Qué podría estar pasando por la cabeza del mexicano Canelo Álvarez previo a su combate contra el estadounidense Terence Crawford.
LAS VEGAS -- La noche del sábado 13 de septiembre otra vez van a hablar. Para bien y para mal. Haga lo que haga ante Terence Crawford, no habrá consenso. Probablemente me apoyarán los de siempre y los de siempre me pegarán con todo.
Viendo las cosas así, si yo estuviera en la piel de Saúl 'Canelo' Álvarez, estaría inalterable, enajenado, y fírmalo sobre piedra, optaría por pasar olímpicamente de unos y otros.
Sí, bloquearía a adulones y críticos. Para atemperarlo al lenguaje actual, los cancelaría.
Tampoco haría caso a los opinólogos de redes sociales, nadie sabe mejor que yo hasta dónde puedo llegar y qué puedo hacer en este deporte del que prácticamente me he adueñado en los últimos 10 años y soy el rostro más visible.
Y mucho menos tomaría en consideración los rumores de una lesión en el hombro de Crawford. No caeré en la trampa.
Mi objetivo sería simple..., y evidente. Pasarle por encima a Crawford. Noquearlo en el sexto o séptimo asalto.
Reconozco - sintiéndome como Canelo - que lucí horrible frente a William Scull cuando decliné correr una maratón detrás de él. Soy el campeón y no quise rebajarme ante un tipo que recibió la oportunidad de su vida y la perdió por imitar las zancadas de Haile Gebrselassie.
¡Wey, esto es boxeo no atletismo! Tuve ganas de gritar.
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Es una deuda que tengo conmigo mismo y quiero saldarla.
Pero eso no es todo, no pretendo desaprovechar la oportunidad de sumar un campeón mundial indiscutido (Crawford lo hizo en dos divisiones: 140 y 147), que sería el segundo (junto a Jermell Charlo) en mi colección de víctimas, en la que también hay otros 21 monarcas mundiales.
No confundir tranquilidad y deseos con subestimación. Crawford no es Scull. Es un superdotado y lo respeto. Todos los que nos dedicamos a este negocio sabemos que su IQ boxístico es superior, y su condición de ambidiestro representa un obstáculo muy incómodo de superar.
Saúl Álvarez está resignado a que nunca le será reconocida su labor en el ring.
Por eso elegí a Jaron 'Boots' Ennis, campeón mundial welter de la FIB, para hacer sparring. Un peleador extremadamente técnico, con características similares, pero, sobre todo, ambidiestro como Crawford y capaz de pasar fluidamente de guardia zurda a ortodoxa.
No pretendo ser impertinente ni agrandado, pero 'Bud' Crawford está invadiendo mi feudo. Y no está de más decir que aquí, en las 168 libras, mando yo. Un recadito adicional: las divisiones de peso existen por alguna razón.
Crawford nunca ha enfrentado a un peleador de mi tonelaje, con mi pegada. Podrá danzar los primeros cuatro o cinco rounds, hacerme fallar, usar sus cambios de guardia para golpearme, pero no olvidaré que él, un hombre de casi 38 años, carga con 20 o 30 libras de más.
Yo, en cambio, llegaré a la pelea rehidratado y en mi salsa, pues estoy acostumbrado subir el día del combate por encima del límite semipesado (175 libras).
Tarde o temprano, Crawford sentirá el ascenso de dos divisiones (154 a 168 libras), como también mis golpes al cuerpo y sus brazos, algo que buscaré con precaución, pero sin tanto recelo de ser noqueado. Por mucho peso que haya incorporado en unos meses, dudo que su pegada aumentara en proporción.
No tengo que hacer una maestría para saber que los golpes de Crawford no van a lastimarme ni llenar los ojos de los jueces como si lo hicieron los de Dmitry Bivol.
Ya lo dijo 'El hombre más malo del planeta', un tal Mike Tyson: "Todos tienen un plan hasta que les dan un puñetazo en la cara". Y créanme, soy especialista en destrozar planes y a Crawford le voy a pegar y muy duro; después si la gente quiere alabar o minimizar mi victoria... me tiene sin cuidado.
