México goleó 3-0 a Nueva Zelanda con anotaciones de Pineda 5', Montes 53' y Romo 57' en la nueva era de Javier Aguirre.
PASADENA -- Una noche de escasez para el Tri. En la cancha y en la tribuna, aunque no en el marcador: 3-0 sobre Nueva Zelanda.
En un escenario habituado a multitudes, muy lejos de sus cerca de 93 mil de capacidad, apenas 25,271 aficionados acudieron y con la ayuda de promociones urgentes en tiendas departamentales. Sí, la afición no perdona.
¿En la cancha? Muchas deficiencias y agendas pendientes de trabajo, que ni el humo festivo del marcador, de ese 3-0, pueden ocultar.
Cierto, es la primera comparecencia de Javier Aguirre con la Selección Mexicana, pero más allá de la urgencia de ajustes de estilo y estrategia, tendrá que trabajar sobremanera para que los futbolistas consigan la lucidez en el juego.
A pesar de la poca trascendencia del partido, era evidente el miedo a equivocarse, el miedo a ser exhibido, el miedo a ser señalado. Y ahí, en ese trauma nocivo, se cometieron errores de concepción y hasta de definición.
CUESTA ARRIBA…
Una Selección Mexicana con defectos y con urgencia de trabajo. Desconfianza y desinteligencia.
Una Nueva Zelanda de recursos pueriles, actitud distraída, y hasta un desenfado físico y emocional, pero aún así, México sin una cabeza pensante, con talento y lectura táctica para reordenar el partido.
Javier Aguirre faltaba a su primer compromiso: “Que la afición se sienta representada”. Nunca ocurrió. Los 20 mil aficionados sólo terminaron el primer tiempo aturdidos ante el paseo errático del balón, en medio de un adversario dispuesto al mínimo desgaste.
La falta de trabajo es entendible, pero la falta de audacia, de astucia, de imaginación, de responsabilidad, fue llevando a México a un dominio territorial y de posesión totalmente soso e improductivo.
Para su fortuna, México había encontrado el 1-0 al minuto cinco con un remate cruzado de Orbelín Pineda, y que le permitió navegar en aguas tranquilas, aunque a la deriva en cuanto a intenciones claras el resto de la primera mitad.
Había desconfianza y falta de atrevimiento. Parecía incluso que el temor a equivocarse rebasaba la libertad absoluta que les entregaba el ser un partido amistoso, con el sello degradable de “partido molero”.
Orbelín Pineda y Roberto Alvarado se entretenían casi en paralelo retocando el balón, por falta de atrevimiento suyo y por falta de movimientos de Julián Quiñones y Santi Giménez.
Luis Romo, quien podía ser el referente de romper y abrir las líneas neozelandesas, poco se atrevía mientras que la pregunta era obligada ante la intrascendencia de Luis Chávez, lejos de justificar las expectativas que se generan en torno a él.
Inconcebible, por ejemplo, que en la cara del gol, se desperdiciaran oportunidades, por titubeos. El más evidente es el caso de Julián Quiñones, quien decide controlar en el área –defectuosamente--, en lugar de disparar de izquierda. No era incapacidad, era desconfianza, pánico al error.
Y la nueva cita fallida de Giménez con el gol. En dos ocasiones se plantó en el área. Con toda ventaja para resolver como resuelve usualmente con el Feyenoord y erró.
Las impresiones de Ricardo Peláez ante la victoria de la Selección Mexicana ante Nueva Zelanda en el debut de Javier Aguirre.
Con escasas emociones, pocas exposiciones de talento individual, y menos aún deseos de exponerse a la hazaña, el primer tiempo terminó mostrando a una Nueva Zelanda que con aplomo y sin actos de suicidio atlético, le alcanzó para ponerle dos soponcios en el alma al Tala Rangel.
Javier Aguirre decide mantener el cuadro para el segundo tiempo. Parecía un acto de fe absoluta en sus indicaciones, para respaldar que sus elecciones iniciales eran las correctas.
Para fortuna del Tri, el paso del complemento le bendice circunstancialmente. Chino Huerta entra en lugar de Julián Quiñones por lesión, mientras que ya se manifiesta de manera evidente el desplome físico de los All Whites.
Y al minuto de ingresar a la cancha, al ’53, en el primer balón con el que se cita en el área rival, producto del pase de Luis Romo, Huerta sentencia el 2-0, que termina por desatar el vendaval tricolor. Evidentemente el Chino no mostraba huella de los grilletes emocionales que cargaba el colombiano.
Nueva Zelanda había entrado en un estado de supervivencia. Descompensación por el viaje y el intenso calor, menguaban ya claramente los vestigios incluso de sus limitadas facultades.
Luis Romo haría el 3-0 al ’57, ya con la comodidad de que los mexicanos recibían tiempo y espacio por parte de sus adversarios, y Romo salda así la deuda, cuando en el primer tiempo, en la mejor jugada de México, estrelló el balón en el poste, a un pase en diagonal y profundo que le sirvió Orbelín.
Ya con los ingresos, de Córdoba, Láinez, Martín, Charly y Angulo, México se enredó aún más en esfuerzos aislados, e incluso cerró el partido con más preocupación por rescatar el cero en la portería, que por aprovechar los momentos claros para un marcador más holgado.