Rafa Ramos nos cuenta la octava parte de la historia ficticia de Leovigildo Messi Cano, un extraordinario futbolista que nació en México
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Ya oscurecía en Polanquito, ese barrio mágico de Guadalajara donde conviven los hombres de bien y los del mal. Jordi Messi bajó del taxi presuroso, entró a casa con las supuestas medicinas milagrosas para Leovigildo Messi-Cano, pero el inesperado, inusitado, extraño, dispar, numeroso y sorpresivo comité de recepción, lo dejó perplejo. Pero más aún los contrastes de actitudes entre los individuos.
El médico Juan Alberto Cano parecía a punto de soltar una monumental reprimenda. El profe José Luis Leal, apesadumbrado. Su esposa, Chela Cano sonriente y agitando un sobre en la mano. El Cura Melo Veloz y el carnicero Don Boni, ambos, con esa curiosidad casi malsana, morbosa.
Y en medio de ellos, claro, desconcertado, Leovigildo, antes Leíto, hoy Lío, sin entender qué ocurría, pero con el balón aferrado contra su pecho, y volteando a ver a su padre y a la comitiva que parecía tener muchas sorpresas.
Sí. Había una noticia buena. Una mala. Y otra peor.
“¿Qué ocurre?”, preguntó Jordi Messi, desconcertado, mientras la bolsa negra, en la cual le habían dado, a cambio de un adelanto de 11 mil pesos, unas ampolletas cubiertas con hielo, empezaba a gotear copiosamente. “Pongo esto en el congelador y vengo”.
Súbitamente todos empezaron a hablar al mismo tiempo. Aquel alboroto de los adultos sólo agobió más al pequeño Leovigildo. El vocerío crecía en la medida que cada uno quería respuestas.
“¡Silencio! Asustan a Leíto, digo, a Lío”, gritó Jordi. “A ver mujer, ¿qué pasó? Cuéntame tú primero”, dijo a su esposa Chela.
“Llegó una invitación para Leovigildo de la Federación Mexicana de Futbol”, explicó feliz y al borde del llanto, y extendió la carta. “Quieren que juegue las Olimpiadas Nacionales con la Selección Jalisco de menores de 12 años”. De nuevo la batahola, aplaudiendo y esta vez Lío, se calmó y sonrió al ver tantos rostros felices.
“¿Qué hace aquí Profe Leal? Qué gusto verlo. ¿Hay buenas noticias? Porque ya tenemos un promotor para Lío, se llama Memo Hurtado”, le contó feliz Jordi Messi.
“¿¡Quién!?”, gritó el entrenador del Rebaño Sagrado y casi se desmaya. “¡Ése es un bandido! ¡Dígame que no ha firmado nada!”.
“¡No, aún no! Pero ya leímos el contrato en español y no hay nada sospechoso, sólo no hemos leído la copia en inglés, porque no le entendemos. Pero nos dijo que era lo mismo. Hurtado nos ofrece apoyo total. Hasta nos habló de llevarse a Lío a las Águilas Reales o a Europa”, respondió Jordi.
Mientras Leal se desplomaba en el sillón en medio de su estupefacción, Jordi saludó a su cuñado. “Qué bueno que viniste. Ya tengo parte del tratamiento de Lío. Lo mandaron desde Alemania, de laboratorios Bayito. Ahora estamos en tus manos”.
El doctor José Antonio Cano estaba trabado de coraje. Apenas balbuceaba. Poco a poco se calmó. “Pero qué mamarrachada hiciste. Seguro te estafaron. ¿Quién te iba a vender un tratamiento de 20 mil dólares en 11 mil pesos? ¡Te estafaron, Jordi! Esos laboratorios Bayito no existen”, espetó el galeno ante el desencanto y estupor de los padres de Leovigildo Messi-Cano, del cura y del carnicero, quienes habían financiado el milagroso tratamiento.
Mientras el Profe Leal pedía la copia en inglés de los contratos llevados por Memo Hurtado, el cuñado quería revisar las supuestas pócimas milagrosas. ¿Leovigildo? Consternado, porque de la felicidad habían llegado a los gritos, los lamentos y le entristecía ver a su padre sentado y con la cabeza entre las manos, en gesto de desolación.
“Esto es más agua que cualquier otra cosa. Tiene sabor a vitamina B y huele a otros componentes. Si le inyectan esto a Leíto, se nos va. Puede sufrir un síndrome compartimental o una hemólisis y se nos muere. Son unos criminales esos tipos”, le explicó el médico Cano a su impactada audiencia en la casa de los Messi-Cano. “Mañana los denunciamos a la policía”.
Mientras tanto, José Luis Leal tenía más noticias lamentables. “Ya leí la copia del contrato en inglés. Es un fraude. Prácticamente le estarían entregando hasta la patria potestad de Lío a Memo Hurtado. Le cede el control legal de su vida, por encima de los padres”, les explicó. “Les recomiendo que rompan estos contratos, ¡quémenlos!”.
“Y le traigo más malas noticias, lo siento Jordi”, prosiguió Leal. “No pude hablar con Don Jorge Melgara. Se fue a una de sus convenciones, ahora al Tíbet y regresa en tres semanas. Le dejó todo el control del Rebaño Sagrado al Pelagatos Helguera y él ya dijo que no va a arriesgar su chamba para ponerlo a jugar en lugar del hijo del tesorero Godínez. Lo siento, pero habrá que esperar más de un mes para poder hablar con Don Jorge, porque luego va a una reunión de dueños de la Liga”.
“Por lo pronto, lo que les recomiendo es que lo lleven con la Selección Jalisco Sub-12. Ahí va a haber muchos buscadores de talentos de clubes, y son más confiables que esa rata de Memo Hurtado”, les sugirió el profesor José Luis Leal a los padres de Leovigildo Messi-Cano.
Doña Chela Cano no resistió más. Un súbito vahído y se desparramó por el piso, y el primero en reaccionar fue Lío, quien se abrazó lloroso sobre el cuerpo inerte de su progenitora. De inmediato el médico --y hermano de la mujer--, retiró al niño y empezó a revisar a la desfallecida. Era sólo un desvanecimiento y poco a poco se fue recuperando.
Demasiados golpes en un día, en un breve lapso. “¡Ay hermanita!, y sigues sin cuidarte desde que te advertí que tenías una anemia perniciosa”, le reprochó el médico.
Lío temblaba ante el impacto de ver el desmayo de su madre y la aflicción de su padre. Consternado, afectado por tantas emociones entre tanta gente, y que él no entendía bien de qué se trataba semejante caos, Leovigildo Messi-Cano se preguntó: “¿Todo esto lo provoca el futbol?”.
Lío pateó el balón, su inseparable compañero, hacia la puerta de la casa, que había permanecido abierta desde la llegada de su padre. La pelota se perdió en la garganta oscura de la noche de Polanquito. Y enseguida, corrió a su cuarto. Estaba decidido a renunciar al futbol, si es que causaba tanto dolor y miseria en su familia. No quería volver a ver ese balón jamás.
Jamás...