Mike Gerald Tyson nació en el medio de la pobreza y volvió a ella cuando, en 2003, a los 37, se declaró en quiebra luego de haber ganado más de 300 millones de dólares.
Transitó todos los caminos: el del escarnio público, el de haber sido el ídolo de una generación, el infierno de haber perdido sin honor y la grandeza de reconocer errores.
Los números indican que fue el campeón mundial de los pesados más joven de la historia cuando, a los 20 años, 4 meses y 22 días, noqueó a Trevor Berbick, un 22 de noviembre de 1986 en Las Vegas.
Su estadística marca 58 peleas profesionales con 50 victorias, 44 antes del límite, 6 derrotas y 5 de ellas por fuera de combate (James Douglas, dos con Evander Holyfield, Lennox Lewis y Kevin McBride, el 11 de junio de 2005, su última pelea).
La historia lo registra como quien unificó todas las versiones de la corona de los pesados, WBC, WBA e IBF.
Mike Tyson.
Su sola mención electrificaba los pasillos de los hoteles de Las Vegas. Convocaba multitudes rugientes y ansiosas de verlo. Nadie se quejaba si sus peleas podían durar segundos apenas, porque era tanta la carga de energía que generaba, que satisfacía a todos.
Ovacionado por sus triunfos y crucificado por algunas de sus derrotas, como la que sufrió antes de Evander Holyfield cuando le mordió la oreja.
Puesto en el escarnio público por su divorcio con Robin Givens y humillado por su condena por violación a Desiree Washington, preso entre 1992 y 1994.
Mike Tyson. El Hombre más malo del planeta.
“Basta de eso, no quiero hablar más de mis peleas”, nos dijo a Eduardo Bejuk y a este cronista luego de invitarnos a su suite en Buenos Aires. Corría 2005 y había venido a Buenos Aires para ser entrevistado por Maradona. Habló con entusiasmo de su admiración por Carlos Monzón y El Che Guevara y fue cálido, y cordial y amistoso.
Mike Tyson cumple años y su vida es como un loco caleidoscopio, girando con mil imágenes. En el escenario, contando sus batallas y sus miserias. En una película, sea cual sea, pero siendo simplemente él. En aquella foto de presidiario. En aquella otra, abrazado a Trump. O junto a Alí, su ídolo.
Mike Tyson.
Habitante del Cielo y del Infierno. Para algunos –se incluye este periodista- uno de los más explosivos y tremendos campeones mundiales que dio la categoría de los pesos completos. Veloz y efectivo en las combinaciones, una máquina aceitada de destruir, montada cuidadosamente por las manos de Cus D Amato. Un campeón que, en su mejor momento, hubiera podido noquear a cualquier histórico (salvo a Alí, se entiende).
Mike Tyson. Para otros, el que nunca perdió con Honor, el que ha sido sobrevalorado en la historia de los completos, el que enturbió todo con su vida privada, con sus miserias y limitaciones.
Hoy a los 54 se muestra haciendo manoplas, mostrando como su gordura quedó atrás al igual que las adicciones y otros temas negativos. Quiere volver a verse con Evander Holyfield en una exhibición. Está en proyecto su vida en una biopic. Ha publicado un libro –y se han publicado muchos libros sobre él.
De aquel chico con problemas de dicción, amante de las palomas, a este hombre desgastado por la vida pero no vencido, ha pasado más situaciones que muchos hombres jamás pasarán en sus vidas completas.
Aquel que, en las ardientes noches de boxeo, salía sin ornamentos rumbo al ring, caminando amenazante, presagiando tormentas. Noches diferentes y explosivas que lo tenían como estrella.
Como todo Angel Caído, ha salido de lo más bajo, ha subido hasta alturas que jamás imaginó y ha vuelto a descender.
Mike Tyson cumple años.
Tal vez para recordarnos que, en medio de tanto vértigo, de tanta locura, de tanto triunfo y tanta derrota, es, como casi cualquiera de nosotros, un hombre.
Nada más ni nada menos que eso. Un Hombre.