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La agonía, muerte y sepelio de Muhammad Ali


Nota del editor: A un año de la muerte de Muhammad Ali, ESPN The Magazine compila los eventos y protagonistas durante la agonía, muerte y sepelio del llamado "El Más Grande". Esta es la primera de tres partes sobre los eventos que se suscitaron luego de que Alí expirara el 3 de junio de 2016.

Una semana antes de que falleciera su marido, Lonnie Alí cambió los planes para su funeral. El funeral que ella había ambicionado era demasiado grande, piensa. Es demasiado complicado. En su reunión anual con el hombre que ha estado haciendo la mayoría de los planes, le dice "Siéntate. Tengo que hablarte de algo".

Ella está haciendo algunos cambios porque cree que tiene tiempo para hacerlos. Su marido ni siquiera está enfermo. Y además ... él es Muhammad Ali. Ella comenzó a trabajar en el plan hace una década siguiendo consejos y ella ha llegado a considerarlo parte de su mantenimiento de rutina, no muy diferente a ayudarlo con sus medicamentos. Hay algunas cosas que hay que hacer, dice ella. Ella no está planeando su funeral porque piensa que él va a morir, sino porque ella lo ha conocido desde que era una niña pequeña-- y una parte de ella piensa que él va a vivir para siempre.

Su reunión con el hombre que planifica el funeral de su marido, Bob Gunnell, tuvo lugar justo antes del fin de semana del "Memorial Day" (Día de los Muertos por la Patria) en 2016. Cuando él vuelve a su oficina el martes 31 de mayo, les dice a los miembros de su personal que van a tener que descartar buena parte del plan que han elaborado con tanto esmero. Luego, después del trabajo, recibe un llamado de Lonnie. "Bob," le dice ella, "quería avisarte que Muhammad está un poco resfriado.. No es algo para preocuparse, pero como precaución, lo voy a llevar al hospital para que le hagan un examen".


El sonido que Muhammad Ali escucha mientras muere es el sonido que los bebés escuchan después que nacen. Es justo después de las 8:30 p.m., hora de montaña (MT), del día 3 de junio de 2016, un viernes. Está en la Habitación 263, en la unidad de terapia intensiva del Centro Médico HonorHealth Scottsdale Osborn, cerca de su hogar de Paradise Valley, Arizona. Ha sido desconectado del respirador artificial, que lo ha mantenido enérgicamente vivo y el imán que está junto a su cama ha comenzado a llamar a oración, como si estuviera presentando a un recién nacido al mundo.

El imán, cuyo nombre es Zaid Shakir, no sabe por qué ha cantado la familiar canción de lamento; es tradicional cantarla para aquellos que están cerca de su primer aliento, pero no para quienes están cerca del último. Pero él ha tomado un vuelo desde California a Arizona, y llegó a la habitación de Ali no mucho antes de que le quitaran lo que él llama "la parafernalia del sostén vital". Lonnie Ali está alli. Los nueve hijos de Ali están alli, junto con muchos de sus nietos y, luego de recitar súplicas y leer el Corán con ellos, Shakir repentínamente se encuentra atrapado por un impulso espontáneo. Él ha estado observando el pulso del cuello de Ali, viendo como latía con vida cuando comenzó a respirar por sus medios y luego viendo como se reducía lentamente y ahora se inclina y con su boca cerca del oído derecho de Ali, canta, "No hay otro Dios más que Alá, y Muhammad es su mensajero".

Shakir es alto y delgado, casi larguirucho, con una sonrisa torcida y una hermosa voz, una voz que incluso cuando está hablando tiene un dejo de jazz, una forma de retrasarse con respecto al ritmo antes de hallar todas las notas correctas. Él no susurra a Ali. Él no canta en voz baja. Canta en voz alta, de modo que todos puedan escuchar, de modo que las palabras llenen el conocimiento de Ali. Luego, coloca en la mano derecha de Ali unas cuentas de oración entregadas por uno de sus nietos y cierra los dedos de Ali sobre ellas. Comienza a hablarle a Ali, suplicándole, exhortándolo, diciéndole, "Muhammad Ali, esto es lo que significa, Dios hay uno solo; dilo, repítelo, has inspirado a muchos, el paraíso te espera"

"Muhammad Ali, esto es lo que significa, Dios hay uno solo; dilo, repítelo, has inspirado a muchos, el paraíso te espera." Imán Zaid Shakir en el lecho de muerte de Ali

Cuando Shakir comienza su llamado, Ali está vivo. Cuando él termina, un médico entra, coloca su estetoscopio sobre el pecho de Ali y con delicadeza cierra los ojos de Ali. Vivió aproximadamente 35 minutos después de la desconexión del respirador, pero ahora, a las 9:10, Muhammad Ali, de 74 años, el tres veces campeón mundial de peso pesado nacido en Louisville, Kentucky, es declarado muerto, por shock séptico.

Lonnie le pide al Imán Shakier que se quede con su marido mientras la familia sale de la Habitación 263 e ingresa en un nuevo y disminuído mundo, sin Muhammad Ali en él. Él lo hace durante un rato, pero en la habitación comienzan a ingresar los profesionales. Hay enfermeras y personal del hospital. Hay dos directores funerarios que estaban prácticamente escondidos en otra habitación mientras Ali moría y ahora emergen desde las sombras. Y hay tres hombres que visten trajes empacados de urgencia y tienen rostros vigilantes que han visto todo, pero que nunca vieron lo que están viendo ahora. Sus nombres son Todd Kessinger, Brian Roggenkamp y Jon Lesher. Son detectives de homicido fuera de servicio, del Departamento de Policía Metropolitano de Louisville, y volaron a Phoenix el día anterior en un jet privado para brindar seguridad a la familia de Ali. La muerte, horrible y no natural, no les resulta extraña. Han estado cerca de cuerpos en todo tipo de condiciones. Pero el cuerpo en la cama es el cuerpo de Muhammad Ali. Al principio, está cubierto; luego, después que las enfermeras han retirado los tubos y desconectado los monitores que lo mantenían, quedó descubierto. Su tarea es asegurar la habitación contra cualquier intrusión y a Ali contra la explotación -se han enterado de que un programa sensacionalista de televisión ha ofrecido un botín de $200,000 por las primeras fotografías de El Más Grande en su lecho de muerte. Pero ahora se preguntan si sería fácil reconocer una fotografía del demacrado hombre con avanzada calvicie que yace en la cama. Se sienten tremendamente pendientes de él y, a la vez, algo ennoblecidos, como si estuvieran ante la presencia de una fuerza más grande y fuerte que ellos mismos. No es exactamente la fama; es la historia, y Lesher no deja de pensar que, le pase lo que le pase en el curso de su vida, nadie podrá quitarle este momento. Tantas personas tuvieron encuentros con Ali cuando él estaba vivo: encuentros casuales que se transformaron, gracias a la fuerza de la personalidad de Ali, en indeleblemente personales, convirtiéndose en temas de relatos contados una y otra vez. Lesher nunca lo había conocido; ni tampoco Kessinger o Roggenkamp. Ahora encuentran a Ali muerto, pero aunque su vida se le ha escapado, su poder persiste, como si fuera parte de la atmósfera que rodea su cuerpo. Están en la habitación con Muhammad Ali durante 45 minutos. Tienen la responsabilidad de cuidar a Muhammad Ali durante 45 minutos, hasta que Roggenkamp parte para llevar a Lonnie Ali a su hogar. Pero hay un problema cuando van a partir; Ali no fue ingresado como Muhammad Ali. Fue ingresado bajo un alias, confundiendo a uno de los directores de la casa velatoria. Finalmente, Kessinger dice, "Miren, es Muhammad Ali. Dejen que nos vayamos".


Cuando Lonnie llega a su hogar, es un hogar con la ausencia de Ali. Es la singular ventaja de vivir con un hombre inmovilizado -- él está siempre allí. Y ahora no lo está. Fue quien lo cuidó incluso antes de ser su esposa, y ella ha estado casada con él durante 30 años. Las personas suponen equivocadamente que ella se ha preparado para esta eventualidad, esta noche, que ella se ha preparado para ser su viuda apenas se casó con él. Pero ella no lo hizo. Está en shock. Cuando ella era -cuando ellos eran, más jóvenes, ella lo miraba atrapar moscas volando. Ella lo vió sangrar de un corte un día, para despertarse al día siguiente con el corte prácticamente borrado. Ella creía que la sangre de él era diferente a la sangre de otras personas. Incluso mucho más tarde, cuando su marido estaba exiliado de su cuerpo debido a la enfermedad de Parkinson, él no estaba exiliado de sí mismo -él podía hablar la mayoría de las mañanas, y cuando finalmente dejó de hacerlo, se comunicaba a través del tacto y a través de la mirada de sus ojos. El prestaba atención; él asentía; él le apretaba la mano. Y por eso ahora ella no se siente como si hubiera perdido a un anciano con una enfermedad terminal.

Se siente como si hubiera perdido a un hijo.


Jeff Gardner viste traje y corbata para la operación de embalsamado. Es una mañana de sábado, y hay muy poco tráfico, humano o automotriz, alterando la calma del desierto en Mesa, Arizona. No importa que sea probable que nadie lo vea. En los últimos 30 años, Gardner ha embalsamado, según sus cálculos, unos 5,000 cuerpos, y ha usado traje y corbata en todos los casos en que no había riesgo de infección. Es un hombre corpulento, exigente, con una actitud contemplativa, una voz de bajo y una inclinación por los trajes oscuros y zapatos espléndidos. Usa la ropa que viste como una muestra de respeto porque, según dice a veces, nunca se sabe en qué momento uno pasa de atender el cuerpo a encontrarse con la familia.

Gardner es católico; está por embalsamar a un musulmán en la Bunker Family Funeral Home, que es propiedad de una familia de mormones; pero su actividad tiene una cierta manera de borrar las diferencias. El día anterior, viajó desde Louisville, el único pasajero de un jet privado, llevando la caja de fluido de embalsamar que permitiría preservar el cuerpo de Ali de una manera que no está prohibida para los musulmanes. Gardner se había enterado de este requerimiento unos ocho años antes, cuando él y Woody Porter, su socio en A.D. Porter and Sons Funeral Home, fueron llamados para reunirse con los Ali en su casa de Louisville. Era la reunión que inició a Muhammad Ali en el camino de lo que hoy representa el cumplimiento de la planificación de su propia muerte y entierro. Estaba presente Ali; también estaba Lonnie; sus abogados y su contador; y también estaban Zaid Shakir y Timothy Gianotti, un profesor de estudios islámicos que fue convocado para aconsejar a los Ali. Ali estaba en la etapa de lo que Gianotti llama su "purificación", su voto de humildad ante Alá. Pero en esa época, él todavía tenía días buenos. E incluso en sus momentos de mayor enfermedad, y aún en sus momentos finales, nunca dejó de saber exactamente quién era. Era, según la descripción de Shakir, "un hombre de oración" que entendía que él le pertenecía a Alá. Pero él también sabía que era Muhammad Ali, y por eso le pertenecía al mundo.

Para un musulmán, es deseable ser enterrado dentro de las 24 horas de muerto, en lugar de ser embalsamado. Para un musulmán, es deseable ser enterrado directamente en la tierra, en lugar de serlo dentro de un ataúd, para que la tierra lo reciba. Pero Muhammad Ali quería ser enterrado en el Yankee Stadium. Quería un ataúd abierto, ¡para que el mundo pudiera ver que él todavía estaba tan lindo! Él soñaba con ellos -- las multitudes. Así que buscó un punto de equilibrio. Según Shakir y Gianotti, el hecho de embalsamar no está estrictamente prohibido; pero sí lo está el uso de una solución de embalsamar que contenga alcohol o formol. Esos elementos no solo son venenosos, sino que son la manifestación de un deseo de alcanzar la inmortalidad del cuerpo en lugar de la inmortalidad del alma. El cuerpo debe pudrirse, en el fondo de un agujero en la tierra, mientras el alma asciende al paraíso.

Gardner invirtió en una caja de fluído de embalsamar "ecológico" que no contuviera ninguna substancia ofensiva a Dios. Durante los ocho años siguientes, él usó un dispositivo buscapersonas exclusivo, tan obligatoriamente como usó sus chaquetas, corbatas y zapatos de lagarto ... y ahora que recibió el llamado, está listo para embalsamar a Muhammad Ali, que llegó desde el hospital la noche anterior y esta mañana estará tendido en el sótano de la Bunker Funeral Home. Es la circunstancia más extraordinaria de la existencia terrenal de Gardner, pero el trabajo que tiene que hacer es cualquier cosa menos extraordinario; lo ha hecho miles de veces. Embalsamó a su madre; embalsamó a su padre; ahora estará en sus manos un hombre que ha emocionado a tantos y cuyo mensaje dio la vuelta al mundo. Para Jeff Gardner es un honor y privilegio haber sido elegido para servir a Muhammad Ali. Sin embargo, no tiene otra opción que comenzar de la manera que siempre lo ha hecho, de la manera en que fue enseñado. Piensa. Respira. Se pone a trabajar.


Después de que Ahmad Ewais toma el desayuno con su familia, conduce su automóvil hasta la Bunker Funeral Home. Está tranquilo. Viste lo que usa generalmente, una camisa polo y pantalones caqui. Es un hombre alto de entre cuarenta y cincuenta años, con cabello cortado corto y una barba moteada, y es imposible conocerlo sin mirar sus manos. Son grandes y muy limpias. Nunca están cerradas como puños; las sostiene como si estuviera sosteniendo un gran tazón, y toman la forma de gestos de imploración cuando Ewais, como habitúa hacerlo, levanta sus ojos al cielo. Es un hombre devoto que ha convertido sus movimientos más simples en plegarias. Sus uñas tienen el color de las perlas.

Cuando Ewais llega a la casa funeraria, Jeff Gardner lo está esperando. Gardner ha terminado su trabajo, pero quiere asegurarse de que Ewais tenga los envoltorios de hilo que trajo con él en el jet privado desde Louisville -- el hilo que Ali compró para él mismo hace años. Ewais ha traído sus propias piezas de hilo, algunas de las cuales están cortadas en largas tiras para atar. Trajo dos jarras de plástico, una de ellas roja y la otra violeta. Ha traído una botella de jabón líquido Dial. Trajo toallas que compró en Costco. Ha traído una mascarilla y guantes y algodón, por si los necesita. Ha traído varillas de incienso. De Arabia Saudita ha traído agua que se dice proviene del arroyo que surgió debajo del hijo de Abraham, y una bolsa de hojas de loto. Ha traído varias clases de perfume. Ha traído alcanfor, que molió él mismo en un molinillo de café. También ha traído a un amigo de su mezquita de Tempe, que lo ayudará, junto con Zaid Shakir y Timothy Gianotti cuando lleguen. Llegan aproximadamente a las 10 en punto, y Gardner los conduce a la habitación donde Ali está debajo de una sábana. Él observa un instante, hasta que Ewais comienza a lavar el cuerpo.

Ahmad Ewais se encarga de lavar cuerpos. Ha lavado cerca de 1.000. Es su vocación y se ha impregnado en él, hasta la punta de sus dedos. El cree que es una bendición y, por lo tanto, una obligación. Cree que por cada cuerpo que lava, 40 de sus pecados son perdonados. Cree que Alá ordena a los fieles a ayudar a los desvalidos y sabe por experiencia que no hay nada en la creación tan desvalido como un cuerpo muerto, aunque el cuerpo pertenezca a Muhammad Ali.

Ewais enciende una varilla de incienso. Con agua y jabón, lava las manos y brazos de Ali hasta el codo, como si Ali estuviera vivo, preparándose para una oración. Luego lava las partes privadas de Ali, deslizando sus manos debajo de una toalla. Alí no es descubierto ni expuesto en ningún momento; la toalla se extiende desde su vientre hasta sus rodillas, y Ewais la levanta con su mano izquierda y lava con su derecha, echando agua de las jarras de plástico. Todo está en silencio en el cuarto, Shakir y Gianotti ayudando a girar el cuerpo cuando Ewais se lo pide y el silencio es sacramental. Están transfigurados, mirando a Ewais -- al cuidado que usa, a sus movimientos sin prisa y a lo certeras que son sus manos -- y Shakir piensa para sí mismo que Muhammad Ali está siendo lavado por el Muhammad Ali de los encargados de lavar cuerpos. Pero Ewais está transfigurado por el mismo Ali. No es que el gran campeón sea más que un hombre; es que él es precisamente un hombre, y por eso ha terminado aquí, en la mesa junto a él.

Lo lava tres veces, como la tradición lo impone, la primera vez con jabón; la segunda vez con las hojas de loto molidas, que producen una espuma como jabón cuando agrega agua; y la tercera vez con alcanfor y perfume. Lo cubre con tres sábanas, desde sus hombros hasta sus rodillas, desde su cintura hasta sus pies y luego desde la cabeza a los dedos de los pies. Pero también le habla, y reza por él, pensando las oraciones en lugar de decir las palabras. "Aquí estás, Muhammad Ali, ¡No importa lo que hagas en vida, este es tu destino final! Fuiste El Más Grande -- ¡que Dios te haga El Más Puro!" Como musulmán, él cree que cuando los seres humanos mueren, sus almas abandonan sus cuerpos pero permanecen incapaces de responder aunque oyendo y viendo y sintiendo, hasta que sus cuerpos son enterrados. Ewais está trabajando para devolver el alma de Ali a Dios. Le lleva 45 minutos, tal vez una hora, terminar, llegar al punto en que ata las envolturas de Ali con las largas tiras de hilo. Está por aplicar perfume al rostro de Ali, cuando llama a Shakir y a Gianotti para que vean. Ali está con un turbante de hilo; su rostro es todo lo que se ve, y Shakir y Gianottie están impresionados por su imagen real, como la de un rey africano. Pero hay algo más. Él brilla. Durante toda su vida, las personas preguntaban si le podían tocar la cara, porque era tan suave y tan sin marcas y tan brillante. Ahora parte de ese brillo ha sido restaurado, y el hombre que lo lava le dice a sus asistentes, "Miren -su cara es tan brillante como la Luna".


Esa noche, más tarde, Timothy Gianotti sale a caminar para reflexionar en lo que ha visto. Recuerda cuando conoció a Ali por primera vez, años atrás -lo despojado que estaba de todo lo que lo había hecho grande, pero lo grande que todavía era. A él le faltaba la potencia física, sin embargo era como si Gianotti se hubiera encontrado con un alma purificada sentada en una silla. Y ahora había visto a Ali muerto, tendido sobre una mesa. Allí estaba un hombre que nunca había desoído el llamado de Dios. Cuando fue llamado a pelear, volcó su genialidad en la pelea, y una o dos veces peleó casi hasta la muerte. Cuando fue llamado a hacer la paz, hizo la paz aún a costo de su excelencia deportiva. Cuando fue llamado por las multitudes de todo el mundo, él se entregó a ellas y se movió entre ellas. Cuando fue llamado a soportar la mortificación de su cuerpo, se entregó a ella sin sacrificar su espíritu. Nunca se quejó, nunca perdió su fe y esta mañana, allí estaba, de vuelta con él: el brillo en su rostro.

Gianotti había perdido la noción del tiempo y lugar, y salió para recuperar su sentido de realidad bajo el cielo del desierto. Es la noche del sábado 4 de junio. A la mañana siguiente, abordará el avión que llevará a Ali de vuelta a Louisville. Pero ahora mismo él está caminando alrededor del hotel de Arizona donde está alojado. Esta es suficiente realidad. Una mujer se le acerca. Ella es afroamericana. Él nunca la había visto antes, pero ella lo reconoce. Le dice, "Está aquí por Muhammad Ali".

"Sí, así es".

"Sabe", le dice ella, "él nospertenecía".

(Continuará)

Antes de incorporarse a ESPN como redactor sénior, Junod escribió para Esquire y GQ. Ha ganado dos Premios National Magazine, un Premio James Beard y el Premio June Biedler por artículos sobre el cáncer. Sus trabajos figuran en muchas antologías y su artículo sobre el 9/11 del 2003, "The Falling Man" (El hombre cayendo), fue elegido en el 75 aniversario de la revista Esquire como uno de los siete mejores artículos escritos en la historia de la revista.