Aquella mañana, cuentan, se levantó temprano y fue saludando a todos con una frase más o menos así:
"Buenos días, esta noche voy a ser campeón mundial".
En labios de cualquier otro podría haber sonado petulante, pero no en el caso de Sergio Víctor Palma, chaqueño de La Tigra. A los 24 años iba a tener su segunda oportunidad por el campeonato de los supergallos de la Asociación Mundial de Boxeo.
Era un joven de mirada fresca y sonrisa radiante que solía cargar, además de su bolso de boxeador, una guitarra. Cantaba, componía y siempre tenía tiempo para explicar, cuidadosamente, todo aquello que se le preguntara.
Era hijo de una empleada doméstica y de un padre que siempre prefirió olvidar. Madre e hijo se vinieron del Chaco a Buenos Aires. El empezó a crecer en el barrio de Once, famoso por ser un centro gigante de negocios dedicados a la industria textil. Compartió años de sueños e ilusiones con otro joven del interior, periodista y ávido lector como él. Era Walter Vargas, hoy comentarista de futbol y boxeo de ESPN.
Palma llegó a aquel sábado 9 de agosto de 1980, fortificado y bien asentado en raíces profundas.
Por un lado, un enorme amor por el boxeo que lo llevaba a tener una conducta impecable.
Por el otro, haber tenido ya una experiencia mundialista ante el gran Ricardo Cardona, en Barranquilla, Colombia, el 15 de diciembre de 1979. Tras 15 fragorosos asaltos, Cardona ganó por puntos en tremenda pelea. Ya en los vestuarios, su entrenador don Santos Zacarías se quejó amargamente.
"Nos robaron, hay que hacer la revancha pero en el Luna Park".
Palma, con el rostro marcado por el cansancio y la pelea, lo miró y le dijo:
"Don Santos, esta noche perdí. Cuando se gana, se gana hasta en la China. No se preocupe, porque cuando tenga una nueva pelea, voy a ganar yo".
La mención a Santos Zacarías merece un párrafo aparte. Ex boxeador de peso mediano, admirador sin límites ni reservas de Joe Louis y Carlos Gardel, hombre de Lanús, en el
conurbano bonaerense, Zacarías era un maestro perfeccionista, ambicioso y, si hacía falta, intolerante.
Había formado ya a Enrique Jana, un gran boxeador, que llegó a una chance mundialista con Bruno Arcari, perdiendo por nocaut técnico en el 11er. round en 1971, en Roma.
Con Palma primero y, años más tarde, con Juan Martín "Látigo" Coggi, forjó a dos campeones del mundo. Era un apasionado de los entrenamientos a fondo y de los golpes de corto recorrido.
"No se olviden de que para que exista un gran maestro, debe existir un buen alumno", dijo Palma alguna vez.
Y, efectivamente, así fue: Zacarías tomó a Palma y Coggi desde el minuto cero y los llevó a campeones. Eran el material justo para el técnico justo en el momento justo.
Palma ya era campeón argentino y sudamericano cuando enfrentó a Cardona. Solamente con un entrenamiento extraordinario pudo hacer 15 rounds sin reservas, ni pausas ni respiros. En pelea muy cerrada, Cardona se llevó una merecida victoria.
Se imponía una segunda oportunidad, pero se cruzó en el camino el norteamericano Leo Randolph.
Randolph, junto a Howard Davis Junior, Ray Sugar Leonard y los hermanos Leon y Michael Spinks, participó del equipo norteamericano que arrasó en los Juegos de Montreal, Canadá, en 1976. Todos ellos obtuvieron medallas doradas.
Había ganado varios torneos Guantes de Oro y su paso al profesionalismo fue lo más natural del mundo. No solamente eso, porque el 4 de mayo de 1980 le ganó por nocaut técnico en el 15to round a Ricardo Cardona y se alzó con la corona mundial.
La Asociación Mundial determinó que debía darle la oportunidad a Palma. Randolph, con 22 años, y una campaña de 17 ganadas, 9 por nocaut y una derrota, tuvo que aceptar.
Fue así que el argentino viajó a Spokane, Washington -la tierra de Randolph, hombre de Tacoma- para su segunda oportunidad.
Palma sumaba por entonces 37 peleas ganadas, con 12 nocauts, 3 derrotas y 4 empates. ¿Y cómo era su estilo?
Un boxeador de corta distancia, que metía la cabeza en el pecho de su rival y lo ahogaba con golpes de breve recorrido. Ganchos internos y golpes a los flancos en la línea baja, buscando hígado y costillas. Uppercuts envenenados lanzados al mentón. Y presión, mucha presión. Con el tiempo se convirtió en un especialista en llevar contra las sogas al rival y era capaz de asediarlo, sin darle ni tregua ni vías de escape, los tres minutos completos del asalto.
No era un pegador y todo se basaba en su juego de cintura para establecer la corta distancia y en una determinación ciega en no dejar armar al rival. Habría que mencionar la palabra "ahogo" por segunda vez, porque era justamente eso lo que lograba, maniatando al rival contra las sogas.
El árbitro de la pelea fue Stanley Crhsitoudouloy, lo que fue tomado como una señal de buen augurio. Habría dirigido a Víctor Galindez contra Richie Kates en la sangrienta noche de Sudáfrica, del 22 de mayo del 76. Y había sido referí de Miguel Angel Castellini cuando ganó su corona mundial en Madrid. Con el tiempo, muchos años después, también dirigió la gran victoria de Jorge Castro ante John David Jackson en Monterrey, México.
Pero las peleas no se ganan con "buenos augurios", sino con actitud y determinación. A los diez segundos del primer asalto, Palma le metió un tremendo cross de derecha a Randolph y lo conmovió. Es posible que nunca se haya recuperado de ese golpe. Sobre todo porque como ya se dijo, Sergio no daba treguas. Cayó dos veces Randolph en el primer asalto. Y todo indicaba que era una cuestión de tiempo.
El argentino puso tanta presión y gastó tanta adrenalina, que perdió algo de efectividad ante un boxeador que logró superar el mal momento. Pero si bien llegó a tener alguna situación favorable, Palma renovó el ataque y obligó al referí a detener la pelea al minuto y 12 segundos del quinto round, cuando ya Randolph no podía tenerse en pie.
Palma, al que todos llamaban "Palmita", era el nuevo campeón mundial. A través de la transmisión de Canal 13, efectuada por Norberto Longo y Juan Larena, llegó la emoción de la conquista y lo inapelable de esa victoria.
Sí, "Palmita", el chico de la guitarra y las poesías de amor, el que se había hecho hombre en las calles del Once, era además un guerrero capaz de consumirse en su propio fuego.
Luego retuvo su corona ante Ulises Morales, Leo Cruz -hermano menor de Teo, primer dominicano campeón mundial de boxeo-, Ricardo Cardona, Vichit Muang Roi-et y Jorge Luján. Cada pelea era una orgía de violencia y despliegue físico.
Finalmente, en la revancha ante Leo Cruz, Palma perdió por puntos, ajustadamente en Miami el 12 de junio de 1982.
Para Randolph, la historia terminó ese 9 de agosto, pues tras la derrota no volvió a boxear. Confesó, con el tiempo, que sus convicciones religiosas conspiraban contra la carga de agresividad que debía tener en un ring. Trabajó durante años en una empresa de ómnibus de Tacoma y este periodista logro conectarlo con Palma en un programa de radio. Hablaron por primera vez en sus vidas desde aquella pelea y se reconocieron como ex rivales pero, ante todo, como caballeros.
Palma ya no fue el mismo luego de su derrota ante Leo Cruz, pero siguió combatiendo durante ocho años más. Curiosamente, su última pelea fue un 10 de agosto de 1990, o sea a diez años y un día de su conquista en Spokane. Tenía 34 años, 52 peleas ganadas (20 nocauts), 5 derrotas y 5
empates. Con los años, con la salud quebrantada, se radicó en Mar del Plata. Una película, "La Piel Marcada", dirigida por Hernán Fernández y estrenada en 2016, cuenta gran parte de sus logros y filosofía de vida.
Pero este es el momento de recordarlo ganador, con los brazos elevados al cielo, celebrando el gran triunfo de su vida.
La imagen de un boxeador que entregó en cada pelea hasta la última gota de su sangre y transpiración.
Un campeón que llenó de orgullo al boxeo argentino.