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"Me sacrifiqué por esta pelea": El largo camino de Ryan García para pelear contra Gervonta Davis

Nota del Editor: Este texto se publicó originalmente en abril de 2023, previo a la pelea de Ryan García contra Gervonta Davis.

A RYAN GARCÍA YA NO LE IMPORTABA NADA. No le importaba lo famoso que era. No le importaba quién lo viera o lo que pensaran de él. No le importaba casi nada mientras estaba sentado, encorvado sobre una mesa de póquer del Commerce Casino (el autoproclamado "Salón de cartas más famoso del mundo") una noche durante el más bajo de tantos bajos fondos. Se quedó mirando otra mano perdedora, a la que apostó de todos modos. Agrega "el dinero" a la lista de cosas que ya no le importaban.

García iba a menudo a este casino, ubicado a las afueras de Los Ángeles, cuando la ansiedad y la depresión se apoderaban de él. Se dio cuenta de que la mesa de póquer era un buen lugar para estar cuando no te importaba nada. Era un sitio donde podía estar a solas sin sentirse solitario. Era un sitio que le permitía fabular pensamientos mágicos: podía ver las cartas frente a él, sin importar lo malas que fueran, y convencerse a sí mismo que era el inicio de una mano ganadora. Apostaba hasta que se demostrara fehacientemente que no era así.

Había pasado cierto tiempo dentro del casino esta noche, cuando se dio cuenta de que un hombre le miraba. No era algo poco común: García es boxeador invicto del peso ligero, con millones de seguidores en redes sociales y un rostro reconocido por su buen parecido, bajo cualquier criterio objetivo. Sin embargo, este hombre parecía verle con mayor atención que la mayoría. Caminó desde la periferia de la mesa, viendo a García desde varios ángulos hasta que se le acercó por detrás, diciéndole al oído:

"Ryan, ¿sabes quién eres?"

Un sobresaltado García se giró para ver a este hombre. ¿De quién se trata? ¿Qué es lo que quiere?

El hombre prosiguió. "¿Sabes bien cuál es tu llamado?"

García le veía fijamente. Se había quedado sin respuestas.

"Dios te ha llamado, y lo sabes bien", dijo el hombre, con una voz cada vez más insistente. "Y, ¿qué estás haciendo? ¿Qué haces en este preciso instante?"

Los escalofríos corrieron por la espalda de García. ¿Qué estaba haciendo él? En ese momento, estaba sentado a una mesa de póquer en un lúgubre casino, convencido de que sus cartas de 2 y 4 hoyos, sin valor alguno, se convertirían en una escalera. Estaba triste, sin rumbo e inquieto; así que, en un sentido más amplio, temía que su estado mental le estaba forzando a renunciar a su don. Vio sus cartas, que de repente ya no tenían importancia. Miró a su alrededor para ver mejor a este hombre. Pero desapareció de su vida, como si fuera una aparición divina.

¿Quién soy?, se preguntó García a sí mismo. En ese momento, llegó a una conclusión aterradora: No tenía una respuesta óptima. Rápidamente, cedió su mano, recogió sus fichas y se fue del casino.

García ha llegado a ver presagios y augurios. Cree que este extraño ser fue elegido para enviarle este mensaje, que su reunión en el mismo espacio físico fue ordenada por alguien o algo, que forma parte de un reino diferente.

"Sentí que me habían estremecido", afirma ahora. "Volvamos a ello. Crucemos el fuego y enfrentemos los demonios".

Este desconocido, con sus palabras contundentes, le hizo darse cuenta de algo: que le seguía importando.


CON APENAS 24 AÑOS, García se ha convertido en una especie de figura mítica dentro del mundo del boxeo, con mayor presencia en las redes sociales que en la vida real. Un boxeador con poder inusual para el peso ligero y una velocidad inusual para cualquier ser humano. Tiene récord 23-0 con 19 nocauts; sin embargo, hay tantas olas que cuesta ver el océano. Sólo tiene dos combates en los últimos 27 meses, desde que viviera el mayor momento de su carrera: cuando venció por nocaut técnico al campeón olímpico Luke Campbell en enero de 2021. Se tomó 15 meses de receso después de esa pelea para atender su salud mental y recuperarse de una fractura de mano. Su talento es indiscutible, pero cuesta más determinar su sitial en la jerarquía del boxeo actual.

García está a punto de descubrir si tanta escasez generará demanda. Se enfrentará en la noche de este sábado al invicto Gervonta "Tank" Davis (28-0, 26 KO) en el T-Mobile Arena de Las Vegas (on transmisión EN VIVO de ESPN Knockout y Star+ sólo para México, Centro y Suramérica). Este combate representará toda una rareza en el pugilismo: una súper pelea de peso pactado (136 libras) sin títulos de por medio, entre dos boxeadores invictos que se encuentran en la cúspide de sus condiciones.

"La gente dice: 'He oído hablar de este chico con súper velocidad'", afirma García sobre sí mismo, "Pero, '¿qué le pasa? Empieza a surgir y luego desaparece'. Lo entiendo. Pero ésta es la pelea que, de verdad, me convertirá en lo que debo convertirme, en quien estaba destinado a ser".

El combate llegó a concretarse una vez que el boxeo hizo lo suyo, con negociaciones interminables para decidir adelantos monetarios, porcentajes de regalías por concepto de ingresos del sistema "Pago por Evento" y cláusulas de revancha mediante. García hizo varias concesiones: surgieron informaciones periodísticas que indican que el joven californiano aceptó una reducción de su porcentaje de regalías para que la pelea se llevara a cabo. Decidió no participar en un combate preparatorio por temor a lesionarse y arriesgar la que quizás sea la noche boxística más importante del año. En un episodio reciente del podcast "Raw Talk" conducido por Bradley Martin, García se refirió al proceso entre bromas, afirmando que su contrato le prohíbe comer o beber agua tres días a la semana. Siendo el boxeo lo que es, varias personas lo tomaron en serio, al punto de que García debió explicar las razones tras su chiste.

"Me sacrifiqué por esta pelea, y el sacrificio radica en respetarme y entender todo lo que debí superar para llegar a esta pelea", indica García. "Esta es la razón por la que me enamoré de este deporte: los verdaderos mejores boxeadores se verán las caras sin buscar ventajas, ni esperar hasta que la gente esté muy mayor para decir: 'Oh, ahora sí nos enfrentaremos a él'".

García entrena dentro de su cochera, un lugar poco convencional para prepararse con miras a una pelea de esta magnitud. Inició su campamento en Miami para después trasladarlo al gimnasio del entrenador Joe Goossen en Los Ángeles. Dejó Miami tras pocos días. Sólo duró unas semanas entrenando en el gimnasio de Goossen porque la gente empezó a aparecerse en las noches que entrenaba para pegar sus caras a las ventanas, en un esfuerzo por dar un vistazo.

La cochera de esta casa multimillonaria ubicada en una ladera de las colinas de Los Ángeles es de todo, menos espartana. Hay seis casilleros de madera pegados a las paredes. Varias lámparas en forma de hongo cuelgan del techo. Un saco de boxeo de reflejos (diseñado y patentado por su padre Henry, una fija en sus videos de entrenamiento) está al lado de otra bolsa pesada. Goossen y Henry están uno al lado del otro, admirando el trabajo de Ryan. La música suave suena en una bocina portátil mientras los sonidos del interior de la residencia (las dos hijas pequeñas de Ryan, sus hermanas, su madre, el televisor del tamaño de una pared) parecen una ecografía Doppler en sus intentos por salir.

"Algunos boxeadores no quieren a nadie cerca. Quieren tranquilidad", dice Guadalupe Valencia, consejera y abogada de García. Sin embargo, este ambiente familiar "funciona para Ryan. No le gustaría si no tuviera a nadie cerca".

La cochera es cómoda, familiar. Sirve como recordatorio de sus comienzos humildes. García empezó a boxear a los 7 años, cuando le dijo a su padre que no quería seguir practicando béisbol porque se enfadaba demasiado cuando sus compañeros cometían errores. "Decidió que no quería depender de los demás, que necesitaba asumir el control", recuerda Henry. "Le dije: '¿Qué te parece el boxeo?'" Comenzaron a entrenar en la cochera de la casa familiar de Victorville, California con Henry (exboxeador amateur y actual entrenador asistente de Ryan) dirigiendo los entrenamientos.

A pesar de poseer 15 campeonatos nacionales a nivel amateur y un impecable récord como profesional, existe la creencia de que hasta ahora García es en gran medida famoso por el simple hecho de ser famoso. Dentro del mundo boxístico, es el rostro impoluto de la juventud, vitalidad y esperanza. Es la mega estrella de las redes sociales, con 9.6 millones de seguidores en Instagram, 5.3 millones en TikTok y 1.4 millones en YouTube. Su presencia cuidadosamente manufacturada en las redes le ha permitido, al igual que tantas otras celebridades, diseñar su propia imagen. Todo es perfecto en sus fotos y videos: sus manos causan vértigo, su sonrisa reluce, sus modales son encantadores. ¿Es una creación del momento o, como afirma Valencia, se encamina a convertirse en "una auténtica superestrella a nivel global"? García y todos quienes le rodean (un entorno relativamente pequeño para un boxeador) creen que ésta es la pelea que cambiará su relato, de una vez por todas.

El cambio ha empezado, de múltiples formas. Ningún filtro puede idealizar la ansiedad y depresión con las que luchó tras imponerse a Campbell hace más de dos años, cuando el mundo tocó a su puerta. Tenía 22 años y ya era famoso, popular, rico. Patrocinantes, estafadores, mujeres: todos querían quedarse con un destello de los reflejos de la gloria. Dio la vuelta a la narrativa del "niño bonito" al ser derribado en el segundo asalto, recuperarse y noquear a Cambpell en el séptimo. Fue una pelea cinematográfica, que planteó la posibilidad de que García era el último en una larga fila de salvadores de un deporte que, a pesar de su bajeza y barbarie, ocupa un lugar significativo en la cultura.

Entonces, se dio cuenta. Había sufrido de ansiedad, pero nunca a esta magnitud. El mundo se detuvo. Se sentía desmotivado y estático. Se hundió en una depresión severa. Bebió demasiado alcohol y pasaba mucho tiempo apostando, lo que ha descrito como una forma de "despejar mi mente". Describe su espiral descendente como estar atrapado en un laberinto, donde cada giro lo llevaba por la dirección equivocada.

"Me autosaboteé", indica García. "Comencé a hacerme hipocondríaco. Tuve muchas cosas a la vez: Trastorno obsesivo compulsivo, depresión… me atacó todo. Me deprimí gravemente. Sí, a veces tuve pensamientos suicidas. Estaba en un sitio realmente oscuro. Cada vez que intentaba dar un paso adelante, algo me recordaba las cosas con las que estaba lidiando. Cada vez que quería volver, pensaba: 'No, no puedes volver'".

García ha personificado su situación de salud mental como si fuera un rival: un ser separado, que reside fuera de él pero que busca constantemente un espacio para escabullirse. Al igual que los boxeadores, le encanta un blanco estático. Buscó ayuda profesional ("tuvo suficiente madurez para saber que la necesitaba", indica Valencia) y afirma que pequeños momentos de claridad e introspección le pusieron en el camino hasta alcanzar la recuperación. Empezó por separar pensamientos y sentimientos de la verdad, y entender que no existen "mi verdad" y "tu verdad", sino sólo la verdad. La verdad objetiva (por ejemplo, una mala mano de póquer) no puede cambiarse con creencias y pareceres, al igual que no se pueden eliminar la ansiedad y los temores con dinero, adulación y posición social.

"Existe una verdad verdadera ahí afuera, y ahora me gusta mirar a la verdad verdadera, incluso cuando no me favorece", indica. "Eso me hace sentir liberado. Si siento que tengo miedo en una situación, ¿cuál es la verdad de esa situación? ¿Podría haber ayudado el hecho de sentir miedo? No. Entonces, ¿qué hago con este temor? Tuve que preguntarme: '¿Por qué pasa esto dentro de mi cerebro? Y luego tuve que aceptarlo. En ese momento, no puedo detener esos sentimientos, pero ¿qué puedo hacer? Oye, tengo dos piernas: puedo salir a correr. No importa lo que sienta, siempre puedo elegir correr. Eso es liberador".

"Ahora, todo se calma un poco porque no tiene control sobre mí. No puede impedir que te muevas. Quiere que te quedes quieto, inmerso en tus pensamientos. Allí es donde vive, y no se lo puedes permitir. Se cura a sí mismo, consciente de que no tiene control sobre ti".


RYAN TENÍA 14 AÑOS y entrenaba para alcanzar el noveno de sus 15 campeonatos nacionales amateur, cuando se averió el auto de su padre y las probabilidades de recorrer aproximadamente 3.540 kilómetros desde Victorville hasta Toledo, Ohio, parecían ser muy pocas. "No teníamos suficiente dinero para ir en avión", dice Henry. "La gasolina era un problema. La comida era un problema". Tres días antes del torneo, Henry contaba su dilema a un vecino cuando éste le dijo: "Puedes comprar mi auto".

Era un Ford Escort azul, lo suficientemente antiguo y barato como para permitirle a Henry girar un cheque, llenar algunos coolers con comida ("los coolers nos salvaron la vida", dice ahora) y tomar la carretera. Henry y Ryan viajaron hasta Toledo, donde el Escort se averió justo cuando los García llegaban a la ciudad. Henry diagnosticó el problema y lo reparó en el estacionamiento de su motel. Ryan ganó el torneo (Henry puede recitar la lista de oponentes y asaltos de los 15 títulos) y volvieron a casa, donde el Escort volvió a fallar.

"Te lo juro: murió cuando entrábamos a casa", dice Henry entre risas, "pero hizo su trabajo".

La decisión de Ryan de abandonar la práctica de deportes de equipo tuvo implicaciones de largo alcance. Henry renunció a su empleo como administrador del distrito local de control de vectores de Victorville porque "mis hijos se hacían cada vez mejores. Tenían demasiado nivel. Tuve que dejar de trabajar porque exigían mi atención". Centró su vida en Ryan y Sean (hermano de Ryan, que actualmente posee récord 6-0-1 como boxeador profesional del peso ligero a los 22 años) y sus próximos torneos. Los muchachos y su padre entrenaban todas las noches en la cochera y recorrían el país en auto para participar en los torneos.

"Un padre sabe cuándo un hijo es especial", indica Henry. "El padre ve los triunfos. El padre los ve cuando se imponen a rivales de primer nivel. Cuando ves eso, debes dedicar tu tiempo a tu hijo". Lisa, esposa de Henry, siguió laborando como gerente de la biblioteca local, a la vez que cuidaba de sus tres hijas.

Ryan era diminuto; sin embargo, su fuerza y velocidad siempre fueron tan evidentes como la luz del sol. Su estatura y contextura mediana se convirtieron en ventajas, creando un elemento de sorpresa. "Siempre fui un niño al que le encantaba boxear", afirma Ryan, "y era ese niño al que todos veían, se reían de él y le decían: 'No eres boxeador'. Siempre he sido ese niño al que juzgaban por su aspecto: un chico pequeño y delgado, me acosaban, todo eso. Después, me veían boxear y decían: 'Oh, mie----. Él es boxeador'".

Ryan sumó 230 peleas como amateur, con 215 victorias. Él y su padre afirman que dividió honores en seis peleas con el campeón del peso ligero Devin Haney ("Le vencí en todas las ocasiones", responde Haney. "No crean todo lo que él dice") y se hizo profesional a los 17 años cuando su coro de asesores, entre ellos Goossen, convencieron a Henry de que Ryan ya no tenía nada que demostrar.

"En aquel entonces, hubo gente que se rio de la idea de que yo perseguía las carreras de mis hijos", afirma Henry. Se detiene y empieza a asentir, como si estuviera escuchando de nuevo el tono y agudeza de cada una de sus risas. La casa en la que reside, el Jaguar parqueado afuera y la pelea que está a punto de escenificarse responden todas las preguntas, acallan todas las risas. Finalmente, dice, "creo que podría decirse que di un salto de fe".

Henry fue el entrenador principal de Ryan para las primeras 13 peleas de su carrera profesional y dice, en más de una ocasión, que "lo ayudé a alcanzar récord 13-0 con 12 nocauts". Afirma que se relegó a la calidad de entrenador asistente por una razón: para mantener la relación padre-hijo.

"Si algo sale mal, acuden a la familia en busca de apoyo", dice Henry. "Pero si trabajas a ese nivel, como entrenador, no pueden hacerlo. Cuando pasaba por varias cosas, estuve allí como padre, no como empleado".


DESPUÉS DEL ENTRENAMIENTO, García se sienta a una larga mesa de comedor de cristal en su hermosa casa, ubicada en un barrio tan nuevo que aún no han pavimentado todas sus calles. En las cuatro esquinas de la mesa hay protectores de goma transparente. Sean cocina su espagueti característico para celebrar el vigesimoquinto aniversario de bodas de sus padres, que se producirá en dos días. Goossen, el entrenador de 69 años que será exaltado en junio próximo al Salón de la Fama del Boxeo Internacional, preside la mesa en el gigantesco salón. Ryan está sudando, sin camiseta, poco después de terminar su entrenamiento en la cochera.

"Actualmente me encuentro en un espacio perfecto en lo mental", indica Ryan. "Pero es una batalla constante, cada día. Debes proteger tu energía, debes proteger tu paz cuando la tienes. Hay cosas que pueden desviarte del camino y alejarte de tu propósito. Pero, ahora mismo, me he quitado un peso de los hombros. Ahora siento que sólo lucho contra mí mismo y no necesito la aceptación del mundo". Se echa hacia atrás, lanza los brazos al cielo y suelta una sonora carcajada. "Si no me quieren, está bien".

Su voz porta los ritmos del acento del Sur de California, y las letras finales de las palabras suelen terminar enterradas en el fondo de su garganta. Es una voz que encajaría perfectamente en el ambiente de Venice Beach; sin embargo, su vibra del New Age contrasta fuertemente con el deporte que practica. El boxeo, siendo generosos, no ha evolucionado mucho en su tratamiento de los problemas a los que se ha enfrentado García. Las confesiones de situaciones de salud mental dentro de la comunidad boxística son comúnmente desestimadas como síntomas de debilidad, y suelen tratarse con más desprecio que los comportamientos delictivos. Davis, que tiene numerosos arrestos en su haber y será sentenciado el próximo 5 de mayo tras haberse declarado culpable de cuatro cargos penales derivados de la huida de un accidente de tránsito en Baltimore, ha enviado mensajes conflictivos sobre García: "Las condiciones de salud mental son un asunto a nivel global, así que solo le deseo lo mejor", expresó en 2021. Sin embargo, en agosto pasado publicó en su cuenta de Twitter: "Los boxeadores deben dejar de usar esa mi---- de la 'Salud Mental' para evadir cosas".

García respondió: "Podemos pasar todo el día hablando de lo que sucede sobre el cuadrilátero, pero atacar la salud mental de alguien está fuera de lugar". Sentado a la mesa, con el sudor corriendo por su cuerpo, indica: "Lo que dice puede tener un impacto muy negativo en la vida de alguien. Si alguien sufre por dentro y viene un boxeador al que admira y dice: 'Oh, esas son tonterías', ¿qué le hace eso a ese chico?' De nuevo, Tank no ha sido suficientemente educado sobre el tema. Si solo investigara y tuviera un criterio objetivo, probablemente sabría que eso duele… duele cuando estás en esa situación. Me dolió por los demás. Hablamos de un hombre muy triste". (Davis no respondió a nuestras peticiones de comentario)

García mantiene un tono mesurado, más triste que iracundo. Se ha convertido en un abierto defensor de la salud mental: reconocerla, tratarla, comprenderla. No le sorprendieron las declaraciones por Davis porque existen muchas personas, dentro y fuera del mundo del boxeo, con opiniones similares. Luego de hacer una pausa, García se inclina hacia adelante, apoya sus codos en las rodillas y dice: "Estoy dispuesto a arriesgarlo todo por esto. He aceptado todo lo que pueda pasar". Davis, un fornido y poderoso golpeador que tiene desventaja de cinco pulgadas de altura y tres de alcance ante García, es el favorito de los apostadores para ganar la pelea. Su combinación de fuerza y experiencia (con un uso magistral de su jab para crear distancias entre él y rivales de mayor altura) supera con creces a todos los rivales a los que García se ha visto las caras en el pasado.

"Sólo sé que no me iré de ese cuadrilátero sin llevarme algo", dice García. "No pasé por todo esto para irme con las manos vacías. Este hombre no se irá sin algún daño encima".


EN UNA NOCHE DE JUEVES, a un mes de la pelea, García hace ocho rounds de boxeo de sombras, abriéndose paso por el suelo acolchado de la cochera, sus manos disparando rápidos golpes como neuronas a un Tank Davis imaginario. Cada golpe es acompañado por un "heeesh" imposible de plasmar en una onomatopeya. En los últimos 10 segundos de cada asalto, luego de que su asistente Scott anuncia el final del tiempo, las manos de García se convierten en alas de colibrí, su energía parece funcionar con baterías, los "heeesh" vuelan como las sensaciones de vomitar sin llegar a ello. Goossen se inclina y sacude su cabeza, soltando un constante fluido de ruidos en señal de satisfacción ("mmmm-hhmm") como si estuviera saboreando el mejor vino.

Termina el boxeo de sombras. Las manos de García están envueltas y éste comienza a golpear los mitones. Después de 10 minutos, alza sus guantes y dice haber terminado la jornada. "Creo que mis brazos están fatigados", indica, en son de disculpa. "Solo quiero ser sincero conmigo mismo".

Se hace una pausa. La música suave parece haber subido de volumen, llenando los espacios que antes llenaban los golpes de los guantes. Hasta el ruido desde adentro parece haberse disipado. Goossen, entrenador de múltiples campeones mundiales, percibe lo emanado por García y se dirige hacia él.

"No, seré sincero por ti", comienza Goossen. "Sé lo que haces y cómo lo haces, Ryan. Es intenso. Es algo tan centrado, intenso y violento. Te cuento, he entrenado a muchos chicos y nadie aplica esa clase de poder a todo. Velocidad y potencia... nunca he visto a nadie hacerlo como tú. Tengo más fe en ti que tú mismo. El día 22, vas a dejar a todo el mundo boquiabierto. Cambiarás la opinión de mucha gente, y cambiarás la cara del boxeo".

García, cabizbajo, no hace más que asentir. Se aleja mientras Goossen y su padre siguen bañándolo en elogios. Pocos minutos después, sentado en su casa, indica: "Lo escucho todo, pero no permito que me afecte. Si no eres sincero contigo mismo, ¿qué sentido tiene? Quizás un mal día para mi es mejor que los días buenos de la mayoría de la gente, pero eso no me importa".

Ryan mantiene un diario en su habitación de arriba. A veces, se lo lee a su padre. "Se ha convertido en filósofo", indica Henry. "No sé de dónde saca tiempo. Lo escribe todo, desde el boxeo hasta la vida y cómo el boxeo se relaciona con la vida. Es realmente increíble. Le he dicho: 'Podrías conseguir que te lo publiquen'".

Ryan empezó a entrenar en la cochera familiar cuando tenía 7 años, en aquel momento en el cual los autos estacionados a las afueras no eran Jaguar ni Hummer. Está de vuelta, luego de múltiples momentos que podrían o no ser presagios por sí mismos. Entrena para una pelea que podría generarle ingresos por ocho cifras, mientras los vecinos pasean sus perros por la calle, o acuestan a sus hijos en las casas de la esquina.

"Esta es una historia hermosa", afirma Henry. "Volvemos al principio. Las bolsas son distintas, pero el ambiente sigue siendo el mismo. Para mí, eso es oro puro. ¿Esto que hay aquí? Es la zona de confort".

La conmoción de adentro logra traspasar a las afueras, junto con los chillidos de los niños y la risa de los adultos. Hoy no es su mejor día; sin embargo, ha aprendido a aceptar la verdad objetiva, a pasar la página para enfrentarse al mañana, a escuchar a su cuerpo y al universo, y a esperar otra oportunidad para tejer algo nuevo a partir de lo antiguo.