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Alí-Frazier: la pelea del siglo

El hombre escuchó atentamente y luego sacudió la cabeza mientras pensaba. Se hizo un largo silencio y todos los ojos se posaron en él. Eran unas pocas personas conteniendo el aliento y esperando una respuesta. Finalmente, tras la pausa, miró alrededor y dijo simplemente: "Vamos a hacerlo".

Todos respiraron aliviados. No era para menos. Ese hombre era Jerry Perenchio, un promotor de espectáculos que, entre otros menesteres, se especializaba en concretar negocios millonarios. Entre sus reglas de oro, una decía: “Toma las opciones, pero nunca las ofrezcas”. Tenía por entonces cuarenta años recién cumplidos.

En este caso, la opción no parecía sencilla, aunque si era muy tentadora. Reunir en un ring a dos boxeadores invictos, pesos pesados y provenientes de diferentes mundos. Ambos ex campeones olímpicos. Cada uno con su estilo. Eran, sencillamente, Muhammad Alí y Joe Frazier.

El tema es que había que pagarle a cada uno la suma de 2.500.000 dólares. Por aquella época –estamos hablando de 1971- el mundo era otro y la cifra era extraordinaria.

Se estaba ofreciendo la pelea más aguardada del momento, con dos estrellas de gran magnitud y con una cuota de drama y excitación únicas. Pero el tema era, ante todo, cómo pagarles.

Cuando Perenchio dio el sí, fue solamente cuestión de ponerse a trabajar en lo que dio en llamarse “La pelea del Siglo”. Vender entradas iba a ser –como alguna vez le reconoció Bob Arum a nuestro compañero Salvador “Chava” Rodríguez-, “La cosa más sencilla del mundo, porque nadie iba a querer perderse semejante pelea”.

Por esos tiempos, Joe Frazier con 27 años, sumaba 26 combates, todos ganados, con 23 nocauts. Nacido en el Sur de los Estados Unidos, en Beaufort, Carolina del Sur, había empezado a boxear porque estaba algo gordito. Ante la falta de horizontes, se fue al Norte y se radicó en Filadelfia, ciudad de la que fue luego un ícono, de la mano de Yancey “Yank” Durham.

Había sido campeón olímpico en Tokio 64 y era un vendaval de golpes, con uno de los más potentes ganchos de izquierda al cuerpo que se hayan visto. Tras su victoria ante Jimmy Ellis en 1975 y por KOT en 5, era reconocido como el campeón de la Asociación y el Consejo Mundial.

Muhammad Alí, a los 29, había sido campeón olímpico en Roma (1960), cuando era Cassius Marcellus Clay. Hablador, fanfarrón, poeta, excéntrico y provocador, se había consagrado campeón mundial de los pesos completos ante Sonny Liston en 1964.

Nadie creía en él. Tanto que, para aquella pelea, efectuada en Miami, se llegaron a tomar los tiempos de los caminos más cortos rumbo al hospital más cercano en donde, se suponía, iba a llegar Clay luego de la paliza que le iba a dar Liston. No fue así y el cinturón cambió de manos.

Pero luego, el campeón se proclamó públicamente como musulmán, se cambió el nombre (“Este es mi verdadero nombre y no el otro, que es de esclavo”, aseguró) y para colmo de la irreverencia, se negó a ser enrolado para ir a la Guerra de Vietnam.

Su amistad con Malcom X y su relación con los Musulmanes Negros, desesperó a muchos, porque podía afectar al negocio. Su caso de negarse a ir a la guerra sentó jurisprudencia, pero mientras tanto, el establishment le sacó el cinturón de campeón. Estuvo 3 años y 8 meses sin pelear, un tiempo riquísimo para un deportista profesional de elite. De hecho, los medios periodísticos tradicionales lo seguían llamando “Clay” y no Alí.

Regresó en 1970, con una victoria sobre Jerry Quarry primero y otra sobre Oscar “Ringo” Bonavena. Se lo veía lento, luego de tanta inactividad, pero tan vivaz como siempre: un gran vendedor de boletos. Se llegó a afirmar que fue Frazier en persona quien le pidió al presidente, Richard Nixon, que le devolvieran la licencia a Muhammad, para poder enfrentarlo. Sabía y muy bien, que solamente ganándole a Alí sería considerado campeón mundial de los pesados.

Eran años de campeones como Rubén Olivares entre los gallos, Ken Buchanan en ligero, Nicolino Locche en welter junior, Bob Foster en medio pesado, Mantequilla Nápoles en welter y Carlos Monzón entre los medianos.

Eran también, años de explosión del pop, del movimiento hippie y en los que el mundo estaba cambiando. Cuando Perenchio se lanzó a la organización aseguró que “Esto va a ser el Woodstock del boxeo”, refiriéndose a aquel movimiento de 1969 que ya estaba en la historia y en donde la música y la actitud de vida ofrecían caminos nuevos, excitantes, coloridos y audaces.

Es por eso que aquella, la noche del Madison, fue también un espejo de la sociedad norteamericana. Nadie quiso faltar a la cita. El mismísimo Frank Sinatra fue contratado por la revista “Life” para obtener fotos en el ring y nada menos que Norman Mailer fue su cronista. La televisión para no quedarse atrás, y por iniciativa de Perenchio, contrató a Burt Lancaster para los comentarios, junto al legendario Don Dunphy y al ex campeón mundial medio pesado Archie Moore.

Para la Argentina, el relator fue Ricardo Arias por Canal 13. Fue tal la sobreventa de publicidad, que cuando se dio el fallo de la pelea, éste no apareció en pantalla porque todavía estaban los avisos.

El interés desatado por el encuentro superó en audiencia a la llegada del hombre a la Luna, con un cálculo de 300 millones de espectadores. Se transmitió para 50 países, en 12 idiomas. Mientras que en el Madison una entrada iba de 20 dólares la más barata a 150 la más cara (ni qué hablar de la reventa) en los circuitos cerrados se podía verla por valores que iban de los 5 a los 15 dólares.

Peinados Afro, Cadillacs espectaculares buscando un lugar para estacionar, ropajes coloridos y audaces en los afroamericanos, rigurosos tuxedos para los habitués al ring side, la presencia por allí de famosos como Woody Allen, Miles Davis, Hugh Heffner, Sammy Davis Jr., Diane Keaton o Dustin Hoffman. O una gloria del pasado, como el ex campeón mundial Gene Tunney. Tapados de armiño, peinados llenos de dorados y bucles para las mujeres al estilo de “Los Angeles de Charlie” y todo el glamour para una noche diferente. “

Perenchio, de quien se afirmaba que era capaz de ver lo que venía por la otra cuadra sin necesidad de doblar la esquina, llamó a Jack Ken Cooke, el dueño de Los Angeles Lakers, para que se comunicara con todos los teatros del circuito cerrado para venderles la pelea.

Era la forma más directa por entonces del “pay-per-view”: los cines y algunos estadios pagaban por recibir las imágenes y luego cobraban entrada. Perenchio, el mismo que con los años compró Univisión y que además de coleccionar obras de Picasso o Monet fue capaz de producir “Blade Runner”, recolectó así una ganancia de 2.000.000 de dólares. Cuando murió, a los 86, era uno de los hombres más ricos del Planeta Tierra.

Más allá del lujo, la ostentación y el gran show, la pelea en sí era un enigma. Por un lado, el mundo del boxeo quería saber el verdadero estado de Alí. Con Bonavena habia lucido bien y ganado por nocaut en el último asalto, pero “Ringo” no era Frazier, un boxeador de tremendo ritmo y manos pesadas. Lo llamaban “Smokin’” porque salía humeando de su esquina y justamente, ese estilo arrollador era ideal para arrasar con Alí si éste no estaba lo suficiente veloz como para esquivarlo.

Alí tenía en su rincón al gran Angelo Dundee, un gran estratega, pero en esta pelea se sabía que todo iba a estar sobre la lona apenas tocase la campana, sin secretos. Frazier buscando la pelea de cualquier forma, Alí revoloteando y apostando al contragolpe.

Físicamente eran distintos y basta echar una ojeada a las cifras para entenderlo, porque Alí, con 1,91m de altura y 97,522 kilos, llevaba ventajas de alcance y peso sobre Frazier. Este, con 1,82m y 92,986 kilos, iba a tener que achicar las distancias (después de todo era su especialidad) y resistir los contragolpes de Muhammad, quien seguramente no le ofrecería blanco fijo, y que en la corta distancia apelaría a todas sus mañas.

Así fue la pelea, porque al dominio de Frazier en los primeros asaltos sobrevino la inspiración de Alí en los siguientes, con su juego de piernas. Pero Frazier no solamente no bajó el ritmo, lo fue aumentando.

En el 11er round, Joe le hizo doblar las rodillas a Alí, con su gancho zurdo primero y varias derechas después. Fue la primera vez en su carrera profesional que Alí estuvo en malas condiciones, tanto que luego su médico personal, el doctor Ferdie Pacheco, dijo: “Todavía no entiendo cómo logró sobrevivir a ese round”. Pareció estar al borde del nocaut, pero sobrevivió…

Eran los tiempos de peleas a 15 asaltos. Y fue justamente en la última parte en donde Frazier logró conmover a Alí. Cansados ambos, se equiparaba el talento de uno con el vigor del otro. Ni Alí podía causarle demasiado daño con sus contragolpes, ni Frazier dejaba de empujar.

¡Bummmmmmmmmmm! Las veinte mil personas que estaban esa noche en el Madison, de pronto se vieron conmovidas y estremecidas. No era para menos, porque con una larga izquierda lanzada desde afuera, Frazier derribó a Alí, quien cayó a lo largo justamente en el último asalto. Se levantó como pudo, generoso y corajudo como siempre y mientras el legendario Arthur Mercante comenzaba la cuenta, cualquiera pudo comprender que esa caída estaba también marcando el destino final del encuentro.

Frazier, con aquella mano, terminó de asegurarse la victoria, porque Alí se levantó, y terminó de pie, pero eso fue todo y el Madison celebró, festejó y aplaudió al ganador. Pero fueron muchos los que sintieron que la derrota de Alí era también la de aquellos que luchaban por los derechos de los afroamericanos a sentirse iguales en todo… Esa fue, seguramente, la motivación más grande de esa pelea, porque Alí representaba lo opuesto a Frazier en todo sentido. Su discurso público era claramente desafiante en el tema de las diferencias raciales y era, en todo momento, provocador y filoso.

“Fue como si el espíritu del Harlem hubiese hablado finalmente y vino a su rescate junto con los fantasmas de los muertos de Vietnam. Algo que lo ayudara a levantarse después que Frazier, al borde de la locura, tuviera por el suelo a Alí con el golpe más duro lanzado en toda su carrera. Alí se puso de pie, pero ganó Frazier”, escribió Mailer, describiendo aquella caída de Muhammad en el último round.

Así se escuchó el anuncio del fallo, a cargo de Johnny Addie: unánime a favor de Joe Frazier. Arthur Mercante, también referí, 8 rounds a 6 para Joe; Artie Aidala, 9 a 6 y Bill Recht, 11 asaltos a 4. La multitud había estado con Ali, pero nadie pudo discutir el resultado.

Fue Mailer definió el combate como un canto al Ego, motor fundamental del norteamericano medio, esa necesidad de victoria que configura El Gran Sueño Americano.

Aquel lunes a la noche, mientras la multitud recorría las calles de Manhattan rumbo a los restaurantes o a los hogares, ambos visitaron el hospital por precaución, mientras se decía que Alí podría haber peleado con la mandíbula rota.

La noche de Nueva York se fue llenando de comentarios, recuerdos y sensaciones. La Pelea del Siglo había quedado atrás, con un ganador legítimo y un perdedor que, se sabía, iba a buscar su revancha.

Es que, como lo afirmó Mailer, el Mundo no iba poder resistir la gran tentación de volver a verlos en el ring. Y así fue, porque se midieron dos veces más.

Hoy ya no están, pero siguen vivos en la memoria y la admiración de los fanáticos del boxeo. Dos guerreros luchando en la lona del estadio más célebre del planeta. Frazier, Alí, el Madison… Cuando el mundo del boxeo giró alrededor de aquel ring, aquella noche histórica, inolvidable, única.