El tibio sol de la mañana acariciaba a este periodista y a su compañero de aventuras, el reportero gráfico Ricardo Alfieri (hijo). Estábamos en Grossinger's, Catskills, Nueva York. Habíamos llegado muy temprano y nos tocaba esperar. “El Champion está durmiendo”, nos habían dicho. “El Champion” era Roberto Durán. Se estaba acercando su pelea con Ray “Sugar” Leonard y el mundo aguardaba, expectante.
No era para menos. Leonard iba a volver al escenario de su conquista olímpica, la medalla dorada de los Juegos de Montreal, para exponer su invicto, su campeonato mundial y también su prestigio. Leonard, el campeón sonriente, amable, político, elegante en el ring, amado por todos, iba a tener enfrente, por primera vez, a un peleador “de verdad”. Durán, “Manos de Piedra, provocador, siempre sonriente, altanero, curtido en las duras calles de El Chorrillo de su Panamá natal, había reinado como peso ligero despertando admiración. Su estilo no era el de un bailarín, sino el de un guerrero. Aunque –eso si- sabía muy bien esquivar los golpes. Había aprendido de dos viejos sabios. Ray Arcel y Freddie Brown…
Esa mañana, mientras lo esperábamos, apareció Ray Arcel, de impecable traje y sombrero negro. Hablaba poco, pero sabía de lo que hablaba.
“Este es el choque de un peleador salvaje con un estilista, pero creo que toda la ventaja es para Roberto, -nos dijo Arcel, sin que se le moviera un músculo del rostro: parecía un jugador de poker-. No tiene nada que perder, y al mismo tiempo, siente que no puede perder de ninguna manera, porque Ray no le aguantará el ritmo. Esto es fácil: o Roberto se lo lleva por delante o Leonard lo saca a bailar. ¿Se imagina a Roberto bailando?”.
La pelea se programó para el 20 de junio de 1980, en el estadio Olímpico de Montreal, donde se congregaron 46.317 personas. Ese tremendo choque de estilos era también un choque de personalidades. Leonard, en ese tiempo, parecía un genuino producto en donde se mezclaba la calidad y el marketing. Durán era el clásico latino provocador y voraz. “Leonard es muy bueno, pero es un invento de la televisión”, había dicho Durán, resumiendo en una frase lo que muchos no se habían animado a exponer de otra manera.
Bob Arum, viejo zorro del boxeo que sigue siendo viejo y más zorro que nunca hoy, representaba a Leonard. Don King era el promotor de El Cholo.
Cuenta la leyenda que se encontraron en el aeropuerto de Panamá, por alguna gestión con la Asociación Mundial. Más que saludarse, se mostraron los dientes. Y mientras esperaban sus vuelos –Bob iba hacia Nueva York, Don a Miami- aprovecharon el tiempo. Ambos sabían que para bailar un tango hacen falta dos, y la pelea que el mundo estaba pidiendo, dependía de ellos. Así que dejaron de lado sus rencores y se pusieron a trabajar. Leonard era el campeón welter del Consejo Mundial y estaba necesitando un gran rival para demostrar que no le ponían enfrente a rivales bien elegidos. Durán, si quería seguir en el juego grande y en peso welter, tenía que demostrarlo peleando con quien le pusieran enfrente. Y ganar mucho dinero, que de eso se trata el juego.
El panameño se iba a llevar un millón y medio de dólares, la bolsa más grande de su vida. Leonard tenía asegurado un mínimo de 7 millones y medio y un máximo de 10 millones.
Finalmente, aquella soleada mañana, Durán nos hizo entrar a uno de los cuartos de la cabaña donde se alojaba. En Catskills había entrenado, entre otros, el Gran Rocky Marciano: montaña, soledad, aire fino, concentración absoluta.
Estaba tocando el bongo y cantando con sus amigos. ¿Ese hombre esperaba asi la Gran Pelea del Año? Sí, puesto que era “Manos de Piedra”, era Durán. Hasta nos invitó a desayunar. Estaba feliz, alegre, sonriente y diáfano. Y volvió a repetir aquello de “Leonard es un invento de la televisión”.
Leonard, favorito en las apuestas, tenía 24 años y un record inmaculado de 27 peleas, todas ganadas y 18 nocauts. Durán, a los 29, sumaba ni más ni menos que 71 peleas ganadas con 56 nocauts y una derrota, ante Esteban de Jesús. Había logrado la corona de los ligeros en el Madison, el 26 de junio de 1972, frente a Ken Buchanan, por nocaut técnico en el 13, en una pelea polémica, surgida de un golpe bajo del que Buchanan no se recuperó del todo. Fue en junio, hay que remarcarlo, porque junio siempre fue un mes complaciente para el Cholo, que nació el 16 de junio de 1951.
Unos días más tarde viajamos a la zona de Maryland, junto a Alfieri hijo –enviados ambos por la revista El Gráfico de Buenos Aires- para entrevistar a Leonard. No tuvimos mucho tiempo para estar con él. El querido Irving Rudd –un pintoresco personaje, astuto publicista de los años de oro del boxeo- nos ayudó, pero todo llegó hasta ahí. Ligeramente distante, aunque correcto, Leonard nos dijo que esperaba confiado la pelea, que no era ningún invento de la televisión.
Los aficionados recuerdan lo que fue aquello, porque Ray, como lo confesó muchos años más tarde, cayó en la trampa de querer demostrar (y tal vez, demostrarse) que era capaz de estar intercambiando metralla de cerca con Durán. Fue un error, sin dudas, porque Durán lo obligó a la pelea corta, aunque le costó también lo suyo.
El “muchacho bueno” frente al “muchacho malo”, generaron una pelea épica y cambiante. Eran los tiempos de los 15 asaltos. Cuando todo terminó, nadie estaba totalmente seguro del resultado.
El fallo fue anunciado como mayoritario: dos jurados le dieron el triunfo a Durán, por 149-145 (Harry Gibbs) y 146-144 (Raymond Baldeyrou) mientras que para Angelo Poletti fue 147 iguales. En realidad, la tarjeta de Poletti fue mal leída, ya que su score fue de 148-147, un punto para Roberto.
A la hora de fallar por rounds ganados, la pelea fue también muy pareja, porque Gibbs votó 6 para Durán, 5 para Leonard y 4 empates. Baldeyrou le dio 6 a Durán, 4 a Leonard y 5 empatados. La de Poletti hoy es, todavía, la más polémica, porque le dio ganados 3 asaltos a Durán, 2 a Leonard y 10 empatados…
Ganó Durán, finalmente, y no todos quedaron conformes.
Menos Leonard, que logró la revancha en el menor plazo posible, sabiendo que Manos de Piedra no iba a alcanzar el estado de preparación logrado para aquel junio.
Fue en 1980, han pasado ya 40 años. Todavía hoy este cronista recuerda el viaje de regreso desde Catskills y la confiada espera de Durán, y su sonrisa, endiablada y segura, confiando en su victoria.
Y por cierto, Durán cumplió.