Carlos Nava con el análisis inmediato de la victoria de Crawford sobre Canelo Álvarez.
Público de pie: más de 70.000 personas (70.482 para mayor precisión) aplaudiendo, gritando, disfrutando.
Ha terminado la pelea.
Un hombre levanta el brazo, en un festejo que su lacerado rostro desmiente.
Un hombre cae de rodillas, llorando, mientras un estadio lo ovaciona.
Terence Crawford, dando todas las ventajas posibles, acaba de demostrar su talento, su inteligencia y su coraje.
Saúl 'Canelo' Álvarez, digno en la derrota, ha quedado expuesto en sus falencias.
Ganó la habilidad sobre la fuerza. Y no solamente eso, pues queda flotando en el aire la duda si éste ha sido el último acto de uno de los boxeadores más discutidos y admirados del boxeo moderno.
Si las peleas se ganan en el gimnasio, esta fue una prueba concluyente. El Canelo termina de recibir una lección de boxeo frente a un hombre superior.
Es muy posible que suenen ahora muchas voces diciendo: "Yo lo había dicho antes". Sucede siempre, ya que mientras el triunfo tiene muchos padres, la derrota es huérfana.
Crawford, dando enormes ventajas de peso, tras un año inactivo y con apenas un breve paso por la división superwelter de 154 libras (69,900 kilogramos) acaba de coronarse campeón indiscutido de los supermedianos, que tiene un límite de 168 libras (76,200).
Convertido ahora en el primero en ser campeón indiscutido en tres categorías diferentes, a los 37 suma 42 peleas invicto, con 31 nocauts. Fue campeón ligero, welter junior, welter, superwelter y ahora, supermediano reconocido como quedó expresado, por todos los organismos.
Álvarez a los 35, ganó 63, 39 antes del límite, perdió 3 (Mayweather, Bivol y ahora Crawford) y empató 2.
La precisión de Crawford contra la fuerza de Canelo Álvarez
Lo que queda es lo visto en el ring. 'Bud' impuso su movilidad, marcó la pelea en la larga distancia, dejó fuera de rango a Canelo y, a la hora de lanzar golpes, lo hizo con una gran precisión. Esa palabra, precisión, para un hombre que ama los relojes, fue justamente el Waterloo de Canelo. Y no solamente por la falta de rendimiento del mexicano a la hora de lanzar golpes, sino por lo impreciso.
Persiguiendo en línea recta a Crawford, sin cortarle los caminos, fundamentó todo en un ataque neutralizado por un hombre que fue construyendo su victoria de menor a mayor.
Uno sabía lo que quería hacer; el otro quedó supeditado a su fuerza, sin planes alternativos. Y ya en el final, entrando y saliendo, Crawford dio una clase práctica de boxeo. De hecho, en el sexto metió algunas de las pocas manos netas del asalto, pero le sirvió para mostrarse como el más efectivo y sólido de los dos, especialmente con su izquierda. De ahí en más, confiado en haberle encontrado totalmente el tiempo y la distancia, Crawford se adueñó del ring, aprovechando los arrebatos de un hombre que solo pudo apelar a su fortaleza física.
El fallo no sorprendió a nadie: Tim Cheatham (115-113), Max De Luca (115-113) y Steve Weisfeld (116-112) le otorgaron un triunfo indiscutible.
La pelea se hizo en el terreno que le convenía a Crawford, que tuvo un impecable libreto que obedeció todo el tiempo. Las acciones de los últimos rounds, con un Crawford dominador de las situaciones, levantó a un público que seguramente esperaba ver a un Canelo aprovechando todas las ventajas ya marcadas a lo largo de los análisis previos.
Superó todas las ventajas que debió ofrecer. Desmintió el dicho generalizado de que el boxeador más grande supera al más chico. Y ha ingresado a la historia por la alfombra roja, porque demostró, sin dejar dudas, que es un verdadero grande. Redujo al Canelo al papel de un aventajado aprendiz y, con la precisión de un relojero, construyó su victoria sin dejar dudas y conquistando la admiración de todos. El boxeo está de fiesta.
Terminó un reinado. Salud al Nuevo Rey.
