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Aún huele a gloria el Alí que peleó en Puerto Rico

Cuarenta años y poco más de tres meses han transcurrido desde que San Juan le tendió una alfombra roja a Muhammad Alí para que transformara el Coliseo Roberto Clemente en un circo con perfume musulmán y domara en tan solo 17 minutos y 46 segundos a un alegado retador belga que se hacía llamar el León de Flandes, y quien resultó más dócil que un gato recién nacido; pero quien comoquiera sirvió al promotor Don King, todo cabello en su cuerpo de caballo, como su quinto retador tras su coronación frente a George Foreman y una anterior defensa tórrida y exitosa ante Joe Frazier, en Manila, que se sumaba a otras tres: Chuck Wepner, Ron Lyle y Joe Bugner, que salvo este último sucumbieron por la vía rápida.

El desafiante fabricado, Jean Pierre Coopman, llamó más la atención con sus patillas frondosas y bigote hirsuto que por su fisonomía de peso completo real a los 15 mil parroquianos que fueron testigos en vivo del 'Alicidio', ya que dicha velada el 20 de febrero de 1976, en un viernes bastante caluroso, con boletos de ringside a $200.00, también fue ofrecida por circuito cerrado en el estadio Hiram Bithorn, a precios más baratos, con 11 mil clientes, pero que tenía el aliciente doble del pleito titular de Alfredo Escalera, que noqueó técnicamente al dominicano José Fernández, conservando su faja superpluma; y una preliminar de Wilfredo Gómez, aún sin coronarse, quien destrozó al canadiense Cornell Hall con un zurdazo a la zona hepática.

Aunque la capital puertorriqueña, entonces con cinco monarcas universales activos, se merecía un aspirante mejor, como sería el estadounidense Jimmy Young el 30 de abril de ese mismo año en Landover, Maryland, perdiendo por decisión unánime, el pueblo se desbordó en cariño y admiración con Alí, consciente que 'El Más Grande' era la esencia más pura del boxeo, un elixir de dioses que emborrachaba de alegría cualquier alma, y que su sola presencia en un ring era ya un estallido de gloria, un abrazo con la historia que Juan Fanático jamás olvidaría porque era un héroe con galones de leyenda viviente; y, además, con talante sin mácula de humanista por luchar sin economías a favor de los deprimidos y en particular de sus hermanos de raza afroamericana.

Hasta yo, rebelde siempre por naturaleza, me tocó reseñar esta 'no pelea' para el diario El Nuevo Día, y quedé prendado enseguida con el aura de Alí, ataviado de trusa blanca con ribetes negros, y al que había que amar en lo posible y en lo imposible; y quien con su mirada sonriente de antaño, no la apagada por el maldito mal de Parkibson, hacía sentir que el que le veía acababa de llegar a los cielos, en donde estoy seguro que su Alá lo recibió con un abrazo y nunca le cortará sus alas benditas al empezar hace unas horas a vivir su muerte terrenal.

Es una desgracia, sin embargo, que Mayweather, con piel de dólar, haya comentado que Alí le pavimentó el camino para ser él la joya boxística más preciada de todos los tiempos, cuando en realidad su ego lo tiene noqueado de soberbia y egoísmo; quedando evidenciado una vez más que su boca expele peos que huelen a vanidad putrefacta.

Tenemos, pues, que Alí dejó aquí sus pisadas profundas, y todos los que fuimos observadores de su entrenamiento con Coopman hoy le respetamos y queremos más porque fue genuino y leal a sus principios pacifistas en una era convulsa por las huellas de la guerra de Vietnam; de ahí que solo habrá un Alí...