Franco se sienta, pide café negro. El sol de Buenos Aires le da de costado por el ventanal. Suenan viejos tangos. Sonríe. Le preguntamos si viene de trabajar.
“No. Vengo de entrenar. Entrenar no es trabajar. Para mí es un gusto y más que eso, hasta una necesidad”, dice.
Es el primer sábado de 2025. Once de la mañana. Acaba de pasar el fin de año en el Sur con su padre y toda la familia.
“Igual salí a correr, todos los días. Me duelen las piernas de correr por la montaña. Llegué ayer y ya hoy volví al gimnasio. Además tengo muchas ganas de subirme a un ring de nuevo, muchas ganas”.
Diseñador multimedia, una profesión que le permite, por ejemplo, crear canales de Youtube y trabajar mucho en redes sociales, maneja su tiempo libre como para que siempre haya espacio para los entrenamientos.
“Normalmente entreno lunes, miércoles y viernes en turno doble, haciendo trabajo físico y boxeo. Y los martes y jueves suelo alternarlos, para hacer sparring o para hacer pasadas fuertes”, explica.
No hace mucho, Franco se metió en un gimnasio por consejo de unos primos. Así ingresó al Plotinsky Demolition Team de Granaderos 47, en el barrio de Flores, en Buenos Aires. Plotinsky compitió en las artes marciales y como boxeador, completó un récord de 16 (8)-4-0. Fue campeón argentino e Intercontinental WBO de los medio pesados -título logrado en Alemania ante Thomas Ulrich- y disputó el campeonato mundial WBO también en Alemania frente a Jürgen Braehmer en el 2010. Con un codo roto, perdió en el quinto asalto y luego se retiró, dedicándose a la enseñanza en el Plotinsky Demolition Team.
Así empezó la historia, que es por cierto muy breve
“Le pedí ayuda a Agustín Chaker, para que me diera clases personales de técnica de boxeo, quería aprender y rápido, sentía que tenía mucho para aprender. Y después de unos tres meses empecé a meterme con todo en los entrenamientos con Plotinsky, así que cuando pude, y me vio preparado, Mariano me hizo hacer una exhibición: me encantó y sentí desde ese momento que ahora no paro más. No señor, no paro más. Quiero pelear todo el tiempo y estoy seguro de que este año que empieza voy a estar muy ocupado, que se preparen, ja”
Mide 1,77 metros y está en los 69 kilos. Nacido el 2 de marzo de 1996, confiesa que lo primero que hay que hacer es “escuchar, porque si no se escucha no se aprende. Si no se observa, no se crece. Y si no se pierde alguna pelea, no se suma experiencia”, dice mientras bebe su café y un tango en el aire nos tira un cross a la mandíbula de la nostalgia. ¿Por qué no? Después de todo, Franco es Bonavena, el nieto de Ringo, el que provocó a Muhammad Alí, el que llenaba el Luna Park, el de aquella frase de “La experiencia es un peine que te dan cuando te quedás pelado” o aquella otra de “Cuando suena la campana hasta el banquito te sacan”.
“Ser el nieto de Bonavena es toda una historia. Lo hablamos muchas veces con Mariano, porque él me cuida mucho, me cuida todo el tiempo. Estoy logrando que en el gimnasio y en los clubes a los que voy, yo sea Franco a secas, un boxeador más, eso solo, pero también es cierto que en todos esos gimnasios siempre hay una foto de mi abuelo, es un referente para todos. No dejo de ser su sangre, su nieto, llevar su apellido”.
¿Viste la serie (“Ringo, Gloria y muerte”) sobre tu abuelo?
“Si y me pareció buena, claro que sí. Es curioso porque lo conocí a Gerónimo (Giocondo, el actor que personificó a Bonavena) antes de que se hiciera la serie, cuando estaba participando del cásting y él me hizo alguna broma por mi parecido con mi abuelo”.
Oscar Natalio Bonavena nació en Parque de los Patricios el 25 de septiembre de 1942 y murió asesinado el 22 de mayo de 1976 en Reno, Nevada, a los 33. Casado con Dora Raffa, tuvieron dos hijos: Natalio Oscar y Nancy. Hoy, Franco, hijo de Natalio, afirma que su padre le dijo: “Si querés subirte a un ring, hacelo. Y si lo que veo no me gusta, te lo voy a decir, pero hacelo”.
“No me dijo nada, está todo bien. Eso sí, mi mamá, Laura, no quiere saber del tema, nunca me vino a ver pelear y tampoco le gustaba cuando yo jugaba al rugby, será por el temor a que me lastimen. Después de todo, es la vieja, ¿No?”
Lo del rugby tiene su historia porque estuvo viviendo en Limerick, Irlanda, compitiendo -jugaba de wing- en una liga semi profesional, en 2018. Fueron unos seis meses y luego regresó a la Argentina. “Ojo, hice futbol, tenis, qué sé yo, todos los deportes que se te ocurran, hasta que encontré el boxeo ahora”.
Su padre también quiso boxear, pero la diabetes se lo impidió. “Ringuito”, como conocen todos al hijo de Ringo, restauró a nuevo el gimnasio de boxeo del club Atlético Huracán, que obviamente lleva el nombre Bonavena, y desde hace un año vive en el Sur, o sea la Patagonia.
El debut oficial de Franco se produjo en el estadio de la Federación Argentina de Box, durante una velada de Boxeo Promocional. Fue el 28 de junio, a tres rounds, una pelea más de una noche de boxeo en la Federación. Claro que no fue ni será “una noche más”.
“Fue esa la noche más feliz de mi vida, subir a un ring, meterme en el vértigo de pegar y recibir, escuchar al público y encima ganar... ¡Qué sé yo! Fue hermoso, único, porque esa noche supe que era boxeador y aunque gané, también supe que tengo muchísimo que aprender, se aprende siempre, se debe mejorar en cada pelea, esto está muy en claro”.
“Ya hice varias exhibiciones y cuatro peleas, la última fue en All Boys, en la Liga Metropolitana y perdí por puntos. Me ganó Carlos Darío Gómez el 16 de noviembre. No perdí, estoy seguro, para mí había ganado, pero ¿Sabés qué? Se aprende de la derrota, fue eso nada más, una derrota, esto me sirve para mejorar y para que tenga más ganas de volver al ring, eso: más ganas de subir al ring”.
Siguiendo la tradición del abuelo, es hincha del Club Atlético Huracán, en donde, por ejemplo, Giuliano Canónigo, una de las figuras del gimnasio, tiene tatuado en el pecho la imagen de Ringo. Afirma que los detalles hacen la diferencia, es metódico tanto para entrenar como para alimentarse, pregunta casi con candidez si su abuelo era zurdo (le decimos que sí, pero que peleaba como diestro) y asegura, sin estridencias, que está dispuesto a pelear y ganar todo lo que se le ponga enfrente. “Porque lo importante es la mente, estar bien, estar seguro de que uno va a ganar. Y de eso estoy seguro, muy seguro”, afirma.
No tiene apodo y espera que el día que aparezca sea original, que le haga justicia a su estilo, porque como comenta, “dice Maravilla que cuando tenés un apodo, después tenés que hacerle el honor”.
Le gusta el estilo de David Morrell. Prefiere el boxeo técnico. Quiere aprender, mejorar, porque aunque considera que tiene pegada, en el boxeo son muchos más factores y no solamente el poderío físico. “Todo pasa por la mente”, afirma. “Se que tengo mucho por hacer, tengo para crecer y por eso entreno todos los días, me preparo para el futuro y quiero tener un muy buen futuro en el boxeo. Ya tengo 28, y en algún momento me haré profesional, pero también es cierto que muchos que empiezan de muy chicos luego se saturan. Hoy estoy en un muy buen momento y solamente me queda pelear todo lo posible, porque también sirve para aprender”.
Suena otro tango en el Café de los Angelitos. Es hora de despedirnos y, en el abrazo y el hasta pronto, sentimos la emoción de haber abrazado a un soñador.
Que de eso se trata la vida, de soñar y trabajar para que el sueño se haga realidad.