Era un privilegio estar ahí. Hacía muchos años que se hablaba de esta gran pelea y finalmente había llegado el día. ESPN nos pidió ir de smoking a la arena, y es que ese 2 de mayo de 2015 era una jornada para vestirse de gala. Pocos podían contener la emoción por los pasillos del MGM. Y al final, caras largas. De la euforia se pasó a la desilusión en tan sólo 36 minutos.
Se trató de la pelea de Floyd Mayweather y Manny Pacquiao. Ya me había tocado cubrir ocho peleas del ‘Money’ y 16 del ‘Pacman’, pero ni una se acercaba a esta, ni siquiera la de Mayweather con Óscar de la Hoya de años atrás. Para empezar, como reportero, no hubo certeza de poder estar en ringside para ver la pelea hasta el viernes por la noche: Al final sí íbamos a estar ahí dentro.
Antes de continuar, habría que recordar la importancia en el boxeo del fin de semana del Cinco de Mayo, legado que le dejó De la Hoya al boxeo y que luego explotaron a su manera Mayweather, Pacquiao, Golovkin y ahora Canelo. Tan importante era la vitrina que ofrecía este evento, que empezó a ser imán de conciertos y eventos especiales para conmemorar la Batalla de Puebla, casi tan grande como el fin de semana del Día de la Independencia de México en septiembre, que ahí sí atribuiríamos en gran parte a Julio César Chávez.
Retomando ‘La Batalla del Siglo’, recuerdo que Top Rank y Mayweather Promotions crearon una maquinaria de mercadotecnia sin igual. Ya muy atrás había quedado la historia de que un mesero en Hollywood había conectado a Freddie Roach, entrenador de Manny, con un ejecutivo de CBS, Les Moonves, para empezar a pactar el duelo. Al final estaba todo listo, y hasta HBO y Showtime estaban trabajando juntos.
Recuerdo que por primera vez se cobraron entradas para entrar al pesaje. El costo era de 10 dólares, pero algunos los vendieron hasta en 500. Se abrió toda la arena y hubo concierto, el ambiente era mágico, porque los fanáticos al fin estaban viendo a los dos mejores peleadores del nuevo siglo frente a frente y con sólo algunas horas por delante para cruzar metralla.
El día de la pelea había estrellas como pocas veces, pero el ambiente no fue igual, claro, porque el fanático que estuvo dispuesto a pagar los exorbitantes precios que se contaban hasta por decenas de miles de dólares, no era el de siempre. Por cierto, las credenciales de aquellos acreditados, incluyendo los medios de comunicación, tenían un chip especial que había que checar cada que se entraba y se salía. Si por alguna razón se olvidaba, corrías el riesgo de quedarte fuera.
Cuando sonó la campana, había mucha expectativa, Pacquiao, el peleador más espectacular en los últimos años, tenía finalmente la oportunidad de acabar con el invicto de Mayweather, uno de los púgiles que menos quería la afición, pero que gozaba de un éxito descomunal. De hecho, esa noche Floyd impuso récord como el peleador que más cobró por una pelea al mostrar un cheque de 100 millones de dólares, aunque al final se llevó más de $200 millones por el porcentaje de ganancias.
Empezó la pelea y esa arrebatada ofensiva de Pacquiao dio esperanza a algunos y acrecentó el interés de otros, porque Floyd no salió precisamente a correr como muchos esperaban. En algún momento se fueron hacia las cuerdas, pero luego cruzaban metralla desde el centro del ring. Pacquiao conectó buenos golpes, pero también Mayweather, los primeros seis rounds fueron parejos.
Pero entonces llegó la segunda mitad de la pelea. Floyd puso hielo a las emociones y congeló a todos en la arena, incluso a un Pacquiao que fue sometido durante al menos cuatro o cinco episodios en fila hasta que trató de cerrar fuerte hacia el final en busca de un milagroso golpe que no encontró. Todo llegó a las tarjetas, donde Floyd se llevó calificaciones amplias de 116-112, 118-110 y 116-112.
El problema, más allá de la decepción de aquellos que pagaron por ver si ahora sí perdía Mayweather, fue mayor cuando Pacquiao confesó que combatió con una lesión en un hombro antes de pedir la revancha, porque en la próxima, una vez sano, estaba seguro que iba a poder quitarle el invicto. Fue un golpe duro para la fanaticada.
En el ring sucedió lo que se esperaba, porque en el primer momento en que Floyd sintiera algo de peligro, iba a empezar a anular al filipino con el jab, con los pasos laterales, amarrándolo y haciéndole pagar por sus errores. Sin embargo, pocos contaban con el tema de la lesión, y eso incluso le acarreó demandas a medio mundo, principalmente a Manny, porque se sintieron engañados. Al final, esas demandas no tuvieron efecto.
La pelea fue buena, pero muchos se fueron decepcionados al pensar que Pacquiao ahora sí iba a vencer a Mayweather. Y de la decepción se pasó al engaño, y del engaño, algunos hasta se enemistaron con el boxeo.
Fue algo extraordinario, y no me refiero al dinero que generó esa noche el boxeo, sino a la atmósfera y las emociones que se vivieron en el momento en que dos legados se reunieron en un mismo ring. Ya después el boxeo nos regaló más y mejores batallas, pero ese Cinco de Mayo fue algo muy especial.