Nota del editor: Esta historia se publicó originalmente antes de la pelea final de Manny Pacquiao, una derrota ante Yordenis Ugas el 21 de agosto. El 29 de septiembre anunció que se retiró oficialmente del boxeo y se postulará para presidente en Filipinas.
ES UN hombre tranquilo, que se conforma con observar. Sus maneras le dan cierto aire de misticismo. A medida que se mueve todo lo que gira en torno a Manny Pacquiao (ágilmente, y únicamente para su beneficio), él se mantiene fijo, como la piedra al centro de un arroyo. En el jardín de su lujosa e increíblemente poblada casa de Los Ángeles, varios hombres y mujeres trabajan en las parrillas y cargan platos, encargados de cuidar la hilera de cocinas de arroz. Dentro de la residencia, un hombre vestido con camiseta y pantalones cortos de baloncesto de corte holgado (el uniforme de Team Pacquiao) se ubica al lado del jefe, para cortar una pechuga de pollo asado y un filete de cerdo muy bien cocido con tijeras de cocina.
Ha pasado más de dos años fuera del cuadrilátero; sin embargo, la maquinaria recuperó el ritmo sin perder paso. Los cocineros, limpiadores y ayudantes (apodados afectuosamente como “Los Muchachos”), se volvieron a congregar en Los Ángeles para cocinar, limpiar y ayudar.
En las semanas previas al combate entre Pacquiao y Yordenis Ugás, que el propio Pacquiao dice nuevamente que podría ser su última pelea, limpian ropa, sirven de choferes y vigilan el lugar. Algunos llegan antes del amanecer al estacionamiento ubicado en el Observatorio Griffith Park para acordonar dos zonas: una para entrenamientos de agilidad y otra, arropada por la sombra de los árboles, para trabajo abdominal. Otros corren junto a Pacquiao, desde la base de la colina hasta el estacionamiento, por el paso hasta la cima cerca del cartel de Hollywood para luego descender hasta el estacionamiento, más de 6 millas en total. Uno de ellos porta una enorme bandera de Filipinas, mientras que otro carga una bocina portátil que parece no dejar de emitir las notas de la canción “Eye of the Tiger”, conocida por formar parte de la banda sonora de “Rocky III”. (“¿Quieres ser rico?” pregunta un miembro de su equipo, con tono exasperado. “Haz una propuesta para producir un reality del Equipo Pacquiao. Sacaría de negocio a las Kardashian”).
Después de su entrenamiento matutino, mientras ubican frente a él un plato de arroz con pollo, Pacquiao baja su cabeza, cierra los ojos y ora en silencio. Como siempre, a su alrededor se produce un zumbido bajo de actividad: personas que limpian la cocina, gente en el jardín frente a las parrillas prestas a cocinar el próximo platillo; gente a las afueras de la casa, asegurándose de evitar que ingresen al lugar personas sin autorización.
Pacquiao alza su cabeza y abre los ojos. Su manager Sean Gibbons le pregunta: “Senador, ¿qué hay para desayunar? ¿Arroz con pollo?” Pacquiao sonríe, sube y baja sus cejas, como si fueran alas de mariposa. Gibbons se ríe. Es su chiste interno: Pacquiao ingiere la misma comida a diario, y todos los días Gibbons hace la misma pregunta. “¿Sabes qué come en los días de hacer trampa?”, pregunta Gibbons. “Una dichosa banana”.
Mientras Pacquiao se prepara para su pelea del sábado contra Ugás, suplente de Errol Spence Jr., el aura a su alrededor ha adquirido un aire ceremonioso. Más gente que nunca se ha congregado en el estacionamiento del observatorio Griffith para sostener sus teléfonos, grabar los entrenamientos y hacer fila para la firma de autógrafos. Más gente que nunca se ha congregado a las afueras del gimnasio Wild Card en Hollywood para verlo entrar y salir. Y mientras Pacquiao se prepara para su siguiente fase, también lo hace la gente que le rodea. El remolino de incertidumbre e intranquilidad, la lucha por asumir puestos dentro de la jerarquía Pacquiao (siempre vigorosa) se ha intensificado aún más.
Los riesgos son altos, y hasta peligrosos, yendo más allá de lo que sucederá dentro del cuadrilátero. A medida que Pacquiao, uno de los 24 senadores que conforman el parlamento filipino y próximo a convertirse en candidato presidencial, se inmersa aún más en las aguas del mundo político de su país, con su historial de clientelismo y alianzas inestables, el púgil se encuentra en una situación que nadie podía imaginar hace unos años: en una guerra con el presidente Rodrigo Duterte. A medida que Pacquiao ha dejado de centrarse en el boxeo para asumir mayor protagonismo político, las amenazas de Duterte (verdaderas e implícitas) comienzan a intensificarse. Una corriente subterránea de miedo corre bajo la superficie: todos quienes rodean a Pacquiao, sin importar su puesto, están a su lado en la primera línea de combate.
Luego que Pacquiao termina su desayuno, una mujer se acerca a la mesa y le habla en voz baja en tagalo, el idioma de su país. Pacquiao asiente con la cabeza y la dama ubica a un joven filipino al lado de Pacquiao para presentarlo. El hombre está inquieto, evidentemente abrumado ante el momento. Pacquiao asiente con su cabeza (señal de que tiene la palabra) y el hombre comienza a hablar al mismo ritmo con el que come un hambriento, soltando un torrente de palabras que parecen aprendidas de memoria.
“Eres un gran peleador, pero eres aún mejor persona”, dice el hombre. “Creo que eres lo mejor para Filipinas, porque puedes hacer tanto por ayudarnos, cosas que otros no pueden hacer, y por eso Dios siempre te bendecirá, y deberías ser el próximo presidente. Gracias. Te aprecio”.
Pacquiao vuelve a asentir y dice: “Gracias”. El hombre da un paso atrás, con las manos cruzadas detrás de la cintura, como si se retirara tras ver una aparición divina.
La vida de este hombre. Hombre. Es una serie de pequeños milagros. Ícono nacional y senador, que solo le falta por declarar oficialmente su intención de postularse a la presidencia en las elecciones a celebrarse en mayo próximo. Mientras se apresta a poner punto final a una carrera boxística que quizás nunca se repita, cada pelea abre un portal hacia todo lo vivido previamente. La pobreza extrema, que después condujo a un éxito inimaginable, que a su vez condujo a la autodestrucción y de ésta, al arrepentimiento y un segundo acto digno de todo mérito. Todo vuelve a él; cada campamento de entrenamientos, cada combate. Los rivales siempre han sido meros cuadrados de una planilla por llenar. Pero ahora, esto es lo que tiene en frente: la gran probabilidad de que éste sea el final de su etapa sobre el cuadrilátero. Y el inicio de una nueva pelea a los 42 años. Vive algo que nunca se imaginó, contra un rival que (al contrario de los 72 que llegaron antes que él) sólo juega gracias a reglas de su propia invención
DURANTE LOS PRIMEROS cinco años de su sexenio como senador de Filipinas, Pacquiao fue ferviente e incondicional seguidor del presidente Roberto Duterte, a quien no criticaba en lo absoluto. Defendió las políticas más autoritarias del hombre fuerte del archipiélago, incluyendo la guerra contra las drogas que ha redundado en la ejecución extrajudicial de miles de filipinos, en su mayoría miembros del estrato social más humilde del país. El apoyo parecía ser ventajoso en lo político: Duterte, venerado y temido a partes iguales en Filipinas, apoyó inicialmente la idea de una eventual candidatura de Pacquiao para reemplazarlo.
Sin embargo, a partir de junio Pacquiao (un hombre que nunca aparentaba asumir ideologías distintas a las de Duterte) comenzó a marcar distancia de su amigo presidente. El púgil y parlamentario empezó a denunciar actos de corrupción dentro de la administración de Duterte. Fustigó al presidente por su complacencia con China en asuntos relacionados al comercio en el Mar de China Meridional, una de las grandes preocupaciones de la población filipina. Manny Pacquiao, de forma sorprendente, emprendió una rebelión conformada por un solo hombre.
“Esto no es nada nuevo”, Pacquiao afirma ahora. “Desde que asumí mi cargo he investigado casos de corrupción. Creía que el presidente también detestaba la corrupción, e intento ayudarle”.
El mes pasado, la respuesta de Duterte luego que Pacquiao rompiera filas por primera vez para acusar a su gobierno de corrupción fue sencilla: demuéstralo.
En cuestión de días, Pacquiao se ubicó frente a las cámaras de televisión, vestido con un traje a la medida. Sostuvo papeles, afirmando que servían como evidencia de la desaparición de las arcas gubernamentales de más de $200 millones en fondos destinados a atender la coyuntura causada por la pandemia del COVID-19 entre la población de escasos recursos. “Éste es apenas uno de mis hallazgos”, dijo. “Han pasado solo tres días desde que acepté su reto de presentar pruebas”.
Las acusaciones no son nada nuevo para Duterte, quien se ha enfrentado a denuncias de corrupción provenientes de todas las esferas. Su mandato finalizará en junio próximo; sin embargo, ha creado un plan bizantino para seguir gobernando el país desde las sombras: Duterte ha apoyado la candidatura de Sara, su hija mayor, para que sea la próxima presidenta, expresando sus intenciones de postularse a la vicepresidencia (cargo elegido en comicios separados en Filipinas), en parte para ampararse en la inmunidad conferida por la Constitución de ese país a quien ocupe el cargo. (Existe una disputa entre los académicos constitucionalistas en Filipinas para definir si la inmunidad se extiende al vicepresidente, no obstante, un presidente cómplice de Duterte, como podría ser su hija, podría darle inmunidad de facto disuadiendo las investigaciones).
A pesar de ello, pocos críticos han sido tan explícitos como Pacquiao este verano. Su franqueza ha desencadenado una serie de diatribas y amenazas desde el palacio presidencial. Duterte sugirió que Pacquiao estaba “borracho” y que no cuenta con la capacidad mental para ser presidente. Lo calificó de “mie---” durante una comparecencia informativa. Sugirió que Pacquiao debía quedarse en el país e investigar, en vez de viajar a Estados Unidos para entrenar para una pelea que le generará millones de dólares. La última acusación fue percibida como un obsequio a Pacquiao, cuyos combates son exaltados dentro de la idiosincrasia filipina, siendo una de las pocas ocasiones en las cuales sus habitantes de todos los estratos sociales pueden compartir su orgullo y felicidad nacional. En estos momentos, con gran parte del país bajo estricta cuarentena por la presencia del COVID y bajos índices de vacunación, el ataque de Duterte contra la astucia de la carrera boxística de Pacquiao parece políticamente imprudente en el mejor de los casos y en el peor, un acto de desesperación.
Incluso, este combate contra Ugás, un rival decepcionante que llega tras el retiro del invicto Spence debido a un desgarro en la retina, es asunto de trascendencia nacional en Filipinas. Es probable que éste sea el final de la carrera pugilística de Pacquiao, a menos que se pueda organizar un combate contra Spence durante el ciclo de campaña previo a los comicios de mayo. “Los Muchachos”, al menos aquellos por fuera del círculo interno, volverán a hacer sus labores de costumbre cuando Pacquiao no está alrededor.
Le pregunté a Pacquiao si sopesaría proseguir con su carrera boxística siendo presidente. Respondió: “No. La Constitución no lo permite”. Sonríe, esperando la inevitable pregunta de seguimiento: “¿Por qué?”
“No pueden golpear al presidente”, insiste Pacquiao. Todos los sentados a la mesa para desayunar reaccionan sorprendidos, y Pacquiao dice: “Es cierto. En la Constitución dice: Nadie golpeará al presidente. Asimismo, la Constitución dice que, si alguien golpea al presidente, la guardia presidencial lo puede matar”. Cuando le comento esta información a Freddie Roach, entrenador por largo tiempo de Pacquiao, él comenta: “Oh, ¿de verdad? No sabía eso. Entonces, éste puede ser el final”.
EN ESTA OCASIÓN, JUNTO con toda la solemnidad que acompaña a todas las peleas de Pacquiao, existe una sensación de intranquilidad. Intranquilidad por el posible fin de su carrera como boxeador, intranquilidad por la seguridad personal de los asociados a alguien que se atrevió a acusar públicamente al gobierno Duterte de corrupción. Cuando su pueblo expresa preocupación por el bienestar de Pacquiao, o el de sus familiares, o el suyo propio, Pacquiao les dice: “Sean como un globo. Cuando la gente te arroja piedras, dejen que les reboten. Actúen como si todo está bien”. (Es una metáfora curiosa. Los globos, después de todo, se desinflan cuando chocan con objetos afilados). Esta respuesta, digna de lo que sus allegados califican como el acostumbrado optimismo de Pacquiao, es simplemente otro ejemplo de su disciplina inquebrantable. De la misma forma en la que se abstiene de ingerir líquidos fríos y azúcar refinada, Pacquiao se niega a que los ataques de Duterte le afecten, al menos en apariencia. Parece vivir de acuerdo con las palabras atribuidas a Winston Churchill, escritas sobre una pizarra en el gimnasio Wild Card, donde entrena antes de cada pelea: “Nunca llegarás a tu destino si te detienes a lanzar piedras a todos los perros que ladran”.
“¿Cómo puedo explicar la corrupción en Filipinas?”, pregunta. “Es un entorno realmente contaminado e inexplicable. Con el presupuesto que aprobamos para la pandemia, considero que hay [dinero] más que suficiente para gestionar y manejar [la situación]. No estoy diciendo que todos sean corruptos; sin embargo, existen algunas agencias que gestionan mal los recursos, y el pueblo sufre. El pueblo está muriendo de hambre. Cuando gestionas un problema de la magnitud de la pandemia, es fácil decir: ‘Oh, vamos a ordenar una cuarentena. Confinamiento total’. Pero debes asegurarte de que el pueblo pueda comer o, de lo contrario…” - Pacquiao choca sus manos y prosigue - “…tendremos más y más problemas mucho más grandes que la pandemia”.
La política en Filipinas es un asunto intensamente personal, especialmente durante la era Duterte, y Pacquiao no tarda en hacer distinciones entre lo que él hace - o sea, criticar a quienes trabajan bajo las órdenes de Duterte, como el secretario de Energía Alfonso Cusi, a quien le dijo: “Te sustituiría si yo fuera presidente” - y criticar al propio presidente.
Carlos Conde, investigador senior de la organización Human Rights Watch y residente de Manila, afirma: “Pacquiao ha sido muy, muy cuidadoso con sus palabras, evitando ofender personalmente a Duterte. Ha sido muy comedido con sus críticas”.
Semánticamente, es una línea muy fina, y Duterte no parece estar interesado en analizarlo. Pacquiao fue despojado de su papel de liderazgo en el partido PDP-Laban, un movimiento que el boxeador dice que está disputando en la corte. Los ayudantes de Pacquiao ven otra cara en los ataques de Duterte: evidencia de que el boxeador es ahora un serio rival político. Pacquiao debe declarar su intención de postularse a la presidencia a principios de octubre, pero dice que tomará su decisión - "Es el secreto peor guardado del mundo", dice un miembro de su equipo - en septiembre. "Si la gente quiere que me convierta en su líder, su presidente, ¿por qué no?", dice Pacquiao con una indiferencia típica. "Serviré honestamente y haré lo correcto".
Casi el 20% de la población filipina vive por debajo de la línea de pobreza, medida en $3.20 por persona por día, y los partidarios de Pacquiao creen que su atractivo, además de ser el ciudadano más famoso y querido del país, radica en su capacidad para relacionarse con la lucha de los oprimidos permanentes del país.
"En comparación con los políticos tradicionales, no está empapado de la salsa mala de la política filipina", dice Conde. "Todavía hace un balance de su procedencia y, obviamente, conoce la pobreza. Todo depende de cómo saldrá y luchará sobre esos temas. Su fama mundial es definitivamente útil, pero la pregunta es: ¿Cómo la usará?".
Los defensores de los derechos humanos, incluyendo Conde, han criticado a Pacquiao por su apoyo a la guerra contra las drogas, en particular por su negativa a reconocer, y mucho menos condenar, las ejecuciones extrajudiciales de consumidores de drogas. Sus puntos de vista sobre los derechos de los homosexuales - él llamó a los homosexuales "peores que los animales" mientras hacía campaña para el Senado en 2016 - provocó una rara disculpa de Pacquiao, una que prosiguió diciendo que no le molestaban las críticas porque "Jesús vive en mí, así que siempre estoy feliz".
"Aunque él no me agrada particularmente desde la perspectiva de los derechos humanos, está asumiendo el desafío de ser legislador", dice Conde. "Se merece crédito por eso. Trató de compensar su falta de educación tomando cursos sobre políticas públicas, y ha hecho alianzas con personas que conocen la política filipina. Entiende que todo aquí está impulsado por la personalidad, lo que explica por qué está en fiestas de la ciudad repartiendo dinero. Él está jugando el juegp. Parece entender en lo que se está metiendo".
Una encuesta de Pulse Asia de 2,400 votantes probables publicada a principios de julio coloca a Pacquiao en el quinto lugar, con un 8% que lo enumera como su primera opción entre 15 candidatos. Él está detrás de Sara Duterte (la única candidata que obtuvo más del 25% en las encuestas), el alcalde de Manila, Isko Moreno, Ferdinand Marcos Jr. y la también senadora, Grace Poe, todos políticos arraigados, varios de los cuales se postularon a la presidencia en campañas anteriores. Pero Pacquiao es contra quien Duterte ha dirigido la mayor parte de su ira. Un asistente de Pacquiao que solicitó anonimato por temor a represalias de sus oponentes políticos dice: "A muchas personas en el grupo de Duterte no les gusta Manny. Definitivamente no quieren que corra. Él es el único al que están atacando porque lo ven como una amenaza ".
"No es mi intención atacar al presidente", dice Pacquiao. "No entiendo esto. No lo estoy atacando, solo estoy exponiendo la corrupción en su gobierno".
Su voz, suave, melodiosa, no delata emoción ni duda. Las preguntas sobre el boxeo suscitan respuestas rutinarias y poco esclarecedoras. Las preguntas sobre la política son mucho más bienvenidas. "El presidente me desafió", dice Pacquiao encogiéndose de hombros. "Y yo acepto el desafío."
Le pregunto si está preocupado por su seguridad o la seguridad de su familia y de quienes lo rodean.
Mira a través de la mesa del desayuno a un lugar en la pared del fondo. Pasan los segundos. El silencio en la mesa se vuelve incómodo. Finalmente, sus ojos vuelven a la conversación.
"No", dice en voz baja. "Yo también soy un guerrero".
EL MIEDO SIEMPRE ESTÁ cerca de la superficie. La gente alrededor de Pacquiao lo siente. Temen no solo la violencia física, sino también la posibilidad de que se empleen las palancas del gobierno en su contra. Está en sus mentes y en sus teléfonos. Me mostraron numerosos mensajes de texto que eran vagamente amenazantes pero que no llegaban a amenazar con violencia, y varios asistentes compartieron su preocupación por la seguridad de Pacquiao y su familia. Algunos en su campamento se sienten incómodos por regresar a casa después de la pelea, y se preguntan si ellos y sus familias deberían permanecer en los Estados Unidos hasta después de las elecciones de mayo. Por lo menos, hay planes para aumentar un destacamento de seguridad que ya se siente como un ejército privado.
Los temores parecerían alarmistas si no fuera por la historia de violencia política en Filipinas. En agosto de 1983, el exsenador Benigno "Ninoy" Aquino Jr. fue asesinado por partidarios del presidente Ferdinand Marcos mientras bajaba las escaleras de un avión de China Airlines que lo devolvía del exilio en Estados Unidos. En 2009, en la isla de Mindanao, que incluye la ciudad natal de Pacquiao, la ciudad de General Santos, la esposa y la hermana de un candidato político, junto con al menos 30 periodistas, se encontraban entre las 58 personas que fueron secuestradas, baleadas y enterradas mientras intentaban presentar una certificación para la candidatura de Esmael Mangudadatu en una elección para gobernador.
Y en 2013, 30 años después del asesinato de Aquino, en el mismo aeropuerto, ahora llamado Aeropuerto Internacional Ninoy Aquino, el alcalde de una ciudad del sur de Filipinas fue asesinado a tiros junto con su esposa, su sobrina y un bebé de 18 meses que estaba en la línea de fuego. "Dada la historia de violencia en la política filipina, creo que los temores tienen mérito", dice Conde, el investigador de Human Rights Watch. "Si realmente hace todo lo posible contra el presidente y expone aún más a Duterte, ese es un escenario muy preocupante. Debido a su estatus, no creo que el propio Pacquiao esté bajo amenaza de violencia, pero siendo las Filipinas, es difícil de decir. Debería estar preparado para eso. Y sería muy fácil apuntar a uno de sus ayudantes. Eso enviaría una señal muy fuerte a Pacquiao y su gente".
De pie contra la pared trasera del gimnasio Wild Card en Hollywood, Ruel Pacquiao, el hermano de Manny y un congresista filipino, observa a su hermano ejercitarse. La escena es la encarnación perfecta de la experiencia actual de Pacquiao: el hombre en el ring, concentrado y seguro, mientras las corrientes se arremolinan a su alrededor. Pero debe ser agotador: entrenar para una pelea importante; lidiar con la ansiedad que se ha apoderado de su mundo; mantenerse al día con los asuntos del Senado en llamadas de Zoom desde Los Ángeles a la medianoche antes de que el cierre de COVID más reciente de Manila terminara la sesión del Senado.
Cuando le pregunto a Ruel sobre la relación de su hermano con Duterte, su respuesta es dura: "En la política no hay amigos permanentes".
Una constante en los 26 años de carrera profesional de Pacquiao es su respeto por sus oponentes, una cualidad única en el deporte. Peleará el sábado por la noche en Las Vegas, quizás por última vez, bajo las reglas de boxeo desde hace 154 años. A partir de ahí, las reglas desaparecen y sus allegados temen la imprevisibilidad de lo que vendrá.
Mientras los sonidos de los puños de Manny golpeando los guantes resuenan en las paredes del gimnasio, uno de sus ayudantes está sentado en el vestuario con la puerta cerrada.
"Por lo general, no golpeas al director; golpeas a las personas que los rodean", dice el asistente. "Si realmente quieres afectar a alguien, la forma filipina es llegar a esa gente. Ejemplo: Manny ha críticado a los [secretarios y miembros del gabinete] alrededor de Duterte, y eso es lo que ha sacudido la jaula. Lo estamos haciendo de la manera correcta, sin embargo, porque no es violento y es en contra de la corrupción.
"Una vez que las personas prueban el poder, harán todo lo posible para conservarlo. Especialmente si la alternativa podría ser ir a la cárcel".
Se detiene y mira hacia arriba, respira hondo, hace un gesto hacia la puerta cerrada y al ring en el otro lado, donde Pacquiao está en la segunda hora de su sesión de la tarde. "Manny está en un nivel diferente", dice. "Él puede soportar todo eso. Pero hay veces que lloro por eso. Te afecta".
Mueve la cabeza y trata de recomponerse. Las lágrimas comienzan a correr por su rostro.
"Hombre", dice. "Esta es la pelea más dura de la vida de Manny".