Mientras Michael Jordan, Magic Johnson y Larry Bird, a la cabeza del 'Dream Team' de básquetbol de Estados Unidos, acaparaban los reflectores en Barcelona 1992, otro equipo de ensueño aplastaba con la misma autoridad a sus rivales en la cita olímpica de la Ciudad Condal: la selección cubana de béisbol.
Fue hace 25 años que el béisbol hizo su debut como deporte oficial en Juegos Olímpicos, después de varias apariciones a modo de exhibición.
En realidad, la disciplina de las bolas y los strikes había sido incluida oficialmente en el calendario olímpico en los juegos que se celebrarían en Tokío en 1940, pero que no llegaron a disputarse por la II Guerra Mundial.
Más de medio siglo después, finalmente se daba la voz de playball en un torneo que contó con la participación de Cuba, Estados Unidos, Japón, Taiwán, República Dominicana, Italia, Puerto Rico y el anfitrión España.
Los cubanos, encabezados por el fenomenal Omar Linares, para muchos el pelotero más completo que haya nacido jamás en la isla, dejaron claro desde el principio su dominio y superioridad sobre los rivales y en su debut vencieron por blanqueada de 8-0 a sus vecinos quisqueyanos.
Aquella selección de ensueño contaba en sus filas, entre otros, con lanzadores que luego llegaron a jugar en las Grandes Ligas, como Orlando "El Duque" Hernández, cuatro veces campeón de Series Mundiales con los Yankees de Nueva York y los Medias Blancas de Chicago, Rolando Arrojo y Osvaldo Fernández.
También integraban la escuadra Orestes Kindelán, máximo jonronero en las Series Nacionales, el pintoresco Víctor Mesa y el legendario Lourdes Gurriel, padre del actual jugador de los Astros de Houston Yuli Gurriel, entre otras figuras con el calibre suficiente para haber brillado en las Mayores.
Tras su fácil debut ante los dominicanos, a Italia le pasaron por arriba 18-1 y luego superaron a los japoneses con cómoda pizarra de 8-2.
Los estadounidenses le presentaron un poco de resistencia, al anotarle cinco carreras en el primer episodio, pero los cubanos se recuperaron y terminaron ganándoles 9-6.
La selección universitaria norteamericana tenía jugadores que luego brillarían en Grandes Ligas, como el campocorto Nomar Garciaparra, el primera base Jason Giambi, el antesalista Phil Nevin y el cátcher Jason Varitek, en ese momento demasiado inexpertos ante la maestría de los antillanos.
Cuba aplastó 18-0 a los españoles y cerró la ronda eliminatoria con triunfos de 9-4 y 8-1 sobre Puerto Rico y Taiwán, respectivamente.
En semifinales batió 6-1 a Estados Unidos y se coronó campeón de manera invicta al derrotar en la final a los taiwaneses 11-1.
En nueve partidos entre las fases preliminar, semifinal y final, Cuba fabricó 103 carreras, a un promedio de 11.4 por juego, en tanto le permitió a sus rivales un total de 16 anotaciones, a una media de 1.8 por encuentro.
Pero seamos honestos. Muchos factores influyeron en esa desproporción de calidad entre los cubanos y sus contrarios.
Aunque el entonces presidente del Comité Olímpico Internacional, el español Juan Antonio Samaranch, le abrió las puertas a los profesionales en 1992, lo cual permitió la entrada de jugadores de la NBA en el baloncesto, no ocurrió así con el béisbol.
Al momento de celebrarse los Juegos Olímpicos, entre finales de julio y principios de agosto, las Grandes Ligas estaban en pleno apogeo de su temporada y a nadie le pasó por la cabeza detener las acciones para conformar una selección que asistiera a la cita catalana.
Todos los países acudieron con equipos verdaderamente amateurs, desde los universitarios estadounidenses hasta aficionados boricuas o quisqueyanos, esos que nunca tuvieron la suficiente calidad para firmar como profesionales.
Entretanto, Cuba contaba con una de sus más brillantes generaciones de jugadores en toda la historia, concentrados en el torneo doméstico y codiciados por los cazatalentos de las Mayores, sin que hasta el momento hubiera comenzado la fuga masiva de talento en busca de un mejor futuro en la pelota rentada.
Eran, de hecho, verdaderos profesionales al servicio del Estado, dedicados a tiempo completo a la práctica del béisbol, amparados bajo una falsa máscara amateur, que dominaban a su antojo en certámenes internacionales contra rivales aficionados.
Un año antes, en 1991, el lanzador derecho René Arocha sorprendió a medio mundo al escapar de la delegación cubana durante una escala en Miami, cuando la selección regresaba a la isla tras un tope bilateral con el equipo universitario de Estados Unidos en Millington, Tennessee.
Era la primera vez que algún pelotero desertaba en casi tres décadas, lo que significó la primera grieta en el férreo muro construido por el régimen cubano en torno a sus jugadores.
En los Juegos de Atlanta 1996 Cuba mantuvo su corona, pero cuatro años más tarde, en Sydney 2000, cedió en la final la medalla de oro ante unos Estados Unidos ya conformados por jugadores profesionales de Ligas Menores.
Los cubanos recuperaron el título en Atenas 2004, pero cayeron en la final de Beijing 2008 ante Sudcorea, certamen que marcó la eliminación del béisbol del calendario olímpico.
Las bolas y los strikes estuvieron ausentes en las citas de Londres 2012 y Río de Janeiro 2016, pero el béisbol regresará nuevamente a la cita de Tokio 2020, donde se jugará su supervivencia para próximas ediciones.