LUSAIL (Enviado especial) -- El gol más tardío de la historia de la Copa del Mundo. Eso fue lo que sufrió la Selección Argentina en el partido de cuartos de final de Qatar 2022 contra Países Bajos. De ese golpe fulminante se repuso con carácter, amor propio, talento e inteligencia futbolera. A los 56 minutos del segundo tiempo, la ventaja de dos goles conseguida poco tiempo antes quedó pulverizada y entonces afloró la personalidad de un equipo legendario, que está a dos pasos de su sueño máximo.
Este Mundial es el de las virtudes intangibles. El de las emociones. El del corazón por sobre la razón. Así, España fue el conjunto con más pases y mayor posesión pero quedó eliminado por una Marruecos que hizo de este campeonato una causa patriótica. Así, Alemania generó más ocasiones de gol que nadie pero ni siquiera pasó la primera fase y dijo adiós contra un Japón guerrero y comprometido. Así, Brasil, que había brillado como el que más hasta cuartos de final, dijo adiós frente a una Croacia que con una entrega conmovedora equilibró cualquier diferencia y se plantó en semifinales contra todos los pronósticos.
Y de ese modo Argentina se recuperó de una verdadera calamidad. Con coraje. Con, perdón la afirmación temeraria, con responsabilidad nacional. Porque estos futbolistas salen a la cancha conscientes de lo que significa esta Copa para su pueblo. Juegan con el corazón por ellos mismos, por sus compañeros y por sus familias, pero hay una cuota extra de sacrificio que excede su ámbito individual. Esa lucidez acerca del valor que tendrían unos días de goce genuino y absoluto y una vida de orgullo los eleva aún más en este torneo tan emocional.
Fue un partido caliente. Como todos los partidos de fútbol de verdad trascendentes. Como los que estos hombres han jugado desde los siete u ocho años. En estas horas se ha hablado sobre la actitud beligerante de los futbolistas argentinos y neerlandeses. Desde una moralina barata y con nula sensibilidad popular, cronistas de diversas nacionalidades criticaron a los protagonistas. Pero lo visto en la cancha de Lusail no fue más que una muestra de respeto por el juego y por su relevancia histórica del mismo.
"Pasó de todo, pero queda en la cancha", dijo Lionel Messi tras la victoria. Y así fue. Pasó todo lo que pasa cuando hay emociones en disputa. Porque en instancias como esta no solo salen a la cancha la obligación profesional y el compromiso burocrático, sino también el espíritu amateur y las ganas infantiles. Quien no comprende esto, no comprende el fútbol ni el Mundial. Argentina y Países Bajos lo comprendieron y en esa arena, la Albiceleste se hizo aún más grande.
El equipo de Lionel Scaloni impuso condiciones durante los primeros 80 minutos. No solo porque se puso 2-0 arriba en el marcador, sino también porque jugó a su ritmo, lejos de Emiliano Martínez y sin pasar sofocones reales. En un día en el que se esperaba ver brillar a los laterales neerlandeses, fueron los argentinos los que fabricaron los goles. Nahuel Molina fue figura y convirtió tras un pase antológico de Messi y Marcos Acuña se destacó con el segundo tiempo, cuando generó el penal. Además, Alexis Mac Allister y Enzo Fernández volvieron a manejar los hilos con dinámica y talento y los centrales exhibieron la solidez acostumbrada.
Fue un cotejo tranquilo hasta los 35 de la segunda etapa, cuando se desató una tormenta perfecta. En los últimos diez del tiempo regular y en el adicionado se descontroló todo. Los cambios complicaron la estructura y Países Bajos lo aprovechó con dos goles fuera de contexto. La prórroga se imaginaba como un suplicio, pero allí, en las situaciones límite, es donde mejor se ve el carácter.
Y Argentina volvió a ser el dueño del juego en el alargue. Tuvo la pelota, generó situaciones y tuvo valentía, inteligencia y, sobre todo, jerarquía futbolística para quedar a un paso del triunfo sin la necesidad de pasar por los penales. Todo eso lo hizo desde su inquebrantable personalidad colectiva. "No pasó nada", habrá gritado Scaloni tras los 90 (o más de 110) minutos reglamentarios. Y así salieron sus jugadores. Con la mezcla justa y casi imposible de mentalidad fría y sangre caliente.
Porque además de la frustración del empate, tuvo que lidiar con un ambiente muy hostil. Los cruces dialécticos previos y el largo historial de enfrentamientos de Louis Van Gaal con el fútbol argentino le puso ardor a cada disputa de balón. Además, el árbitro Antonio Miguel Mateu Lahoz lejos estuvo lejos de enfriar el trámite y entonces un partido de cuartos de final mundialista se convirtió en un duelo barrial en el más amplio sentido del concepto.
En esa arena, Argentina se hizo todavía más fuerte. Demostró que en esta Copa del Mundo donde el aspecto espiritual es aquello que marca el destino, será muy difícil ganarle. Dibu Martínez hizo lo que siempre hace en la definición por penales, Lautaro Martínez convirtió su disparo a pesar del atosigamiento previo de los rivales y toda Argentina celebró como lo hicieron sus representantes. Algunos con la vista al cielo, otros con la mirada en el rival, otros con los ojos en sus amigos.
Para triunfar en esta Copa del Mundo no alcanzará la calidad futbolística. Se necesitará algo más. Un intangible. Un guiño metafísico. Argentina tiene al mejor futbolista del siglo, pero al mismo tiempo tiene a un hombre con un temperamento de hierro. Messi, desde su inacabable talento, ya hizo todos los méritos para ganar lo que quiera. La diferencia es que ahora también tiene un equipo que lo sostiene con valentía patriótica. Y él ha aprendido a dialogar con el destino. Que por ahora le responde con una sonrisa.