La pelea entre Carlos Monzón y Nino Benvenuti nació oficialmente en julio del año 1970, cuando vinieron a Buenos Aires, casi de incógnito y de improviso, Bruno Amaduzzi y Rodolfo Sabatini.
El primero era el manager del entonces campeón mundial y Sabatini, el promotor.
Por ese entonces, Juan Carlos 'Tito' Lectoure llevaba pidiendo por la chance para Carlos Monzón desde el año 1968 en las convenciones de la Asociación Mundial de Boxeo.
Aquel miércoles a la noche, mientras en el Luna Park había una función de boxeo, cenaron los tres justo enfrente al estadio, en el restaurante Napoli.
Fue allí donde los italianos le aseguraron a Tito que la pelea iba a ser posible: "Estimado amigo, me has perseguido desde Nueva York a Panamá y finalmente vamos a concretar tu sueño: tendrás tu pelea", aseguró Amaduzzi en un tono amistoso y confidencial que, con los años, Lectoure recordaba con una sonrisa socarrona: "Al final tuvieron que aceptar", decía.
En ese momento Monzón estaba primero en el ranking de la Asociación Mundial, mientras que Emile Griffith ocupaba el mismo sitio para el Consejo Mundial.
Benvenuti ya había peleado tres veces con Griffith, de las que había ganado dos.
Obligados a elegir desafiante obligatorio, los italianos se quedaron con el que aparentemente era el más sencillo y por eso lo eligieron.
La pelea fue pautada para la primera semana de noviembre. Los italianos partieron a su país. Y al otro día, Lectoure contrató a Eddie Pace para combatir con Monzón el 18 de julio.
De esta manera, comenzaba para Tito la puesta a punto final para el combate.
Cuando se encontraron personalmente, Lectoure les comentó a Brusa y a Monzón que la pelea era un hecho. Tito afirmó que Monzón no podía pelear más hasta noviembre.
"Tengo que mantener a mi familia, don Tito", dijo el boxeador.
"Bueno, ¿cuánto cobrás por pelea aproximadamente o por mes?", preguntó Lectoure.
"Unos 80 mil pesos", fue la respuesta.
"Entonces, yo desde el primero de agosto te voy a pagar ese dinero como un sueldo. Tu única obligación será entrenar como nunca, sin pensar en la plata: no es un regalo, te lo voy a descontar. Pero no quiero correr el riesgo de que en alguna pelea te lastimen, o pase cualquier cosa, y no puedas enfrentar a Benvenuti".
Monzón hizo todavía una pelea más, el 19 de septiembre, contra Candy Rosa y ganó por nocaut en el cuarto asalto. Pero fue tan floja la actuación y el rival, que Monzón no convenció a nadie.
El mundillo del boxeo decía que el argentino no iba a ser rival de Benvenuti.
Sin embargo, en Santa Fe despidieron a Monzón y Brusa en el club Unión, con una cena de más de 250 invitados. Le regalaron una bata que 'Escopeta' lució con orgullo cuando combatió con Benvenuti.
Lectoure, que estuvo presente, contó que esa presencia y ese ánimo que no había visto en Buenos Aires le llenó el corazón de entusiasmo.
En ese momento el santafesino sumaba 67 victorias, 3 derrotas, 9 empates y 44 nocauts. A los 28, era campeón argentino y sudamericano.
Nino, a los 32, tenía 82 triunfos, 4 derrotas, un empate y 36 nocauts. Ya había transcurrido una década desde su medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Roma, en 1960.
Fue una delegación pobre, totalmente aislada de los gastos y lujos que suelen verse ahora. Había cuatro pasajes pagados por la promotora: Monzón, Brusa, José Menno -sparring- y Lectoure.
Juan Aranda 'Ardillita', brillante boxeador welter junior y el profesor Patricio Russo se pagaron los suyos. Russo era el preparador físico de Monzón y vendió un Fiat 600 para viajar. "Ni loco me iba a perder esa pelea", afirmó después.
'Ardillita', por su parte, lo hizo por gusto y, si podía, conseguir alguna pelea. Poca gente viajó a Ezeiza a despedirlo. "Mejor, así puedo abrazarlos a todos", dijo Carlos. De esa manera y por 15.000 dólares, más 1.000 de publicidad en el pantalón y bata, Monzón peleó por el campeonato del mundo.
Con todos los descuentos realizados -incluyendo cenas, propinas, un anticipo para Carlos y el 25% para Brusa-, el boxeador recibió 7.855 dólares.
"Además, yo le regalé todo mi porcentaje de los derechos de radio y televisión, que eran 9.000 dólares, en agradecimiento a ese hombre que me dio una de las más grandes satisfacciones de mi vida", contó Juan Carlos Lectoure.
Hasta ese momento, solamente Pascual Pérez (1954), Horacio Accavallo (1966) y Nicolino Locche (1968) habían logrado campeonatos mundiales, estos dos últimos en la Era Lectoure.
José Menno sumó el enorme aporte de su experiencia en Italia y el mundo. Fue un sparring ideal, puesto que era un medio pesado que acostumbró a Monzón a forcejear, luchar, y usar todo el físico ante un rival ligeramente más alto, pero Menno era aún más sólido que Benvenuti. Tanto que se despidió del boxeo ese año perdiendo por nocaut con Oscar 'Ringo' Bonavena, en su combate número 53.
Un factor especial fue el aporte de Juan Carlos Lorenzo, el 'Toto', famoso técnico argentino que llevó a Lazio a la Primera División de Italia.
Fue él fue quien consiguió los médicos que infiltraron a Carlos Monzón en las manos antes de la pelea, a cuatro horas del combate.
Mientras lo vestían a Carlos Monzón de boxeador y el remisero estaba esperando en la puerta para transportarlo al estadio, apareció el 'Toto' Lorenzo y detrás de él dos médicos argentinos, cuyos nombres no quedaron registrados, para infiltrarlo. El efecto era de una hora, por lo que alcanzaría para no más de 5 o 6 rounds.
Partieron rumbo al Palazzo dello Sport bajo una lluvia torrencial y con el tiempo justo.
Esa mañana, en el pesaje Nino tuvo la desgraciada idea de tocarle el glúteo a Carlos Monzón, quien se dio vuelta y lo fulminó con esa mirada furiosa y amenazante que se haría famosa en el mundo, y la cual -todavía hoy- sigue cautivando al mismísimo Mike Tyson.
Seguramente en ese momento, Nino se dio cuenta de que ese hombre había venido no a combatir en un match de boxeo, sino a pelear y arrancarle el título del mundo fuera como fuese.
La noche del combate Alfredo Capece -jefe de boleterías del Luna Park-, empezó a dar golpes a la pared divisoria entre los camarines. Parecía que la pared se venía abajo. Al rato apareció un periodista, y preguntó qué estaba pasando ahí adentro.
Capece, con su mejor cara de póker, dijo: "No, no pasa nada... Monzón está practicando unos golpes...".
El comentario llegó a Benvenuti quien, seguramente, también se dio cuenta de que esa no iba a ser su noche.
Y así fue: Monzón le metió el hombro, lo empujó, le pegó en los riñones, en la nuca. Empezó a quejarse Nino, pero el árbitro lo dejó trabajar a Monzón.
Benvenuti empezó a derrumbarse física y anímicamente, hasta que en el descanso del 11ro al 12do asalto, Brusa decretó que había llegado el final.
"Carlos, ese hombre está muerto. ¡Vaya y póngalo nocaut!".
Con una derecha inolvidable tremenda y distintiva, Monzón terminó su faena noqueando de manera inapelable a Benvenuti.
Terminó la noche con antipasto, tallarines al tuco y un peceto estofado.
"Esa noche", recordó Carlos Monzón, "fue la primera que pude volver a tomar vino después de cuarenta días".
Llegó a conocer la Basílica de San Pedro y le pidió a Pablo Sexto que le transmitiera a Dios su necesidad de ganar. Nunca más dejó de pasar por el Vaticano.
"Cuando asomé la cabeza por la puerta del avión que me dejó en Ezeiza, me dije a mí mismo. Existo, ahora soy alguien, existo".
Carlos Monzón empezaba a vivir una historia de leyenda; gloria, viajes, romances, éxitos y lugares poco imaginables para él. De Nueva York a París, de Copenhague a Montecarlo, defendió la corona 14 veces con éxito y se retiró campeón.
Ese es el Monzón que seguiremos recordando por siempre. El que se convirtió en una leyenda. Aquel humilde muchacho de Santa Fe que construyó su primera casa con paja y barro junto a su esposa 'Pelusa'. El que vendió diarios, repartió leche y que un día decidió hacerse boxeador para conquistar el mundo con sus puños.
