LOS ÁNGELES - El desayuno dominical en el mejor día de la vida profesional fue prácticamente lo que se podía esperar: en un lujoso salón de hotel en Los Ángeles, sirvientes ansiosos, proteínas exóticas. El lugar estaba repleto con los peloteros de Cora y sus familiares: hijos, esposas, padres, aquél primo que salió de la nada, un sobrino o sobrina favorito. Había también mucha anticipación en la sala, siendo la mañana del día que todos esperaban terminar con un triunfo sobre los Dodgers en el Juego 5 y un campeonato de Serie Mundial para los Medias Rojas. Y uno por uno, quizás sintiendo que era su última oportunidad, los padres se acercaron a Cora, los progenitores extendieron sus manos y las madres buscando un abrazo. Todos le dieron una versión del mismo mensaje: "Gracias por la forma en la cual ha tratado a nuestro hijo".
Esa fue la cultura que Cora decidió instituir cuando se convirtió en manager de Boston hace un año, lo cual hizo que la escena se llenara de humildad y a la vez, de un poco de tristeza. Cora deseaba tener un equipo que se sintiera como una familia, construido con tolerancia, diversidad e inclusión. Dada la naturaleza transitoria de la vida dentro del béisbol, quería crear un ecosistema capaz de absorber la llegada de nuevos miembros. Este desayuno era demostración de que él y sus peloteros habían tenido éxito, que lo imaginado por él se había hecho realidad. En un momento, buscó a su familia y les dijo (a pesar del escenario chic) que parecía más un equipo de liga de verano de secundaria que un grupo de grandes ligas con corazones endurecidos, cínicos y que lo han visto todo en el béisbol.
Eso hablaba de la humildad presente, pero, ¿cómo explicar la tristeza? ¿De dónde proviene? ¿Pueden creer la gratitud de los padres? Hacía entender que algo especial estaba a punto de concluir.
Cora fue la estrella revelación de la postemporada. El primer manager puertorriqueño en ganar la Serie Mundial enfrentó la presión consecuencia de una temporada regular con 108 triunfos y a pesar de ello, se comportó con una tranquilidad poco común. Casi cada movimiento hecho por él terminó siendo perfecto. Al final, hasta aquellas decisiones de las cuales terminó arrepintiéndose, como haber dejado al abridor Eduardo Rodríguez, quien terminó tolerando un cuadrangular de tres anotaciones autoría de Yasiel Puig en el Juego 4, terminaron siendo opacadas por el dominio contundente de su equipo.
"Alex es el hombre. Es el mejor" Chris Sale, sobre Alex Cora
"Todo lo que hizo funcionó", dijo el pitcher Nathan Eovaldi, cuya actuación en la Serie Mundial que terminó convirtiéndolo en héroe, fue producto de la experimentación de Cora. "Simplemente tiene la forma de hacerte creer que es posible".
Cora acabó con los límites que separaban a relevistas y abridores, utilizando a Eovaldi, David Price, Rick Porcello y a Chris Sale en ambos roles. Dos de sus batadores emergentes, Eduardo Núñez y Mitch Moreland, conectaron jonrones que decidieron los partidos. Colocó a Steve Pearce como tercer bate de la alineación más productiva del béisbol y lo vio convertirse en un poco probable Más Valioso de la Serie Mundial. Puso en la banca al tercera base Rafael Devers para el Juego 4 tras detectar, durante algunos turnos al bate de los 18 innings del Juego 3, varios síntomas de que el novato estaba siendo superado. "Por primera vez, vi que el juego se aceleraba sobre él", expresó Cora. Sin embargo, lo utilizó en la situación más crucial del Juego 4: noveno inning, la pizarra 4-4, corredor en segunda y Devers despachó un sencillo impulsor que le dio la ventaja definitiva a los Medias Rojas. La maestría de Cora fue tan amplia que comenzó a sentirse normal. Agregó a su repertorio dotes de pronosticador antes del Juego 5, prediciendo que Mookie Betts saldría de su prolongado slump de Serie Mundial. Betts despachó un jonrón contra Clayton Kershaw en el sexto inning para así dar ventaja 3-1 a los Medias Rojas.
En un momento durante plena Serie, se le hizo una peculiar interrogante a Cora: ¿Puede un manager entrar en una racha encendida? "Nah", afirmó, desestimando la idea. "Se trata de los jugadores. Hacen que un manager se vea bien". Y, ¿qué piensan los peloteros? "Él lo es todo", expresó Sale. "Alex es el hombre. Es el mejor".
Cuando el Juego 5 terminó con el ponche propinado por Sale a un tambaleado Manny Machado, los Medias Rojas irrumpieron en el terreno y saltaron formando un grupo de humanidad efervescente. Cora dio el primer paso desde el dugout hacia el campo antes de retirarse. Él y sus coaches se abrazaban en el dugout, una celebración de adultos en una nota más discreta. Cora, más que nadie, parecía estar en medio de dos mundos, pero sintiéndose bien venido.
Entonces, a las 8:32 p.m. hora del Pacífico de los Estados Unidos, casi 12 horas después de que su mente lidiara con tantas emociones en el salón del hotel, Cora (el primer manager puertorriqueño y quinto estratega novato en ganar una Serie Mundial) estaba de pie en una plataforma y alzó el trofeo sobre él.
Pasó del podio al jardín central, donde concedió entrevistas en español. Fue hacia el shortstop y fue abordado nuevamente por los periodistas, esta vez en inglés. Fue entrevistado por un programa post-encuentro tras otro. Posó para fotografías con su hija y Jennifer López. En medio de todo, se mostraba sorprendentemente calmado. Aquellos que lo conocen mejor esperaban ver a un Cora más desinhibido. O bien estaba ocultando sus emociones bajo un exterior plano (algo inusual para una personalidad tan vibrante) o tan abrumado por su logro que aún no podía asumir que lo que le ocurría era realidad.
"No fue tan sencillo como parecía", expresó Cora posteriormente. "Ciento ocho victorias y sabíamos que no sería suficiente para el nivel al cual jugamos. Sabía que seríamos juzgados por nuestro desempeño en postemporada".
De hecho, había algo casi patológico en una afición reunida en las tribunas de un estadio visitante o la plaza del pueblo para gritar "Los Yankees apestan", pocos minutos después de que su equipo acababa de ganar un campeonato.
El momento de la definición se produjo lejos de las cámaras de televisión, en la relativa privacidad del clubhouse de visitantes detrás de la primera base del Dodger Stadium. Los Medias Rojas acababan de perder el absurdo Juego 3 en 18 entradas y más de siete horas de duración. Eovaldi cargó con la derrota a pesar de lanzar seis innings de forma heroica. Su generosidad causó que algunos de sus compañeros terminaran en lágrimas.
Cora se dirigió al clubhouse y reunió al grupo. Los miró a cada uno de ellos y expresó su agradecimiento por los esfuerzos y su orgullo por formar parte de su equipo.
"Fue emotivo", indicó el campocorto Xander Bogaerts. "Al final, nos sentíamos como si hubiéramos ganado el partido".
El rol del manager ha perdido importancia en los últimos años. Su autonomía ha disminuido a medida que las gerencias han ejercido un rol más activo al decidir quién juega bajo cuáles circunstancias. El manager es visto como algo desechable, un intermediario glorificado cuya función es generar empatía con los peloteros, apagar motines y asegurarse que el proceso organizacional se lleve a cabo en el terreno. El salario de Cora ($800,000 al año, uno de los menores del béisbol y un craso error dentro de un equipo cuya nómina supera los $228 millones) es testimonio de ello.
A pesar de lo anterior, no hay cifras que puedan servir de evidencia de la importancia del espíritu de un manager y la forma en la cual su humanidad puede inspirar y dar valor a sus jugadores. Al preguntársele si en algún momento se ha enojado con sus jugadores, o, en otras palabras: "¿Acaso su calmado exterior es una mentira bien preparada?". Cora respondió: "No. No lo hago. Hablo con ellos. Si tengo algo que decirles, me siento con ellos. De forma casual, muy casual.
Trato de tener buenas conversaciones". Cora ha sido un defensor incansable de la causa puertorriqueña (y crítico con la administración Trump) en pleno fervor por la crisis causada por el paso del Huracán María. (Después del partido del domingo, Cora dijo que no se comprometería en visitar la Casa Blanca, expresando que "Hablaremos luego al respecto".) Sólo incluyó una exigencia en sus negociaciones contractuales: que los Medias Rojas pagaran un vuelo chárter con distintos suministros y provisiones para su Caguas natal. Condujo todas sus ruedas de prensa durante la Serie Mundial (consciente de la presencia de cámaras) vistiendo distintas camisetas con el mismo mensaje: Los Medias Rojas representaban a Boston y a Puerto Rico.
Todos siempre quieren saber sobre las influencias que marcaron vidas y carreras. El béisbol, por encima de cualquier otro deporte, se enorgullece de sus mentores y ancestros. Este deporte no se aprende de forma orgánica. Por el contrario, se asemeja a un texto sagrado, o quizás como si fuera una querida receta familiar, pasada de generación en generación solo a quienes demuestran tener méritos para convertirse en guardianes del secreto. Los elegidos deben revelar sus fuentes. ¿Quién fue el primero en identificar tus dotes? ¿Quién te enseñó a tratar con los peloteros? Dinos el nombre del chamán que susurró tu nombre por primera vez y compartió los secretos místicos de la tarjeta de alineación.
A Cora se le hacen estas preguntas en múltiples ocasiones, quizás debido a la rica herencia cultural que tiene el béisbol en Latinoamérica o quizás porque nadie ya tiene mucha imaginación por estos tiempos. Las responde haciendo los gestos usuales: aprendió algo de cada manager bajo el cual jugó o trabajó. Sin embargo, hay una constante presente: siempre recuerda el invierno del año 2000 y la temporada que pasó laborando bajo las órdenes de Santos "Sandy" Alomar, padre, en Caguas, tierra natal de ambos.
"El juego siempre te dirá algo", comentó Alomar a Cora, quien entonces tenía 25 años. "Sólo debes prestar atención".
Los ritmos y secretos del béisbol: la forma en la cual el pitcher frota la pelota con su guante antes de lanzar una curva, cómo un receptor sin mayor preocupación dispara la esférica al lanzador cuando hay corredores en circulación, la manera en la cual un campocorto se mueve a la izquierda o derecha después de leer las señas de un receptor, terminarán revelándose con el tiempo. El observador atento puede percibir las dinámicas menos tangibles: la forma como un pelotero responde a las críticas, quién está dispuesto a sacrificarse por el bien común, lo que un equipo necesita escuchar luego de una devastadora derrota. Eventualmente, la imagen completa saldrá a la luz. Y cuando eso ocurra y se observa de forma lo suficientemente detenida por un periodo de tiempo suficiente para absorber sus múltiples lecciones, hay la probabilidad de que, algún día, puedas responder al béisbol.