¿Cabe pues el cromo, la estampita, de Checo Pérez en el famélico, pero muy selecto álbum de las leyendas del deporte en México?
LOS ÁNGELES -- Sergio Pérez ya se adueñó del circo mediático. Ahora Checo debe adueñarse del Circo Fórmula Uno.
Checo Pérez reencarnó en un monoplaza de Cadillac. Un pesebre con alcurnia y lujo en los suburbios estadounidenses, pero un benjamín en el vertiginoso universo de la F1.
Obvio, entre los conocedores, aficionados y los villamelones mexicanos, con el regreso de Sergio Perez a “la categoría reina” se desata un crisol de emociones, con menos apóstoles del escepticismo, y más profetas de la ilusión... y el ilusionismo.
Odiosas, morbosas y ociosas las comparaciones, pero el momento ampara revisar el impacto de un piloto como Sergio Pérez en la pinacoteca de atletas mexicanos exitosos. Porque sí, porque Checo es un tipo exitoso. Ser reclutado por la élite del elitismo de un deporte clasista es para privilegiados y predestinados. De 8 mil millones de habitantes en el mundo, sólo 22 especímenes tienen cabida en semejante pasarela del lujo, el glamour, la angustia, la traición y la adrenalina, condiciones casi novelescas de la Fórmula Uno.
¿Cabe pues el cromo, la estampita, de Checo Pérez en el famélico, pero muy selecto álbum de las leyendas del deporte en México?
¿Debe ser incluido en el museo donde habitan Hugo Sánchez, Rafa Márquez, Fernando Valenzuela, Salvador Sánchez, Julio César Chávez y Ana Gabriela Guevara?
O en el recinto aledaño, el del etcétera de todos los etcéteras, Lorena Ochoa, Adrián Fernández, Raúl Ramírez, Raúl González, Ernesto Canto, Paola Longoria, Juan Manuel Márquez, Paola Espinoza, Javier Hernández, Cuauhtémoc Blanco, Daniel Aceves, Manuel Youshimatz, Eduardo Nájera, Manuel Raga, Canelo Álvarez y otros más, varios más, muchos más.
Hay, generalmente, una doctrina común: la disciplina. Pero el talento y la mentalidad son inseparables e insoslayables. Y agréguense una dosis de resiliencia, porque todos los caminos de los enlistados aquí y de quienes Usted agregue entre refunfuños, todos, han sido cuesta arriba.
Cierto, hay ejemplos de que a veces el talento y la personalidad arrojan a la disciplina con una patada en el trasero.
1.- Julio César Chávez ha confesado todos sus excesos, y aun así, se enarboló en el estoicismo antes de épicas y gloriosas batallas, e incluso, el aficionado mexicano al boxeo, guardará siempre, con ese regusto amargo, la doble jornada calamitosa, pero valiente, graníticamente invulnerable, en las dos sacudidas brutales que sufrió ante Óscar de la Hoya. Chávez nunca arredró, aun con tantas desventajas. Sí, hasta en sus derrotas, JC glorificaba su leyenda.
2.- Fernando Valenzuela contravenía los berrinches nutricionales y ponía oídos sordos a los reclamos de Tom LaSorda. Claro, el apetito hacia la gastronomía mexicana era un pecado venial ante todos los pecados capitales de Chávez. Incluso cuando Dodgers condicionó su contrato a que bajara de peso y se apegara a una dieta casi despiadada, su rendimiento bajó notoriamente. Le reinstalaron el menú libre, con hartas salsas y carbohidratos, y el tipo siguió partiendo en dos el plato y el lomo de los bateadores.
3.- Podríamos hacer referencia a los orígenes de los calambres de Hugo Sánchez en el Mundial de 1986, pero su historia impecable, eterna, en la Casa Blanca del Real Madrid, dejan en claro por qué por años fue el monarca de toda una monarquía. Los mismos que le vociferaron “indio”, terminaron de rodillas y rindiéndole pleitesía. Sí, lo de Hugo fue talento, disciplina, personalidad y resiliencia.
Por eso, al final, la veintena de mencionados y tantos otros que seguramente Usted querrá enlistar, meritoriamente, merecidamente, reflejan condiciones naturales de los seres triunfadores.
Aunque víctima de traiciones, de menosprecios, de sabotajes, en Red Bulll, Sergio Pérez dejó sobre la línea divisoria del asfalto, entre la tragedia y la gloria, grandes momentos para regocijo de sus tantas veces desvelados patriotas, y eso le llevó a esta nueva aventura al desnudo con Cadillac.
Javier Trejo Garay analiza lo que aportarán tanto Checo Pérez y Valtteri Bottas al proyecto Cadillac y a la F1 para la próxima temporada.
La modernidad, la tecnología, las redes sociales, han echado por tierra los castillos oscuros de la ignorancia supina sobre el automovilismo, en especial en Fórmula Uno. Ya, el pópulo, sabe que no es “meter pata” y mover el volante.
El perfecto estado físico que debe tener Sergio Pérez como piloto de Fórmula Uno rebasa –con mucho– al de cualquier otro deporte. Son dos horas viviendo, sobreviviendo in extremis a 370 kilómetros por hora, a fuerzas que impactan con sobrestímulos la irrigación de sangre, desde el cerebro, hasta cada callejón del organismo, la fatiga, la saturación mental, y en ese estado permanente de concentración extrema y profunda, no hay espacio para el titubeo. Una vacilación puede significar desde perder un podio, hasta la tragedia.
¿Qué los hace diferentes a todos estos colosos de diferentes deportes del resto de la humanidad? ¿Son simplemente eso, mexicanos predestinados, privilegiados y bendecidos? No, aunque queda claro que el talento es su mayor bendición, de que es su mayor ascendiente, al final, sin disciplina, mentalidad y resiliencia, quedarían en la amplísima enciclopedia con el anecdotario de las grandes promesas inconclusas y los clásicos “ya meritos” del deporte mexicano.
¿Puede Checo Pérez sentarse en esa mesa, la de Hugo, la de Rafa, la de Valenzuela, la de Chávez, la de Sal Sánchez y Ana Gabriela Guevara entre otros? No se trata de comparar carreras, logros, emblemas, fama, trofeos o riquezas. Al final, vale la pena insistir, ser galardonado en 2024 entre los mejores 20 pilotos del mundo, y en 2026 regresar como uno de los 22 gladiadores con glamour de la Fórmula 1, ya lo coloca entre la élite del elitismo.
Lo lamentablemente irónico es que al final todos ellos llevan bajo el brazo el libro de oro con las efemérides de sus grandes hazañas, porque el destino es así, chocarán de frente con la lapidaria reflexión del escritor colombiano Fernando Vallejo: “La gloria es una estatua en la que cagan las palomas”.
