DOHA (Enviado especial) -- El mundo está en Qatar para ver a Lionel Messi. No hay ningún otro equipo, ni mucho menos jugador, que ni siquiera se acerque a la expectativa que genera el capitán de la Selección Argentina. La afirmación parece un no muy original eslogan publicitario, pero detrás lleva una explicación algo más profunda que el mero suceso mediático y mercantil que tiene su figura desde hace más de una década. Es un fenómeno más sentimental que comercial.
Qatar, con su enorme poderío económico, decidió contratar a Messi un año antes del comienzo de "su Mundial". Esto no puede soslayarse y es mejor quitarlo de la mesa antes de continuar. Paris Saint-Germain, propiedad de la familia real de este emirato, fichó al ídolo histórico de Barcelona para impulsar aún más su equipo insignia en Europa. De paso, ganó un póster de promoción para el máximo evento realizado en Medio Oriente.
De todos modos, ese no será el foco de esta exposición. Ya se ha debatido demasiadas veces acerca del asunto. Esta vez, la cuestión es qué tan genuino es el amor por el astro rosarino. Qué tan alejado está de los números en los contratos y los ceros en las cuentas bancarias. Qué tan cerca está de un amateurismo que aflora como nunca en una Copa del Mundo, tanto para los jugadores como para los pueblos.
Ya se ha dicho en estas páginas que la enorme mayoría de la población que reside en Qatar es extranjera. Casi el noventa por ciento. Y que de ese porcentaje la mayor parte viene del sur de Asia, es decir de India, Bangladesh, Nepal y Paquistán. Países que no tienen una gran tradición futbolera pero que sienten este juego de un modo muy particular. Lo viven sin medias tintas, como aquellos que recién descubren algo maravilloso.
Ellos (casi todos los obreros inmigranes son hombres) son los protagonistas del Mundial callejero. Ellos le ponen color a Doha. Montan el escenario acostumbrado de cada Copa del Mundo. Ese escenario que los simpatizantes oriundos de Qatar eluden, tal como quedó demostrado en el partido inaugural. Entonces, los dueños de casa no son hinchas del seleccionado anfitrión. No, son hinchas de Messi.
La historia del fanatismo hindú y bengalí por el seleccionado albiceleste es larga y excede al ídolo actual. Sin embargo, la globalización y la posibilidad de disfrutar del genio semana tras semana afianzó el amor por Argentina. Ese amor que había comenzado con un guiño entre hermanos que han sufrido postergaciones. Es que tanto Bangladesh como India fueron colonias británicas, y la reivindicación social que significaron los goles de Diego Maradona en 1986 los hicieron embanderarse con la celeste y blanca para siempre.
Años después, Messi tomó la posta. Y lo que era una identificación casi política se convirtió en una veneración. Luego, el destino (y la FIFA) quiso que el que podría ser el último Mundial del diez se lleve a cabo en Qatar, donde hay tanta cantidad de devotos de su zurda. Son tanto o más fieles que los que se criaron en el mismo barrio rosarino. O que los que patearon los mismos caminos de tierra a fines de los ochenta y principios de los noventa. Así es el amor. No tiene sentido buscarle muchas explicaciones.
Doha está empapelada con motivos mundialistas. Cada rincón de la capital hace alusión al campeonato. Como nunca antes, una ciudad es sede de la Copa y eso se puede ver muy fácilmente en la fisionomía de sus calles. Pero hay una imagen que compite con el logo oficial y la mascota Lae'eb. O en realidad las supera, porque tiene mucho más valor aquello que se hace por voluntad propia que lo pagado. La figura de Messi aparece en carteles gigantes oficiales y en las marquesinas de los edificios más lujosos, pero también en la espalda de la camiseta más ilegítima que deambula por los arrabales de Doha. Es un ícono universal. Global.
Y el martes saldrá a la cancha. Este pueblo está esperando este momento desde hace doce años. Cuando le entregaron la sede de este certamen, Messi ya era el rey del fútbol. El futuro siempre es incierto y nadie podía asegurar que estaría en Qatar 2022, pero la esperanza es lo que sostiene a la humanidad y el deseo se cumplió. Será, sin dudas, el hecho que marque realmente el comienzo de este Mundial. Porque lo que más se menciona en cada bar y en cada rincón qatarí es el nombre de Messi.
¿Y por qué ocurre esto? Porque es amado. Amado sin concesiones. Lo aman porque el fútbol genera felicidad y Messi es el que mejor lo juega. Quizás ni siquiera se dé demasiado cuenta de todo lo que genera. De que incluso ha logrado ser más importante que otras selecciones. De que una gran proporción de los que vinieron a Qatar lo hicieron por él y solo por él. Construyó una carrera desde esa ignorancia planificada, desde esa lucidez ante lo irracional.
Cuando salga al campo de juego del estadio de Lusail, Argentina tendrá millones de hinchas alrededor del mundo. O, mejor dicho, Messi los tendrá. Porque él es el símbolo de su época y el dueño de los sueños de millones de personas que habían creído que no se podía soñar.