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La Gran Noche de Ringo, frente a frente con Alí

Oscar Natalio “Ringo” Bonavena es uno de los boxeadores más emblemáticos de la Argentina y uno de los grandes latinoamericanos en la división de los pesados. Tuvo a Joe Frazier dos veces por el suelo y libró una gran batalla con Muhammad Ali.

Fue un producto del porteño barrio de Parque de Los Patricios, en Buenos Aires. Fanático de Huracán, creció en calles de tango, poesía, fútbol y bohemia. Se hizo grande como amateur y pasó al profesionalismo peleando en el Madison de Nueva York, ni más ni menos.

Atrevido, auto publicista nato, irreverente y pícaro, pasó por los escenarios, el cine y hasta se dio el lujo de grabar canciones. De todo eso y mucho más se ocupa “Ringo. Gloria y muerte”, del sello Star Original Promotions, que está a punto de estrenar en STAR+ Latinoamérica.

En 1970, el mundo asistía a la separación de Los Beatles al ritmo de “Let it Be”, mientras se formaba un conjunto llamado Queen.

En 1970 no se habían estrenado ni “El Padrino” ni “Rocky” y era difícil imaginar que se podía cargar un teléfono en el bolsillo. Y mucho menos que pudiera servir para otra cosa que… ¡Hablar por teléfono!

En 1970, el boxeo argentino asistía a la consagración –poco esperada, por cierto- de Carlos Monzón, noqueado al gran favorito Nino Benvenuti en Roma. Y no solamente eso: un mes después de esa gran victoria del 7 de noviembre, Oscar Natalio “Ringo” Bonavena iba a enfrentar a Muhammad Ali en el legendario Madison de Nueva York.

Para la gran mayoría Alí seguía siendo Cassius Clay y era imposible no palpitar la pelea, tremendo acontecimiento para la época.

¿Qué podía hacer Ringo Bonavena frente a Clay?

El argentino, que había comenzado su campaña profesional en Nueva York, no solamente era blanco, tenía apellido italiano y un físico compacto y recio. Era, además, un tremendo vendedor de peleas. Y, a los 28, había tenido dos veces por el suelo al gran Joe Frazier, ni más ni menos.

Ali había logrado romper el confinamiento que le impusieron por no alistarse en el Ejército en la guerra con Vietnam. Luego de ganarle a Zora Folley el 22 de marzo de 1967, fue despojado de su título de campeón mundial pesado y hasta de su licencia profesional. Recién logró que lo habilitaran justamente en 1970, y su regreso fue ante Jerry Quarry en Atlanta el 26 de octubre: le ganó por nocaut técnico en el tercero. Seriamente herido, Quarry no pudo continuar.

Bonavena no solamente se inventó a sí mismo, sino que fue su habilidad la que consiguió la pelea, de la que hablaba todo el mundillo del boxeo –y, también, todo el país, ya que “Ringo” fue un creador de la auto publicidad y el marketing.

Las negociaciones le sirvieron para tener una bolsa asegurada de 100.000 dólares; Ali, por su parte, tuvo una bolsa de 200.000: venía invicto con 30 peleas, todas ganadas, con 24 nocauts.

Bonavena, a su vez, sumaba 46 victorias con 37 nocauts a favor, 6 derrotas y un empate. Concentró y trabajó mucho en Nueva York, junto a Gil Clancy. “Todos decían que Oscar era un loco sin disciplina –nos contó una vez cuando lo entrevistamos en Nueva York-, pero conmigo se portó no solamente muy bien, sino que se entrenó totalmente a conciencia, un verdadero profesional”.

La empresa lucía casi imposible. Ali, favorito 6-1, medía 1,91m o sea que además de ser veloz de piernas y brazos, era muy alto para “Ringo” que medía 1,79.

Zurdo “escondido”, porque peleaba como un boxeador ortodoxo, con la izquierda en punta, Bonavena era peligroso con esa mano, la más hábil para su boxeo. No era un noqueador explosivo, pero tenía potencia y poder. Y, sino, había que preguntarle a Joe Frazier, por ejemplo.

El ambiente se fue preparando y, lentamente, comenzó también a nacer la ilusión entre los aficionados argentinos: ¿Y si, efectivamente, Bonavena podía meter una mano afortunada?

La pelea se efectuó un lunes a la noche. Eran los tiempos en los que la televisión norteamericana apostaba a ese día porque habia mayor concentración de posibles espectadores en sus hogares. Se calculaba que muchos eran los que utilizaban la noche del sábado para salir y estar lejos de la televisión. Como el cable era casi un proyecto, se alquilaban salas de cine para los llamados “Circuitos cerrados”, en donde se podían ver las peleas pagando entrada: se habilitaron 150 salas en el territorio de los Estados Unidos.

En Argentina se televisó a través de Canal 13, con los relatos y comentarios del pampeano Ricardo Arias, único enviado del canal. En los estudios centrales, Fernando Bravo fue el presentador del espectáculo que terminó siendo histórico record de rating con ¡80 puntos!

Solamente la Selección Argentina en la Final del Mundial de Italia '90, logró superar esa marca.

Aquel año el doctor Luis Federico Leloir – aunque nacido en París- ganó el Premio Nobel de Química y Pan Am lanzó el primer vuelo comercial del Jumbo, un jet de Boeing que podía transportar hasta 529 pasajeros.

Bonavena calentó la previa al rojo vivo, llamando “Clay” a Alí, preguntándole en su inglés de Parque Patricios, pero entendible, “¿Por qué no fuiste al Ejército?”. Y para rematarla, lo trató de “Chicken” o sea “gallina” o sea “cobarde”.

Nueve años después, cuando ya “Ringo” había sido asesinado y Alí estuvo de visita en Buenos Aires, el todavía campeón mundial definió a su ex rival:

“Todo el mundo se reía de Bonavena, pero él se reía más de todos cuando iba al banco para depositar la plata que habia ganado”.

Seguramente dueño de los derechos de radio y televisión, cuando Bonavena se enteró de que los periodistas argentinos habían sido ubicados en el lugar más lejano del estadio, no tuvo problemas en ir a las oficinas del Madison:

“O los ponen a los argentinos en el ring side o no hay pelea”.

Y, por supuesto, hubo pelea y los periodistas fueron al ring side…

La pelea fue por el título NABF de los pesados, vacante, o sea North American Boxing Federation. El referí fue Mark Conn, un neoyorquino que había dirigido prácticamente a toda la elite de boxeadores argentinos que pelearon en la Gran Manzana: Eduardo Lausse, Tony Marcilla, Alexis Miteff, Jorge Fernández y Farid Salim, para dar algunos nombres, aunque valdría agregar en el record del referí, que también llevó tarjeta round por round, a Rocky Marciano.

La pelea fue, como se sabe o se puede volver a ver, una pelea dura para Bonavena, pero también para Ali. A partir del quinto, sexto asalto, Bonavena entró en ritmo y comenzó a manejar con fuerza su cross de izquierda (recordemos, su mano más fuerte), aunque con grandes dificultades para acortar las distancias.

“Ali fue uno de los boxeadores más sucios de la historia”, comentó hace unos años Mike Tyson. “Hacía todo lo que no hay que hacer”.

Con Bonavena no fue la excepción, porque lo empujaba hacia abajo en los clinchs, le tiraba el cuerpo encima y sacaba partido de su físico más grande.

En el noveno el estadio se convirtió en una caldera (asistieron casi 20.000 espectadores) porque Alí había prometido noquear al argentino; y no solamente no pudo, sino que anduvo por la lona. Fue más un resbalón que otra cosa –el árbitro no contó, no correspondía-, pero sirvió para la foto y la leyenda, pues son muchos quienes aún hoy se aferran a la foto para comentar “cuando Bonavena lo tuvo por el suelo a Alí”. Y, encima, fue “Ringo” quien, con su cross de izquierda, terminó torturando a Ali, quien pareció haber sentido esos golpes cuando ya iba finalizando aquel asalto. El argentino lo tuvo mal a Alí, aunque era notorio que iba abajo en las tarjetas.

Finalmente se llegó al último asalto, el 15to, en donde se produjo el desastre. Bonavena salió a tirar golpes como hizo toda la noche y se encontró con un tremendo contragolpe a la mandíbula que lo mandó a la lona. Aunque se levantó, aún groggy, quedó a merced de Alí porque el referí, en lugar de asegurarse de que estuviera en una esquina neutral, como debe ser, lo dejó actuar. Alí, caminando por detrás del árbitro, quedó prácticamente al lado de Bonavena y volvió a derribarlo, sin darle tiempo a armarse. Ni siquiera hubo conteo, y entonces vino el final, a los 2 minutos 3 segundos del asalto. Ali volvió a conectar a un boxeador groggy y desarmado, quien cayó por tercera vez. Fue nocaut técnico.

El árbitro tenía a Ali 12 rounds ganados a 2, Joe Eppy votó 10-3 para Ali y uno empatado y para Jack Bloom Alí había ganado 8, el argentino 5 y uno habia sido empate.

Bonavena felicitó a Alí en el ring y le dijo que iba a ganarle a Frazier –pelea que se iba a hacer meses más tarde, en el mismo escenario-, mientras que Alí aseguró que Bonavena había sido “El rival más duro que tuve hasta ahora”.

Fue una noche memorable, todo un acontecimiento que se prolongó al otro día, cuando todo Buenos Aires habló de esa pelea. Este cronista recuerda a los grupos de aficionados, reunidos en corrillos en la calle Lavalle –por entonces “la calle de los cines”-, analizando la pelea. Bonavena, perdiendo, se metió en el corazón de la gente, pues casi como un Rocky de verdad (en esa época, se entiende, Alí ni siquiera había peleado con Chuck Wepner, en quien se inspiró Stallone) llegó en pie hasta el

último round, aunque la fortuna le dio la espalda faltando apenas minutos para el final.

¿Vieron que guapeé?”, preguntaba Bonavena, sabedor de que muchos habían tenido la audacia de tratarlo de cobarde. Había recibido un tremendo castigo, especialmente a través de cortos golpes de derecha a la cabeza, que le habían hecho daño.

Aquel año, 1970, quedó marcado a fuego para el boxeo argentino. En un mes, entre el 7 de noviembre y el 7 de diciembre, dos peleadores habían dejado todo en el ring fuera del país. Uno, Monzón, habia ganado; el otro, Bonavena, había perdido.

Pero para los que vivimos aquellos días, no hubo más que admiración, respeto y cariño hacia ambos, puesto que si Monzón fue grande en la victoria, Bonavena también lo fue en su derrota.

El muchacho de Parque de Los Patricios, el fanático del club Atlético Huracán, el que para muchos era solamente un fanfarrón, lo había logrado: encerrarse en el ring del legendario Madison con el gran Muhammad Alí, y bajar ovacionado.

Al día siguiente, en cada café, en cada esquina, a la salida del subte o en un ascensor de grandes edificios, los argentinos se miraron con una sonrisa cómplice, como diciéndose sin palabras:

Qué grande “Ringo”, Che, que grande…”