valora la juventud y el control del club sobre el jugador por encima de todo. Los peloteros mayores de 30 años ya sienten la presión: menos dinero, menos años y ya no se les ofrecen contratos suculentos con los cuales pongan punto final a sus carreras. Los Mariners permanecen dentro de la primera mitad en cuanto al listado de nóminas más costosas del beísbol, pero su núcleo se mantiene asequible y sin credenciales… a propósito.

Dipoto y Servais así lo deliberaron. El propósito era construir un equipo alrededor de jugadores talentosos que languidecieron por debajo de estrellas en otras organizaciones. Daniel Vogelbach (con sus brazos del tamaño de piernas y piernas del tamaño de un muelle) estaba estancado por debajo de Anthony Rizzo en los Chicago Cubs y ahora rompe todos los estereotipos con su tórrido bateo. Domingo Santana sumó OPS de .875 en una temporada completa en Milwaukee Brewers y se encontró en dificultades para hacerse con un puesto estable en el outfield gracias a la presencia de Christian Yelich y Ryan Braun. El receptor Omar Narvaez tenía WAR de 1.9 jugando a medio tiempo con los Chicago White Sox durante la temporada anterior. Ahora, es receptor prácticamente a diario con los Mariners y batea para poder (con OPS de .875 en el mes de abril).

“Realmente no me sentía audaz”, indica Dipoto. “Solo sentíamos que estábamos haciendo algo inteligente. Pero estábamos conscientes de que la reacción sería un poco… diría que fue un poco tibia. Aunque he hecho ya suficientes cosas que han generado sonrisas y risas, y otras tantas gracias a las cuales me han pegado con frutas en la cabeza. No siempre serás popular; no obstante, hicimos algo para trazarnos nuestro propio futuro en vez de obligarnos a reaccionar a lo que nos exigiría un roster en proceso de envejecimiento. Decidimos crear algo que se viera diferente”.


¿CUÁN DIFERENTE PUEDE VERSE un equipo de béisbol de Grandes Ligas? Comencemos con lo que ocurre aproximadamente un par de horas antes de cada partido, cuando los Mariners retroceden el tiempo aproximadamente 30 años y hacen una práctica de infield completa. Atrapan roletazos y lanzan a primera base, convierten dobleplays, los receptores lanzan hacia las bases. Si algo sale mal (y considerando que los Mariners fueron el equipo con el peor fildeo de todo el béisbol durante el mes de abril, seguramente así será), se empezará de nuevo. Algo muy elemental.

En el túnel que va desde el clubhouse de los Mariners hasta el dugout del T-Mobile Park se ubica un simulador de bateo. Una pantalla gigante muestra un video a tamaño natural del pitcher al cual se enfrentarán esa noche, lanzando en una repetición infinita. Los bateadores de Seattle se detienen allí para practicar, comenzar a tener sensaciones de posibles puntos de liberación de la pelota y en menor medida, del movimiento de los pitcheos. El simulador está a un lado del pasillo. Del otro, está colgado un banderín de gran tamaño en el cual se lee el lema del equipo: Kaizen, que significa en japonés “mejoría diaria y gradual”.

“Aquí piensan prácticamente en todo”, afirma Vogelbach.

Incluso, después de otro traspiés de cuatro partidos, no muy distinto al que Servais desestimara en abril pasado, los Mariners mantienen el liderato de las Grandes Ligas en todas las estadísticas ofensivas relevantes. Sumaron un récord de 18-14 y un promedio cercano a las seis carreras y dos jonrones por partido. Su producción fue producto tanto de la paciencia como de la agresividad. El departamento de análisis estadístico de los Mariners aportó un nuevo énfasis en la ubicación de los pitcheos y concientización de la zona de strike; no sólo para informar si un pitcher tiene mayor tendencia a lanzar ciertos envíos en strike, sino también para recalcar dónde esos pitcheos eran más vulnerables dentro de la zona de strike. Esa nueva filosofía es ejemplificada mejor por el segunda base Dee Gordon. Este año, Gordon ha negociado seis boletos en sus primeras 111 apariciones al plato. El año pasado fueron nueve en 588 ocasiones.

En un deporte que se jacta de hacer elegías diarias sobre el fracaso y arrepentimiento, en Seattle encontramos una atmósfera de camaradería. A un lado del clubhouse, encontramos al sabio veterano Jay junto a Vogelbach (en serio, es imposible exagerar el tamaño de los bíceps de este chico), un dueto inseparable. En el otro, donde los relevistas permanecen en su perpetuo estado de espera, los novatos Brandon Brennan y Connor Sadzeck están reviviendo un pitcheo que Brennan lanzó dos noches atrás. “Hombre, estaba allí sentado y todos pensaron que se trataba de una slider”, dijo Sadzeck. “Tuve que decirles: ese es su cambio de velocidad”.

“Sabemos que hay mucha gente que no cree que nos pueda ir bien”, afirma el jardinero Mitch Haniger. “Debido a ello, aquí todos nos alentamos mutuamente”. Haniger es un jardinero de 28 años que pudo haber comenzado esta campaña relegado por detrás de A.J. Pollock en Arizona antes de ser canjeado a Seattle luego de la conclusión de la temporada 2016. Ahora, se encuentra muy cerca de ser la estrella joven y en plenitud de condiciones de los Mariners. “Llamamos a Mitch ‘nuestro campeón’ porque verdaderamente lo es”, indica el pitcher Marco Gonzales. “Dentro y fuera del terreno, todo lo hace de la forma correcta. Nos alienta a todos y es uno de los mejores compañeros”.


Campeón. Dentro de un clubhouse de Grandes Ligas, donde el sarcasmo es omnipresente si no siempre en alto estado, ¿podrían estar hablando en serio?

“No es sarcasmo, para nada”, reitera Gonzales. “Cada vez que conecta un hit, decimos: ‘Ese es nuestro campeón, ese es nuestro chico’”.

Haniger reacciona de la forma más entusiasta posible. “Lo ignoro”, responde en tono cortés, aunque indicativo de que preferiría ignorar otras preguntas en el mismo tenor. “Sin embargo, diré que hablé con algunos de ellos en la temporada baja con respecto a cómo asegurarnos de que este clubhouse no fuera propiedad de un solo hombre. Estábamos conscientes de que teníamos que convertirlo en el clubhouse de todo el equipo”.

EN UNA NOCHE de abril más fría de lo que parecía, el lanzador Mike Leake yacía en la alfombra de la casa club, estirando antes de una apertura ante los Indians. Tiene 31 años, pero parece que pudo haber llegado en una patineta al estadio. En unas pocas horas, saldría del montículo después de permitir dos carreras en seis entradas en un juego que los Marineros perderían 4-2.

A la tarde siguiente, Leake dice: "La forma en que se construye este equipo parece ser el modelo de negocios a seguir en este momento. Todavía hay algunos jugadores en casa que podrían ayudar a un equipo a competir, pero la forma en que les gusta manejarlo aquí es un estilo empresarial. Puedes aceptarlo y jugar al béisbol, o luchar contra el sistema y es probable que te cambien. Están tratando de presionar a los jóvenes. Es más barato para ellos y más flexible. Un tipo veterano va a querer hacer las cosas a su manera. No va a aceptar nueva información si no va a mejorarlo”.

Leake no estaba mencionando nombres, probablemente porque era innecesario. Un bullpen tan no probado e inconsistente como el de Seattle podría usar a Craig Kimbrel sin firmar como cerrador. Una rotación armada con tanta cuerda y alambre como la de Seattle podría traer a Dallas Keuchel en el puesto número 2 o incluso en el 1 y ser al menos dos juegos mejores en el transcurso de una temporada.

“Si los firmáramos, agradaríamos al mundo analítico y al mundo de Twitter”, dice Dipoto. ¿Podrían Kimbrel y Keuchel, sin firmar en mayo, ser lo suficientemente baratos para que los Marineros se interesen? “No tengo idea”, dice Dipoto. “Estamos nadando en un estanque diferente. En este momento nuestro estanque es Connor Sadzeck, es Brandon Brennan, es Omar Narváez. Se trata de encontrar gente que necesita una oportunidad y dársela".

Joven, barata y desesperada por una oportunidad es la nueva ineficiencia del mercado. Sadzeck es un novato de 27 años que caminó a 11 en 9 innings con los Texas Rangers la temporada pasada y fue adquirido en un microcambio el 1 de abril después de que fuera designado por Texas. Donde algunos pueden ver cosas que se comportan como un niño irracional -una recta que supera las 100 millas por hora, un ‘slider’ casi imbateable de 91 millas por hora que en su día ha encontrado una parte trasera del parque o dos- Dipoto ve el tipo de talento prodigioso en el que podría madurar en un cerrador.

La introducción estándar de Dipoto, una que usó con Sadzeck y el receptor de reserva Tom Murphy, quien fue liberado por dos equipos esta primavera, refleja tanto su optimismo implacable como su perspectiva del padre Damien sobre la adquisición de jugadores. “Parece que eres un jugador de Grandes Ligas a quien no se le ha dado la oportunidad”, les dice a los nuevos, “y te la vamos a dar”.

Narváez, un receptor que vino en cambio con los White Sox por Colomé, dice: "Eso fue todo para mí. Todo por lo que he estado trabajando. Es casi como un sueño hecho realidad para ser el número 1. Me da muchas cosas. Estoy orgulloso de mí mismo, y ahora tengo que cuidarlo y aprovecharlo".

La gratitud expresada por varios de los nuevos Mariners subraya la motivación detrás de la frenética temporada baja de Dipoto: eliminar las toxinas del sistema del equipo. A pesar de las 89 victorias de la temporada pasada, toda la empresa pasó de obsoleta a venenosa. Los juegos terminarían -ganando o perdiendo- y todos se dispersarían como empleados y no como compañeros de equipo. "No muchas reuniones de equipo", dice Gonzales con ironía. La tensión alcanzó su punto máximo a principios de septiembre, cuando Gordon y Segura pelearon en el camerino antes de un juego.

“La primera mitad de la temporada pasada no podría haber sido mejor para nosotros”, dice Dipoto. “Todos estaban entusiasmados con eso, pero luego las luces se apagaban en el estadio, los muchachos tomaban su comida y salían. Luego aparecían al día siguiente para practicar el bateo. La segunda mitad de la temporada, cuando no teníamos los mismos descansos, podías ver las fracturas. Es bueno ganar 89 juegos, pero si realmente pensáramos que éramos un equipo con 89 victorias, no habríamos hecho lo que hicimos”.

Han demostrado que el fracaso es sostenible, así que, ¿por qué no probar el éxito?

“Tenemos un futuro no escrito”, dice Gonzales. "Y creo que todos estamos de acuerdo en escribir lo mejor que podamos". El calendario, todos esos juegos en todos esos lugares, se asoma en la distancia; todo lo que tienes que hacer es seguir la barbilla. Pero no importa a dónde conduzcan los bloques interminables de cajas azules y blancas, nunca borrarán las especies más raras: el equipo de béisbol que logró llevar a cabo la tremendamente entretenida reconstrucción.